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Los sociólogos consideran propio de los tiempos revueltos poner todo patas arriba. Cuestionarse verdades inmutables. Buscarle las vueltas a cosas ante las que, hasta el momento, se mantenía una actitud pasiva o indiferente. Así es que la incertidumbre por la falta de empleo, la pérdida de derechos y a disminución del poder adquisitivo se traducen también en una sacudida de alfombras que, si no fuese por su origen indeseable, tendríamos por saludable y oportuna.
En esas estamos por aquí. Que si los políticos nos representan o no. Que (otra vez) monarquía o república. Que a ver cuánto cobran de más los ejecutivos de las empresas. Que si el injusto sistema económico genera pobreza, injusticia y desigualdad. Que vaya tropa los de la banca. Que si hicimos la Transición rematadamente mal. Que si somos centralistas, autonomistas, federalistas, soberanistas o mediopensionistas…
Tras todas estas grandes reflexiones sistémicas laten –-qué duda cabe, que diría el gran Arsenio del Superdépor-– verdades, medidas verdades, justificadas indignaciones y razones para la discusión pública. Por supuesto. En general, las reflexiones sistémicas son muy del gusto de la izquierda política, siempre dispuesta a comenzar revoluciones pendientes y posponer la solución de los problemas inmediatos para el medio o el largo plazo (por ejemplo, para cuando seamos independientes). Se muestra una acreditada capacidad para establecer el diagnóstico junto con una dudosa destreza para presentar alternativas que no pasen por drásticas operaciones quirúrgicas, más utópicas que realistas.
Mientras la izquierda de “dentro” del sistema fluye entre incertidumbres, indecisiones y desorientaciones (un mal común, en general, a toda la socialdemocracia europea), y la de “fuera” prepara la revolución, la derecha gobernante maneja con soltura el BOE y el DOGA. Ese es su estilo de hacer ideología bajo el disfraz del tecnicismo. Sin ruborizarse mucho por las promesas incumplidas, va arramplando, poco a poco, con logros hasta ahora incuestionables del estado de bienestar. La maquinaria propagandística funciona lo suficientemente bien como para que una parte sustancial de la ciudadanía perciba que no hay otra solución, incluso votando contra sus propios intereses. Que son otros los responsables de la “desfeita” y que “no queda más remedio” que tomar medidas duras. Pensamiento único.
Sí. Es preciso tomar medidas, que la izquierda irresponsable y dilapidadora nos dejó el patio hecho unos zorros. Lo hacemos llenos de razón. Sin complejos. El que quiera estudiar una carrera, que la pague a precio de mercado. En los comedores escolares, que se repague. Las pensiones las subimos, sí hombre sí, pero no tanto como el IPC. También los jubilados han de re-pagar las medicinas.
Y duro con los enfermos hospitalarios que no ocupen cama (crónicos, cánceres). Que paguen, vaya jeta, viviendo a costa del erario público. ¿Estudiantes que necesitan becas? Pues que estudien más que los demás. Amparo judicial sí, pero nada de justicia de balde, que siempre hubo clases. ¿Convenios colectivos, derechos de los trabajadores? Oiga, oiga, que no somos hermanitas de la caridad. Y mira tú los profesores de la pública, siempre a vueltas con la pedagogía y con la ideología. Incluso les tenemos que mandar a los de la privada para que corrijan exámenes en las revalidadas reválidas. Además, les bajamos el sueldo, a ellos y a todos los empleados públicos, que están viviendo por encima de sus posibilidades, ¿es que no lo veis?
No hurtamos el debate, que controlamos muchos medios pero ahí está internet para incordiar. Eso sí, primero van los textos al BOE. O al DOGA. Después ejerzan ustedes su derecho al pataleo, faltaría más. Quédense con la lírica, con la épica y con la dramática, que nosotros tenemos la prosa. La de los boletines.