Demetrio Carceller III: una herencia silenciosa de la España de Franco
La economía dinástica vuelve con fuerza. Sus máquinas agujerean páramos oscuros y sus pesqueros fondean filibusteros en bancos saharianos. Demetrio Carceller Arce (Demetrio III), el presidente de la cervecera Damm, señor del crudo y del congelado, es el tercer eslabón de una holding familiar, germinada en los años del hierro y del miedo pero bien escondida bajo un manto de silencio. Demetrio III es hijo de Demetrio Carceller Coll (Demetrio II) y nieto de Demetrio Carceller Segura (Demetrio I), turolense, nacido en Las Parras de Castellote, ministro de Franco y pionero de un grupo industrial creado durante la autarquía, con la ayuda del Boletín Oficial y la muleta de los salarios del hambre.
Carceller Arce gestiona un enorme patrimonio industrial legado por sus mayores, que él ha sabido engrandecer, lejos de las cámaras, del ranking de Forbes o de la tentación del papel couché. Compagina la presidencia de la petrolera canaria Disa con la de Damm y con cargos en los consejos de CLH, Sacyr, Pescanova o Ebro Puleva. También es consejero de Gas Natural y de Repsol. Casi nada. Un auténtico trust hecho de energía, alimentación, bebida y cemento.
El emporio fundado por su abuelo en los años del pan negro fue protegido por su padre a lo largo de muchas décadas. Este último, Carceller Coll, además de ser un industrial portentoso fue accionista y presidente de Bancotrans (fundado por el pionero), el nicho español del Deutsche Bank. Las finanzas le pudieron hasta el punto de su imputación en la operación Pinta, que en 2010 desveló sus cuentas evasivas. Cuando el informe policial del caso salió a la luz, Carceller Coll había enmascarado al fisco 500 millones de euros “detrás de estructuras fiduciarias en territorios off-shore”, según un escrito del juez Pablo Ruz, el magistrado precoz y todo terreno de la Audiencia Nacional.
Gracias al pulso industrial del pionero y al estilismo monetario de su padre, hoy, Carceller Arce, el tercer eslabón dinástico, tiene el éxito asegurado. Nadie contaminará su empresa con halagos o invectivas. El presidente de Damm padece mediofobia; no quiere ser pasto del vejamen ingenioso de los cronistas de la Villa y Corte. Los Carceller no hablan. Son cazadores silenciosos. Pero, en su desdén, ignoran que el miedo al taquígrafo revela siempre un pecado original. El estigma de Carceller Arce proviene sin duda de su abuelo, Carceller Segura, ministro de Comercio e Industria entre 1941 y 1945, fundador de Campsa y Cepsa, inventor del sueño del petróleo sintético y acompañante influyente en la entrevista entre Ramón Serrano Súñer y Von Ribbentrop, que concluyó con la no adhesión de España al Pacto Tripartito iniciado entre Hitler y Musolini.
Carceller Segura, fundador de Falange y amigo personal de José Antonio Primo de Rivera, fue el lado germanófilo del Movimiento (en opinión de Max Gallo) y, sin embargo, supo deshacerse del lastre nazi después del desembarco aliado en el norte de África. Su velocidad mental era muy superior a la media; sin duda, una deuda turolense contraída en la depresión del Moncayo, donde dicen que el viento hiela el corazón y arremolina el pensamiento. Su nieto, Carceller Arce, entendió muy pronto que el enemigo acecha detrás del halago y la vanidad. Hoy, mantiene intacto el olfato de su linaje, pero ha surgido de una generación descolgada, sumergida en un falso anonimato para escapar de usías, autoridades y medallas.
El industrial cervecero ha situado su lugar habitual de residencia en Londres, metrópoli de los emboscados. Desde allí templa y manda en Sacyr, la constructora abandonada ahora por Juan Abelló, que ha vendido su participación del 9,6% al fondo THS. Abelló y Carceller Arce efectuaron juntos su entrada rampante en Repsol en los años en que Luis del Rivero celebraba reuniones en un palco del Real Madrid para proyectar el control accionarial de la petrolera. Rivero anheló la presidencia, pero el trono de Repsol estuvo siempre bien defendido por el hábil Antoni Brufau. En los núcleos duros del capital, las estratagemas se basan en la precisión y en el coste de oportunidad, como en los hoyos de Sotogrande o en los del Abama de Tenerife, donde Demetrio impone su hándicap.
El vacío dejado ahora por Abelló en la petrolera y la caída de las reservas provocada por la nacionalización de YPF pueden estar flanqueando a Carceller la futura presidencia de Repsol (una opción que, en su día, el propio Brufau impulsó para frenar a Rivero). En Pescanova se da otro ejemplo de sus movimientos hacia la cúspide. En la cadena alimentaria del hielo, Carceller Arce ha descubierto sus cartas y, esta misma semana, ha entrado en una guerra abierta con el actual presidente, Manuel Fernández de Sousa.
Demetrio III se mueve con el estilo suave de un predador en aguas tranquilas, pero esconde tras de sí el alma de un tiburón capaz de despedazar a sus piezas. Su paisaje son las hectáreas de matorral y prado que pueblan su enorme finca de Huelva, lindante, al este y al oeste, con las marismas del Guadalquivir y con la frontera de Portugal. Es el gran desconocido de la empresa española. El tercero de la saga catalano-turolense nació en Madrid y se licenció en Empresariales por el Colegio Universitario de Estudios Financieros (Cunef), antes de obtener el MBA por la Fuqua School of Business, en la Duke de Carolina. Su tarjeta de presentación, basada en la cultura financiera y el trilingüismo – español, inglés y alemán- alumbró una etapa de aprendizaje en el Santander y en McKinsey. Después, cuando tomó posesión de su grupo familiar, supeditó el instinto al código de su estirpe: jerarquía y discreción con la excepción de su momento público anual, en las juntas de accionistas de Damm, donde la compañía, gestionada ahora por Jorge Villavechia, no permite el acceso de las cámaras.
Su gen intelectual sobrevive en los patrocinios de la Fundación de la empresa cervecera, financiadora del entorno del FC Barcelona (con toques de calidad comercial como el spot de Cesc Fàbregas a bordo de un bou de pesca cantando una habanera en inglés) e impulsora del Teatro Real. En el aforo madrileño, el empresario, animado por su suegro el gran crítico Antonio Fernández-Cid de Termes, nunca falta a la Junta de Protectores del coliseo. Su afición a la música es incuestionable. Pero el Carceller Arce que frecuenta el Teatro Real es un hombre volcado sobre una melomanía de cafetín y género lírico; está más cerca del culto a doña Francisquita que de la sensibilidad mozartiana.
La herencia va de soi, pero no es un derecho divino que se da por descontado. La consanguinidad solo se robustece si se pone a prueba a mercado abierto. Cuando nació Demetrio III, los Carceller eran ricos gracias al afán acumulativo desplegado por el abuelo: “ninguno de los negocios, empresas, industrias, comercios, permisos de importación, de explotación o bancos pudo realizarse sin contar con el beneplácito de Demetrio Carceller Segura, por cuyas manos pasaron miles y miles de millones de pesetas dejando un peaje que demuestra la corrupción de la oligarquía del antiguo Régimen”, según expuso el prestigioso historiador Josep Fontana en el resumen del VII Congreso de la Asociación de Historia Económica de España.
Sin embargo, los descendientes de Carceller Segura, primero el octogenario Carceller Coll y ahora el joven Carceller Arce, no se han apoltronado sobre su turbio botín. Han seguido el camino expansivo de aquel cerebro económico de Falange, fundador del Instituto Nacional de Industria y adalid de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista. Lavarán la sombra del pasado, pero no podrán hurtar a la Historia el desdoro de las camisas pardas en los años mezquinos de la autarquía.