Demasiado Estado para un golpe de sargentos chusqueros

El Estado ha puesto en marcha medidas para impedir un referéndum, que parece propio de un golpe de sargentos chusqueros

Llevamos tanto tiempo asistiendo, la mayoría de los españoles con el desinterés que provocan las situaciones imposibles, al desafío antidemocrático catalán, que corremos el riesgo de perder perspectiva de donde nos encontramos (Unión Europea), de la solidez del Estado de derecho y de la capacidad de respuesta de las instituciones.

La maquinaría del Estado se ha puesto en marcha y es tan poderosa que va a disolver el intento de golpe de Estado como se disuelve un caramelo en la puerta de un colegio.

Ya está casi todo escrito sobre el esperpento de las maratonianas sesiones del Parlament catalán. Observar la falta de categoría de la presidenta del Parlament en sus permanentes, balbuceantes y reiteradas intervenciones hacen imposible creer que esa banda ofrezca la mínima confianza. Una opereta sin ningún respeto a las formas y sin garantías.

Quienes han dado golpes de Estado, sean cruentos o no, cruzan un rubicón en donde ya no hay que ofertar disimulos. Si se está dispuesto a cargarse de una sentada la Constitución y el Estatuto de Cataluña, quién puede esperar que respeten el reglamento de la cámara, el criterio del secretario general y el letrado mayor de la institución o los dictámenes del el Consell de Garanties Estatutàries. Los actores de este reparto son capaces de atropellar cuantas veces haga falta la ley y los reglamentos porque han perdido el sentido de la vergüenza. Donde se acaba la razón toma importancia la estética. Ocurrió el 23-F.

Quienes han dado golpes de Estado cruzan un rubicón en donde ya no hay que ofertar disimulos

Al coronel Tejero y a sus guardias civiles, visualmente constituidos en una especie de tropa de Pancho Villa, era muy difícil tomarles en serio, salvo por las metralletas y pistolas con las que amenazaron a los diputados. No dudaron en disparar al techo, como certifican los impactos que se conservan en el hemiciclo. El remate de esa charlotada fue el grito, que se pudo oír con claridad, de “¡Se sienten, coño!”. Una estética realmente insoportable. El contrapunto lo pusieron el general Gutiérrez Mellado con su coraje, el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez y el diputado Santiago Carrillo que se quedaron sentados en sus escaños desafiando la orden de tirarse al suelo.

Al margen de la respuesta democrática, ese espectáculo decimonónico, casposo y cutre fue determinante para que muchos de quienes se habían comprometido acabasen por descolgarse desde la convicción de que aquello no podía terminar bien. Quizá sólo por vergüenza de que sus madres les vieran alinearse con esa tropa.

Afortunadamente, la president del Parlament y los actores principales de este golpe a la democracia, fueron tan toscos como quienes asaltaron el congreso el 23-F. Sin armas porque ya tienen el Gobierno. Nadie con un mínimo de sensibilidad intelectual y respeto a la democracia puede pretender que se trate de una acción parlamentaria legítima; han tenido necesariamente que sufrir un bochorno colectivo de vergüenza ajena, que nos traslada geográficamente a latitudes donde la política no soporta la prueba del algodón de un país moderno, democrático, con dignidad y respeto no solo a la ley sino también a la apariencia.  

Ha transcurrido el tiempo suficiente de aprobación meteórica de la ley que convoca el referéndum y la llamada de transitoriedad para que la respuesta del Estado empiece a hacer temblar las piernas de quienes pensaban apoyar a los dirigentes de este golpe.

Las iniciativas del Fiscal General del Estado, las resoluciones del Tribunal Constitucional y el rápido funcionamiento de las policías judiciales ha puesto frente al espejo de la ley a todos quienes han podido tener la ensoñación de que se podía vulnerar la ley sin que les alcanzaran las consecuencias. Varios centenares de funcionarios públicos han sido apercibidos de las consecuencias de poner su firma en cualquier iniciativa que pretenda impulsar el referéndum. Aunque debían saberlo, ahora han recibido un papel con membrete oficial que les avisa de sus responsabilidades civiles y penales.

Las primeras deserciones no son menores. Los altos funcionarios del Ayuntamiento de Barcelona han emitido dictámenes sobre la ilegalidad de la cesión de colegios electorales. La inhabilitación que amenaza a quien secunde el golpe está haciendo que no les llegue la camisa al cuerpo a cualquier funcionario que participe en la sedición. La policía judicial se ha movilizado para intervenir urnas, papeletas y cualquier material para el referéndum. Los empresarios que las fabriquen o los propietarios de los locales donde se almacene este material saben que no les va a salir gratis.

Las primeras deserciones no son menores, empezando por el Ayuntamiento de Barcelona

En la Unión Europea y en los países más influyentes se observa lo que está ocurriendo en Cataluña con una mezcla de preocupación y de estupor. No hay una sola institución que muestre empatía y mucho menos apoyo a lo que está sucediendo. La soledad internacional de los golpistas es patética. Sus pretensiones de futuro en las relaciones internacionales de esa pretendida República Catalana no pueden ser más sombrías.

Las autoridades de la Unión Europea han repetido hasta la saciedad que se trata de un imposible metafísico que una Cataluña independiente siga perteneciendo a la Unión Europea, con las consecuencias económicas, sociales y monetarias que conlleva esa situación. Las manifestaciones de Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo, horas después de las sesiones del Parlament son tajantes. “Cualquier acción contra la Constitución de un estado miembro es una acción contra la UE”. En términos diplomáticos es equivalente a la reacción que tendría la OTAN frente al ataque de cualquier país miembro de la alianza. No hay un solo punto de apoyo a las pretensiones de los golpistas.

Todos estos obstáculos hacen impensable la celebración de un referéndum con la mínima apariencia de seriedad, garantía y rigor. A lo máximo que pueden aspirar los promotores de esta locura es a otra opereta de unas cuantas urnas de cartón clandestinas. En consecuencia, preparémonos para la algarada. Empezando por la manifestación de la Diada. Quizá sea inútil y utópico recordar a los promotores del referéndum los riesgos de convocar movilizaciones en la calle para apoyar un golpe a la democracia. El escenario no tiene ningún rincón que se pueda racionalizar.

El partido que ha sido hegemónico en la transición, que ha gobernado Cataluña de acuerdo a la Constitución y al Estatuto se ha aliado con Esquerra Republicana, que ya protagonizó otro golpe de estado contra la República, y con un partido antisistema capaz de llevar a la calle técnicas de guerrilla urbana. Lo que ocurra en las calles salpicará y será responsabilidad de todos los promotores. Quemar las naves de esta manera es renunciar a cualquier futuro político para todos los convocantes. Hemos entrado en un camino sin retorno.

El gobierno ha conseguido el apoyo sin fisuras del PSOE y Ciudadanos, mientras Podemos se ha quedado en tierra de nadie. Los responsables de las instituciones del Estado han demostrado con toda claridad su intención de impedir esta locura con todos los instrumentos de la ley, que son muchos.

Nos espera un camino muy complicado para todos hasta el 1 de octubre, pero sobre todo a los que persistan en retar con sus acciones al Estado de Derecho. Demasiado Estado para un golpe de sargentos chusqueros.