Democracia interna y participación
Schattschneider decía que «la fuerza de la democracia interna es un requisito para el desarrollo de la democracia en los países». Efectivamente, el concepto «democracia interna» está de moda en el panorama político actual.
William P. Cross y Richard S. Katz, en The Challenges of Intra-Party Democracy indican que no hay una definición exacta de qué es la democracia interna o internal party democracy (IPD), pues se trata de un vocablo cuyo cumplimiento depende de la percepción que cada uno ostente, es decir, no puede ser medida de una manera que permita llegar a una conclusión científica sobre si un partido es más democrático que otro.
Aun así, puede definirse la democracia interna como la adopción o la implementación de unos principios y de unos valores democráticos en el interior de la organización del partido para alcanzar ciertas decisiones: libertad de expresión, participación y elección de los miembros, garantías de igualdad de los afiliados, respeto del principio de la mayoría y transparencia en aras de un control político efectivo.
En muchas ocasiones, los partidos son organizaciones conservadoras, cuyas élites pretenden preservar y mantener el poder en detrimento de las voces de la militancia, y por ello se resisten a la innovación.
No obstante, la latente desafección política que estamos sufriendo y la emergencia y el auge de nuevas fuerzas políticas fruto del descontento social han puesto en jaque a los viejos partidos que ven peligrar su representación y, por ende, sus escaños. Así pues, algunos de ellos han decidido dar un paso y abrir sus procesos democráticos internos, como las elecciones primarias a militantes e incluso a simpatizantes.
Este hecho produce un estímulo a los afiliados, a la vez que otorga una imagen pública de apertura del partido y de democracia y actúa como remiendo parcial ante la eventual inminente pérdida de votos. La necesidad de legitimación externa de los partidos ante la opinión pública es la que los fuerza a adoptar medidas democratizadoras internas.
Asimismo, esta apertura del interior hacia el exterior, valga la antítesis, suele producirse más asiduamente cuando el partido se halla en la oposición. El balance y la reflexión sobre por qué el partido se encuentra en dicha posición y no en el Gobierno, sumado a la debilidad que pueda presentar y a la eventual fuga de afiliados, dan lugar a la adopción de reformas internas, entre las que suele encontrarse la implementación de una mayor democracia y participación.
De igual manera, y como ya se ha aludido, los partidos nuevos son más propensos a ser más democráticos internamente. Ello conlleva, en palabras de William P. Cross y André Blais, el denominado «efecto contagio», es decir, como la democracia interna es vista positivamente por parte de votantes y activistas y los partidos se hallan en competición constante, éstos se abrirán más en la toma de sus decisiones cuando sus competidores se hayan movido ya en esa dirección.
También deben tenerse en cuenta otros factores igualmente influyentes: los medios de comunicación y la mayor formación de la ciudadanía. Los votantes están más expuestos a la televisión y, al mismo tiempo, estas últimas se nutren de mucho más contenido político que antaño ya que les aporta unas mayores audiencias y, por ende, más ingresos.
La percepción que puedan adquirir los votantes a través de los medios de comunicación se presume muy importante, pues genera opiniones más o menos favorables sobre los partidos, capaz de decantar su voto hacia una fuerza política determinada. Asimismo, el acceso a la educación por parte de los votantes ha desembocado en un análisis más exhaustivo de los partidos y en mayores voluntades por involucrarse de forma total una vez tomada la decisión de implicarse en la política.
Ahora bien, para combatir la desafección ciudadana y acercarse al electorado no basta con la inclusión de unos mecanismos democráticos internos sin más. Es indispensable saber quien es el demos, es decir, quien tiene autoridad en la toma de las decisiones internas, la élite del partido o la militancia, y de qué manera: afiliados con autoridad completa, con autoridad limitada o sin autoridad.
Es positivo que el partido demande unos requisitos mínimos para formar parte del mismo y poder participar. También es válido que se exija un cierto grado de afinidad con los ideales que se defienden.
No obstante, la autoridad limitada, es decir, la democracia interna parcial, y la inexistencia de autoridad por parte de la militancia suelen ser las causas de la desafección y la percepción de los partidos como una oligarquía o entes jerarquizados que no proporcionan oportunidades en el momento de la toma de decisiones.
La oligarquía es, precisamente, la antítesis de la democracia. En cambio, la descentralización o difusión de la autoridad son considerados elementos de promoción de la democracia. Este es el camino por el que algunos de los partidos políticos transitan a día de hoy y el que todos deberían recorrer en un futuro pues, al fin y al cabo, el poder de la democracia reside en el conjunto de la sociedad.