Déjense de ambigüedades, señores de CDC

A algunos dirigentes de CDC les pierde la estética. No han aprendido que el contorsionismo y la ambigüedad no les convienen en absoluto.

Al contrario, les va a penalizar, puesto que confundir su legítima aspiración de situarse ideológicamente en el centro político y buscar el apoyo de los moderados, lo que incluso puede seducir a muchos antiguos votantes socialistas, con la indefinición es, sencillamente, un suicidio.

Si el pasado miércoles se reunieron por primera vez los miembros de la Comisión Interdepartamental para el Desarrollo del Autogobierno, formada por Oriol Junqueras, Carles Viver Pi i Sunyer, Josep Maria Reniu y Víctor Cullell, para hilvanar la estrategia conjunta entre Govern y Junts pel Sí cara a la desconexión, ¿qué sentido tiene volver a la ambigüedad? Si la etapa autonomista está superada, ¿qué queda? La independencia o el federalismo. Todo lo demás es pura táctica.

CDC ha llegado demasiado lejos para que, de repente, a pocos días de iniciar las ponencias conjuntas de las tres leyes de la desconexión —seguridad social, hacienda y de transición jurídica—, se eche atrás y diga ahora que «en CDC cabe gente que aspira al referéndum y que no obstante votaría no». Me parece un error plantearlo así.

Si la nueva CDC es una burda copia de lo que fue el «pujolismo», estoy seguro de que fracasará. ¿Es que es incompatible defender la independencia de Catalunya con ser moderado y creer que la acción política debe regirse por la prudencia? No, de ninguna manera.

Lo que falta en la política catalana es una partido independentista que abrace el moderantismo sin renunciar al objetivo final que hoy está bien definido.

Los de CDC creen, aunque yo pienso que se equivocan, que su problema se resuelve despejando la incógnita ideológica. Se «pelean» amistosamente sobre si deben definirse como socialdemócratas o liberales, cuando su problema de verdad es de credibilidad. No son creíbles porque ya no son un ejemplo de virtud. Eso es lo que debería quitarles el sueño.

CDC dejó se ser un partido creíble cuando se descubrieron algunos tejemanejes de la vieja guardia, acostumbrada a una manera de actuar que no casa con los nuevos tiempos ni con el espíritu de protesta que tiñe el ambiente actual.

El problema de CDC no es, digan lo que digan, de identidad. Es estructural. Cuando se descubrió que el discurso moral de Jordi Pujol se sostenía sobre un «pecado original», un «vicio privado» que mantuvo en silencio para cubrir a su núcleo familiar, el «pujolismo» se derrumbó y CiU se fue al carajo.

CDC se derrotó a si misma. La suma de errores, la falta de coraje para cortar algunas cabezas y confundir lo táctico con lo estratégico les condujo al callejón actual, que es de extrema debilidad y un exceso de mal humor. CDC se está quedando en los huesos y no se les ocurre otra cosa que ponerse a dieta. CDC debería ser el partido nacional moderado que defendiese la independencia de este país con toda rotundidad, sin complejos, arropando a los partidarios del referéndum sin esconderles que CDC lo demanda para votar la independencia.

Olvídense del referéndum como meta. Ese es el nuevo placebo que recetan los federalistas de hoy, aquellos que, como antaño Pujol o el PSC, siempre encuentran un buen cuento para relegar la independencia en aras de cualquier acuerdo, especialmente financiero.

Está claro que vamos a resolver la cuestión de Cataluña a través de un referéndum, porque esta debe ser la aspiración de todos los demócratas, pero no es un fin en sí mismo. Eso que lo defienda Coscubiela y su gente.

Prat de la Riba escribió que el catalanismo sólo triunfaría si se convertía en un factor de modernización de Cataluña. Entendido así, el catalanismo era la modernidad y no su resultado. Aplíquese al momento actual y verán lo que pasa: que CDC puede convertirse en «la tercera vía» independentista. La modernidad opuesta al paleoideologismo de otras formaciones políticas.

Si un partido aspira a ocupar el espacio central del país debe aspirar a la supremacía entre los independentistas, ampliando la horquilla electoral, y ofreciéndose como garantía del cambio sin estridencias ni postureos inútiles.

Cualquier estrategia de regeneración política de CDC pasa, pues, por recuperar la credibilidad política y ética que se derrumbó hace años. Perder el tiempo intentando definir un perímetro hueco es un sinsentido que CDC no se puede permitir. ¿Los moderados, el centro amplio que Anthony Giddens llamó centro radical, pueden agruparse entorno a CDC? ¡Claro que sí! Especialmente si dejan de contradecirse.

Sólo se puede ganar el centro si la dirigencia convergente deja de actuar a la defensiva y entiende que para ganar las elecciones debe transmitir confianza. Eso es lo que perdieron por el camino cuando no supieron reaccionar ante los embates políticos que les acechaban.

Eso es lo que volverán a perder si aquellos que les votaron incluso cuando el vendaval destruía las antiguas certezas detectan que CDC puede defraudarlos nuevamente.