Decisión histórica
El Gobierno en funciones ha consumado una deuda que tenía la democracia española al exhumar el cadáver de Franco del Valle de los Caídos
Sucedió. Por fin sucedió. Unos dicen que: «Total, ¿para qué?”. Otros: pocos y ridículos, residuo de un pasado lamentable, se rasgan las vestiduras y lo tildan de profanación ignominiosa. Y algunos proclaman que si se ha hecho con demasiado bombo y platillo; que si la bandera preconstitucional que la familia llevaba escondida mancilla toda la operación; que si tal; que si cual…
Y, por aquí navegando en las marismas de la crítica, es curioso ser testigo en la coincidencia en algunos argumentos por parte de la derecha más rancia y de los de los independentistas más beligerantes que achacan al gobierno una única y clara voluntad de electoralismo por el momento y la “mise en escene”.
Pues qué les voy a decir: a mi me importa un pimiento las coincidencias o no en el calendario electoral y más sabiendo la prolongación que ha sufrido este proceso por la burocratización que ha supuesto dar respuesta a todos los impedimentos que la familia del dictador ha ido interponiendo para dilatar la exhumación.
Y, en todo caso: qué digan… qué digan…
Porque la realidad es que el gobierno en funciones de Pedro Sánchez ha consumado una deuda que tenía la democracia española para con sus conciudadanos y con su pasado más inmediato, levantando formalmente la losa franquista y exhumando el cadáver de Franco colocándolo junto a la mujer del dictador en Mingorrubio.
La realidad es que no fue un funeral de Estado y la ministra de Justicia presente en el histórico acto actuó como notaria mayor del Reino dando fe de un momento lleno de simbolismo y trascendencia. La realidad es que dejar sacar el ataúd a hombros de sus familiares no es, ni mucho menos, homenajear a nadie.
La realidad es que el hecho que las televisiones estuvieran filmando y relatando cómo transcurría el proceso responde a una necesidad informativa de transparencia que muchísimos ciudadanos querían ver. La realidad es que los franquistas gritones que arengaban el espíritu del caudillo eran cuatro gatos que representaban precisamente eso: una minoría gatuna que no le queda maullido que dar.
Si la exhumación de Franco no ha acabado de satisfacer a nadie es que es probable que las cosas se hayan hecho mejor de lo que parecen
La realidad es que el dictador Francisco Franco que lideró un golpe de Estado a un gobierno democrático e impuso su dictadura a este país durante 40 años dejando dolor en todas las esquinas ya no está enterrado en la basílica del Valle de los Caídos.
Ya no se le da cobijo en esa obra faraónica construida gracias a los sudores, las enfermedades, las penas y las angustias de los presos políticos republicanos. Y eso solo, con toda las trascendencia que tiene, es un motivo para valorar la salud democrática que, con todos los defectos que seguro tiene esta nuestra democracia, hay que poner en valor.
Y solo quedaría recordarle a la familia del caudillo por la gracia de Dios que se aguante. Que recen a su abuelo con toda la devoción que les parezca en su nueva morada y que aprovechen también para rezar por su abuela que debe haberse sentido muy sola todos estos años.
Y para agradar o desagradar a todos cabria recordar que, como no puede ser de otro modo, en el traslado hubo un poco de todo pero se escucharon más a los franquistas que, con el brazo en alto, gritaban y e desgañitaban para hacerse oír.
Son tan pocos y se les ve ya tan ridículos que, si no fuera porque tenemos ahora un partido de extrema derecha que pretende blanquear lo que sucedió, no haría falta ni mencionarlos. Esos aspavientos parecen, y deberían ser para todos, propios de tiempos superados.
Y aunque nos queda aún mucho camino por recorrer, muchas cunetas que abrir, muchas identificaciones para hacer y muchos perdones que pedir, déjenme que les diga que, como bien apunta mi lúcida, sensata y juiciosa amiga Myriam, si la exhumación de Franco no ha acabado de satisfacer a nadie es que es probable que las cosas se hayan hecho mejor de lo que parecen.
Y, ¿por qué no decirlo en los tiempos que corren? Se debe haber hecho la mar de bien.