Démosle importancia al final de esta crisis por más secuelas que deje
Los medios de comunicación estamos mirando los brotes verdes con exceso de prudencia. Cada vez florecen más; los informes propios y ajenos sobre la economía española tienen mucha mejor pinta, las ideas que nos llegan desde el ámbito empresarial destilan ese mismo cariz, pero –y aquí tenemos la paradoja– seguimos pesimistas. Al menos en lo publicado.
Es lógico, los medios fuimos culpables de una parte importante del último periodo de crecimiento económico exuberante. Recuerdo algún joven periodista que venía cada día a la redacción con una noticia de una inversión, con un indicador positivo de dos dígitos y que nos preguntaba a los menos jóvenes cómo nos habíamos iniciado en el oficio: pues en los polígonos industriales, entre hogueras de comités de empresa, de compañías que cerraban… Resultaba difícil de creer (aunque luego el baño de realidad haya sido mayúsculo) que existieran agoreros que pudieran afear la fiesta del círculo virtuoso en el que España y sus tochos estaban sumidas.
Como los medios no hicimos bien el trabajo en su momento, ahora pecamos de cautelosos. En lo corporativo nos van los extremos. Pero lo cierto es que venga diagnosticado por el FMI o por cualquier otro organismo público o privado, estamos matando cualquier atisbo de euforia. Eso, que afecta a la parte intangible de la economía, la de la percepción y el clima de opinión, sólo puede contribuir a enlentecer el despegue.
Es obvio que con el drama que tenemos en algunos sectores industriales, la tasa de paro que soportamos y otras secuelas derivadas de la crisis, nadie puede tirar un solo cohete. Pero de ahí a no querer transmitir que la realidad económica se adentra por otra dimensión hay un enorme trecho. Nosotros, con cautela, humildad y sin falsas euforias, vamos a intentarlo.