Democracia asediada

Con la muerte de la democracia muere también un sistema político que define a sus ciudadanos como seres libres, críticos, tolerantes y solidarios

El aspecto más preocupante provocado a consecuencia del ascenso del populismo, de los efectos de la crisis pandémica y de la servidumbre a los avances tecnológicos es la debilitación de los valores democráticos que están socavando la propia esencia de la democracia.

Una serie de ensayos, entre los que cabe destacar el propuesto por el filósofo Manuel Cruz que lleva como elocuente título Democracia. La última utopía y el realizado por los profesores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt de la Universidad de Harvard bajo el título Cómo mueren las democracias nos advierten del retroceso de un sistema político que, más que una convección de normas para convivir en sociedad, define a sus ciudadanos como seres libres, críticos, tolerantes y solidarios.

En su ensayo, Levitsky y Ziblatt expresan con claridad que las “democracias funcionan mejor y sobreviven durante más tiempo cuando las constituciones se apuntalan con normas democráticas no escritas”; es en este espacio, que no es solo normativo sino de convicciones democráticas, donde los populismos están dando su principal batalla. Manuel Cruz lo plantea al aseverar que “la democracia es mucho más que una caja de herramientas…la democracia es una caja de valores”.

Tanto es así que Levitsky y Ziblatt señalan que nos encontramos en un momento de la historia, como ya ocurrió en el pasado con el nazismo y el fascismo, en que “el retroceso democrático empieza en las urnas”. Empieza en las urnas cuando la democracia se encuentra asediada por visiones reaccionarias al futuro, producto de las dinámicas de cambio que representan los avances científicos, los movimientos migratorios que provocarán el cambio climático o el miedo a compartir o ceder soberanía a instituciones como la Unión Europea.

Son reacciones ante un mundo de profundos cambios que están modificando nuestras pautas y modos de estar en él y que animan a los populismos a sentenciar, como lo está haciendo Éric Zemmour en Francia, que el pasado es preferible al futuro indeseable al que nos está llevando las decisiones adoptadas por los partidos tradicionales que se han ido sucediendo en el poder.

Manuel Cruz indica algunos de los problemas que socavan la democracia provocados por las contradicciones que se producen en su interior; entre ellos, la pérdida de la rigurosidad política en favor del inmediatismo político, la falta de una voluntad verdadera de regeneración política o el partidismo.

El debilitamiento de la democracia provocado por una falta de sentido de la responsabilidad política ha llevado a la banalidad de la propia política y, por extensión, a los líderes de los partidos que la impulsan. Es por esta pequeña grieta, casi imperceptible, por donde los populismos escarban con su demagogia, día tras día, para hacer el agujero cada vez más grande.

El populismo ve que su mejor aliado para combatir la democracia es desgarrar sus costuras, agrandar los resquicios para agrandar la fisura. El escritor rumano Norman Manea, en su ensayo Payasos. El dictador y el artista, describe y ahonda en la Rumania del dictador Ceausescu. Inicia su descarnada visión de la dictadura con una cita del escritor Paul Celan: “había una región donde vivían hombres y libros…”.

El expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump / EFE

La cita le sirve a Norman Manea para advertir del peligro que corremos cuando la cultura es desplazada por un nacionalismo que la destruye bajo el yugo de una dictadura. Un lugar de “hombres y libros” puede confabularse contra la confusión, la discordia, la demagogia y el miedo.

Uno de los diques de contención más contundente ante los desafíos populistas que socavan la democracia es una apuesta radical por la educación, más allá de las escuelas, que dote a los ciudadanos de criterio, información y conocimiento para poder estar en alerta constante ante los arrebatos y euforias patrióticas de los demagogos. Es una apuesta radical para mantener la esencia de la democracia y conseguir aislar los que, desde fuera y desde dentro, con su retórica política, la utilizan como herramienta para apropiarse de ella y ponerla a su servicio.

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