Demetrio, pague usted sus deudas y beberemos su cerveza

Hemos apoyado a Demetrio Carceller en Galicia. Lo que el empresario madrileño se ha encontrado en Pescanova es cuestión de juzgado, y allí se dilucidará. Tiene la razón y sus socios gallegos le han levantado la camisa hasta el pecho, enseñando todo tipo de michelines. Ni tan siquiera los suyos, sino de los que han convertido la empresa conservera en un sucedáneo del timo de los sellos.

 
Carceller se mantiene al margen de lo que le atañe y eso lo justifica todo menos la fiscalidad

Su hombre fuerte ahora se llama Jorge Vilavecchia. Manda en Damm, donde hay un director general intachable y barcelonés (sobradamente capacitado y conocedor del negocio), y en la mayoría de sus intereses. Sea la petrolera canaria DISA, sea en Ebro Agrícolas, sea en Cacaolat (negocio a medias con los Daurella) o sea en Repsol. Sea incluso en sus latifundios onubenses, menos conocidos pero de gran nivel. Carceller es el prototipo de hombre de negocios que se mantiene al margen de casi todo lo que le atañe. Normal, tiene un gran elenco de asistentes, como cualquier notable español.

Pero eso sirve para justificar casi todo, menos para una cosa: la fiscalidad. Demetrio Carceller tiene asuntos pendientes con la justicia. Son deudas tributarias que la Fiscalía y la abogacía del Estado consideran que están pendientes. Su padre o él, o ambos, no han cumplido correctamente con la ciudadana y democrática tarea de pagar los tributos.

Y Carceller debe pagar. Como pagamos todos. Resulta indiferente si tiene más o menos capacidad para optimizar sus impuestos. Ni él, ni Botín, ni nadie en este país puede dejar de atender sus tributos mientras el resto de españoles cumplimos de forma casi religiosa. Mientras Carceller no pague, no regularice su situación, no sé por qué extraña razón debemos beber su cerveza, repostar sus carburantes o comer sus congelados. Y él debería tenerlo en cuenta.