Del populismo de Trump al de…Puigdemont

El populismo ha cobrado fuerza en distintos países por distintas razones. Cada sociedad tiene sus características, y existen factores diversos. El principal es la falta de perspectivas para una parte cada vez mayor de personas, que se inclinan por aquellos políticos que ofrecen alguna explicación, aunque no sea demasiado coherente, ni, por supuesto, obedezca a la realidad.

Pero el cambio tecnológico, la transformación del modelo productivo, que deja a los que tienen menos habilidades en la estacada, y la enorme desigualdad de renta, –en Estados Unidos la distancia entre la elite y el resto es cada vez mayor, con una clase media que pierde posiciones en las últimas décadas—provoca que personajes como Donald Trump puedan tener opciones de ganar las elecciones presidenciales.

Sus mensajes son de una simplicidad pasmosa. Pero reciben aplausos. Asegura Trump que la disyuntiva reside entre otorgar el poder al pueblo, o a la clase política corrupta de Washington. Y claro, los presentes en sus actos responden que no hay color, que Trump les facilitará el poder y ganará el pueblo de Estados Unidos. Perfecto.

Los populismos también se refugian en la identidad, y la confusión de legitimidades. Se ha comprobado esta semana en Cataluña, con el caso de la alcaldesa de Berga, Montserrat Venturós. El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, le ofreció todo su apoyo, junto con otros líderes del movimiento soberanista. El presidente no quiso diferenciar, dando pie al equívoco, que Venturós fue detenida no por colgar una estelada en el Ayuntamiento de Berga, que había decidido el pleno del ayuntamiento, sino por no acudir ante el juez una vez fue citada.

¿Es o no populista situarse al lado de la alcaldesa, impulsando la idea de que el Gobierno central sólo quiere judicializar la política, que todo lo que se hace en Cataluña es legítimo y que sólo se pretende ir contra la democracia?

El periodista Pere Martí, un profesional competente, con una carrera profesional destacable, es ahora el jefe del gabinete de comunicación de Puigdemont. En su cuenta de Twitter, aunque él sostenga en su perfil que sólo da cuenta de opiniones personales, ha asegurado que «si las decisiones judiciales van en contra de la mayoría de los votos del Parlament o de los plenos municipales ¿cómo garantizamos la democracia?»

Es una afirmación grave. La democracia no está en peligro porque a una alcaldesa se la cite a declarar por colgar una estelada que no es la bandera oficial de Cataluña, y que representa a una parte de la sociedad catalana que vota a favor de la independencia. La democracia está en peligro cuando se fuerzan las cosas, cuando se violenta la legalidad. Es exactamente al revés de como lo plantea el jefe de comunicación de Puigdemont.

Lo que plantea el soberanismo desde hace varios años es una especie de revolución, pero que se organiza, por ahora, a través de guerrillas permanentes, con el objetivo de ir logrando mayor apoyo para completar el proyecto. La venta de todo eso, de esos supuestos ataques del Gobierno, después de acciones de distinta índole, es populismo,  es el mismo populismo que se ofrece como respuesta a problemas comunes: la falta de perspectivas, el miedo al futuro ante la crisis económica.

Resolverlos exige otra cosa. Veremos si los responsables políticos son capaces de sortear esos peligros populistas.