Del terror al miedo o al revés

Esta semana no quiero hablarles de política. O por lo menos no quiero escribir directamente de política. Tomémonos un respiro aunque sea sólo para reflexionar sobre los daños colaterales que pueden provocar ciertas actitudes políticas que hoy dominan el escenario español.

No sé si recuerdan la película que en español se llamó El Cabo del Miedo y que dirigió Martin Scorsese en 1991 con Nick Nolte, Robert de Niro y Jessica Lange como protagonistas. Era un remake de otra película, El Cabo del Terror, cuya traducción al español era menos fiel al título en inglés, rodada en 1962 y dirigida por John Lee Thompson.

Los protagonistas eran, en esa ocasión, Gregory Peck, Robert Mitchum y Polly Bergen. Esta película era a su vez una adaptación de la extraordinaria novela de suspense, The Executioners, de John D. MacDonald, publicada en 1957.

La novela y ambas películas compartían la misma historia. Esta se centra en Sam Bowden (Peck en 1962 y Nolte en 1991), un abogado con una larga carrera a sus espaldas, que vive feliz y contento con su aparentemente encantadora mujer (Bergen en 1962 y Lange en 1991) y una hija en plena pubertad (Lori Martin en 1962 y Juliette Lewis en 1991).

Todo parece irle a las mil maravillas, hasta que un hombre que defendió años atrás por asalto y violación regresa a la ciudad después de haber permanecido en la cárcel durante ocho largos años.

El preso en cuestión es Max Candy (Mitchum en 1962 i De Niro en 1991), un psicópata con sed de mal que ha aprovechado su encarcelamiento para preparar la venganza, ya que considera que su abogado no se esforzó lo suficiente en su defensa.

La versión de Scorsese es escalofriante, con un De Niro violento, musculoso y tatuado, supera con mucho la de Lee Thompson, que fue un fracaso por culpa de la censura que en aquel tiempo se ejercía en Hollywood al convertir al malvado Candy en ese villano de caramelo que sugiere su nombre en inglés.

Mitchum tenía cara de bueno incluso cuando figuraba que tenía que representar a un hombre malo muy malo. De Niro, en cambio, siempre ha sabido convertirse con facilidad en un hijoputa e incluso a menudo se pasa de la raya. Su interpretación en esa película fue otro de sus alardes de profesionalidad.

Además, la versión de Thompson tiene un final moralista, impostado, increíble teniendo en cuenta el mal rollo precedente, mientras que la de Scorsese es una película sórdida, sin concesiones, donde los personajes son contradictorios e inquietantes como la vida misma. La mala leche, por decirlo sin ambages, rebosa de acuerdo con la dureza de determinadas escenas y diálogos de la película.

La trama de lo que cuenta Scorsese tiene la misma intensidad que la novela, porque ni Bowden es un abogado limpio de polvo y paja ni su mujer, resentida con él por sus constantes infidelidades, le dará el apoyo que se supone que se prestan los matrimonios. Si a eso le añadimos la inquietante adolescente que es la hija de ambos, la cosa se complica aun más. Los enfrentamientos, las traiciones, la violencia real o figurada, impregnará a todos los personajes hasta llegar al frenesí que buscaba el ex convicto.

El terror nos conduce casi siempre al miedo. Como el miedo puede provocar terror. Esta es la metáfora de una película que, aplicada a la tensión política que domina la relación entre Catalunya y España, tiene también lo suyo. Lo nuestro, como en la novela y en las dos películas, es una historia de acechos y maldades. De impotencias y traiciones. De delirios e inocencias.

Lo que ya sabemos en Catalunya es quién es el villano Candy. Aunque vaya por la vida de bueno y dirija el Gobierno de España como si fuese Robert Mitchum, la realidad y las prácticas de ciertos ministros y altos funcionarios de la administración le acercan a las muecas histriónicas de Robert de Niro.

La complejidad aparece allí donde el pensamiento simplificador falla. Y en la España del PP el pensamiento débil campa a sus anchas.