Del pujolismo a la nada

El impacto de la confesión pública de Jordi Pujol ha liquidado los restos de una mitología. Queda Artur Mas entre las olas, con su precario chaleco salvavidas. La dinastía Pujol que hubo de ponerle en el poder por no tener a punto su propio sucesor ahora le deja entre tiburones.

Ha sido un largo viaje, desde el pujolismo a la nada. De los valores con los que Pujol se arropó no queda casi nada, salvo un gusto a ceniza y una cuenta en Andorra. Por supuesto, estamos en las antípodas de lo que son las virtudes públicas del sistema demoliberal. Al entrar en el nuevo siglo, sectores del nacionalismo convergente llegaron a la conclusión de que el mejor ingrediente para renovarse doctrinalmente era el liberalismo. Pero el liberalismo requiere de virtudes liberales. Quedan unos pocos políticos convergentes que todavía se sienten de filiación liberal sin decirlo en voz alta.

 
De los valores con los que Pujol se arropó no queda casi nada, salvo un gusto a ceniza y una cuenta en Andorra

Incluso se ha dicho que Artur Mas era un nacionalista liberal. Pero, ciertamente, es difícil conjugar el liberalismo clásico con tesis tan contundentes como las mayorías indestructibles, decir que una manifestación mal cuantificada tiene mayor valor que el Estado de derecho o que los derechos de la nación irredenta puedan preceder a los derechos de los individuos. Y en realidad, ahora constatamos que todo eso ya comenzó con Jordi Pujol.

La tesis central del liberalismo propugna el gobierno limitado. Gobierno fuerte y a la vez limitado. Por el contrario, Convergència ha venido ejerciendo el poder de modo tentacular, intervencionista, hiper-regulador, clientelista y –según las diversas imputaciones– con un gravísimo componente de corrupción. Jordi Pujol tuvo mayorías absolutas mientras mantenía su cuenta andorrana fuera del alcance de Hacienda.

Al apostar por la mutación inexplorada que era la inmersión lingüística, la Generalitat pujolista se situaba en las antípodas de los valores liberales. Se adujo que la mutación era necesaria para asegurar la supervivencia de la lengua catalana frente al acoso agresor de la lengua castellana. En realidad, eso significaba invertir el principio por el que todos habíamos reivindicado en tiempos de la dictadura la presencia del catalán en la escuela. Era el derecho a recibir la enseñanza de y en la lengua materna, según proclamaba la UNESCO.

En definitiva, se defendía el derecho a una opción, a elegir. Pero con la inmersión lingüística, salió perdiendo el principio de libre elección. Opciones de padres y alumnos quedaron vinculadas al hecho supra-individual de la lengua como perteneciente al territorio. El castellano no solo ya no sería una de las dos lenguas propias de Catalunya sino que dejó de tener derechos como lengua materna.

Mientras tanto, ¿qué hay de liberal en la carencia de pluralismo que se da en TV3? Convergència acaba siendo tan solo una maquinaria de poder, sin capacidad de renovarse. Inmersión lingüística y nacionalización de la cultura ya eran dos síntomas de iliberalidad. Tampoco corresponde a la mentalidad liberal que el líder de un ejecutivo designe líder de la oposición al líder del partido que le da apoyo parlamentario. Con Artur Mas, la ficción liberal acaba siendo populismo descontrolado. Ha sido pasar del business friendly a inquietar –y mucho– al mundo empresarial. La nada sustituye a Pujol.

Incluso quienes no fueron antipujolistas de raíz ahora reconocen lo que es la metástasis devastadora de una dinastía con más privilegios que virtudes.