Decrecimiento o innovación
En lugar de reducir la conectividad internacional del aeropuerto de El Prat o eliminar la ingesta de carne, sería interesante que nuestros políticos optaran por una visión proactiva con relación a la descarbonización o electrificación del transporte, la implantación masiva de energías renovables o la I+D en proteína vegetal y carne de cultivo celular
En Europa en general, y en España en particular, ha tomado fuerza en los últimos años la idea del decrecimiento. Este movimiento intelectual, de cierta inspiración malthusiana, asume que los recursos naturales, como, por ejemplo, los recursos energéticos, son fijos, constantes y limitados, concluyendo así que el crecimiento económico es intrínsecamente insostenible.
En primer lugar, los decrecentistas yerran al considerar la biosfera un sistema físico casi cerrado, cuando el planeta recibe anualmente aportaciones de energía procedentes del sol superiores en cinco mil veces el consumo energético de la humanidad. Además, la evolución del crecimiento demográfico indica una clara ralentización debido en gran parte a los procesos de urbanización que acompañan al incremento de la renta per cápita mundial y la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. La ideología, una vez más se enfrenta de bruces al análisis preciso de la realidad.
Los países que mejor están afrontando la emergencia climática no son aquellos que crecen menos o que no crecen, sino aquellos que, a través de la tecnología y la innovación, consiguen mayores niveles de eficiencia, es decir, logran producir más con menos, o producir de manera más respetuosa con el entorno. La evolución de muchas industrias está demostrando precisamente que, en muchas industrias, la eficiencia ha mejorado lo suficiente en las últimas décadas como para conseguir una producción mayor con menores insumos y con menor impacto ambiental. La realidad es que lo necesario no es volver atrás, sino precisamente lo contrario, desarrollar más tecnología y más innovación para reducir el impacto de nuestra actividad productiva.
Los países que mejor están afrontando la emergencia climática son aquellos que, a través de la tecnología y la innovación, consiguen mayores niveles de eficiencia
El error principal de esta cosmovisión es intentar analizar el futuro con unos prismáticos fabricados con la tecnología del presente. La energía, el transporte y los alimentos suponen conjuntamente el 90,9% de las emisiones totales de gases de efecto invernadero. Hace apenas diez años, era mucho más barato construir una nueva central eléctrica que quemara combustibles fósiles que construir una nueva planta solar fotovoltaica o eólica. Pero en los últimos años esto ha cambiado por completo.
Las placas fotovoltaicas y los aerogeneradores, que tenían un coste de 1.300 euros/kW y 1.090 euros/kW en 2010, se han reducido en pocos años a 142 euros/kW y 758 euros/kW respectivamente. Los avances que han posibilitado esta reducción de precios abarcan aumentos en los esfuerzos en I+D; avances de la ingeniería en los procesos de producción de módulos solares; eficiencias en la producción de lingotes y obleas de silicio; mejoras en la experiencia operativa… En los próximos años, mejoras importantes en la capacidad de acumulación de las baterías además de la introducción de impuestos pigouvianos sobre las emisiones de CO2, contribuirán de forma significativa a la electrificación y descarbonización de la economía.
En el sector de la movilidad, buena parte de la innovación gira hoy en torno a tecnologías automotrices conocidas con el acrónimo ACES – vehículos autónomos, conectados, eléctricos y compartidos. Los flujos de tránsito más racionales, impulsados por sistemas basados en inteligencia artificial cognitiva reducirán sensiblemente el tiempo en la carretera. Los vehículos privados de combustión que están contaminando (y aumentando la incidencia del asma infantil) ciudades como Barcelona o Madrid serán sustituidos por vehículos eléctricos autónomos, propiedad de flotas de transporte como servicio (TaaS), optimizando así los recorridos para servir a la mayor cantidad posible de personas en la forma más conveniente.
Crecimiento y sostenibilidad son perfectamente compatibles
En el campo de la alimentación, la fermentación de precisión, la impresión 3D y la agricultura celular permitirán reducir drásticamente la tierra utilizada por el cultivo y la ganadería, así como el sufrimiento animal. La adopción de este modelo de alimentación entraña un futuro prometedor: todo el mundo podría obtener alimentos en abundancia utilizando tan sólo una pequeña parte de superficie. Según un estudio reciente publicado por Barclays, el sector de las alternativas a la carne podría alcanzar una facturación de 140.000 millones de dólares en diez años, una cifra que supone el 10% de la industria cárnica global.
Crecimiento y sostenibilidad son perfectamente compatibles. De hecho, hacer un uso más eficiente de los recursos, hacer más con menos – menos energía, menos materiales, menos minerales o menos agua – es la base del crecimiento económico. No vamos a descarbonizar la economía sin crecimiento: necesitamos inversión en infraestructuras y nuevas tecnologías. En lugar de reducir la conectividad internacional del aeropuerto de El Prat, eliminar la ingesta de carne o reducir el consumo energético – doméstico o industrial – sería interesante que nuestros políticos optaran por una visión proactiva con relación a la descarbonización o electrificación del transporte, la implantación masiva de energías renovables o la I+D en proteína vegetal y carne de cultivo celular. En definitiva, seguir desatando el progreso del conocimiento y la tecnología al servicio del bienestar social.