Debate intenso sin un ganador claro: las elecciones siguen abiertas
El escenario en tonos claros, resaltando la abusiva publicidad de ATRESMEDIA, le ha dado a el debate una imagen de informalidad, un cierto tono light tan al uso en los programas frívolos de entretenimiento.
Se le notan tablas, sobre todo a Vicente Vallés, que junto a la sempiterna Ana Pastor han manejado la moderación con destreza. Pero Ana Pastor ha sido más invasiva y agresiva, buscando un protagonismo que hoy no le correspondía.
Desde el primer momento, Soraya Sáez de Santamaría, situada geográficamente en la extrema derecha del escenario, ha ocupado el centro, consiguiendo en parte que fuera un debate de tres contra una. Luego ha ido decayendo.
Creo que ha sido un acierto que Rajoy no haya asistido. No ha pagado precio en el debate por su ausencia, excepto unas alusiones a que el presidente lo estaría viendo desde casa. Soraya, sin mirar un papel, lo que es metafísicamente imposible en el caso de Rajoy, lo ha hecho mejor. Tiene una imagen mucho más agradable, es mejor dialéctica y da imagen de solvencia intelectual y política.
Me produce ternura el desparpajo de Pablo Iglesias, que igual habla del intento de Andalucía de conseguir la independencia en 1977 –no había Internet y no ha mirado la hemeroteca– que de los sueldos de los senadores sin mirar los de su casa.
A Pedro Sánchez le he visto muy suelto, y a Rivera descolocado en su relación con el PP. Creo que este debate no definirá muchos votos. Pero sin duda ha sido mucho más ágil, más intenso y de mejor calidad que el de El País.
En casi todas las democracias, las elecciones se deciden en los debates televisados. En España también se había instalado la tradición. Creo recordar que fue Javier Arenas en las elecciones andaluzas del 2012. Su atril quedó vacío. Dicen que iba sobrado y que se dio el gusto de no compartir debate con José Antonio Griñán e Izquierda Unida. Alegó falta de neutralidad de la televisión pública andaluza. No consiguió mayoría absoluta y con ello tampoco el gobierno de Andalucía.
El 24 de mayo de 1993, los cronistas sentenciaron que José María Aznar había vapuleado a Felipe González. El socialista se puso las pilas para la revancha y ganó el segundo debate y con él las elecciones generales.
Tengo una anécdota personal de aquel debate. Entonces era yo director de la revista Panorama y colaborador asiduo de Antena 3. Un mes antes del comienzo de la campaña acompañé a Antonio Asensio y a otros periodistas del Grupo Zeta a una reunión en La Moncloa con el presidente González para acordar los detalles del debate.
El presidente tiró de agenda. Todos convenimos que el 24 de mayo era un día excelente para el primer debate. Entonces, el candidato González mostró su preocupación porque ese día regresaría de un mitin electoral en Canarias y que estaría cansado del viaje y la jornada electoral. Rosa Conde, que era entonces secretaria general de presidencia atajó: «no te preocupes, presidente; Aznar no te dura quince minutos». Como ya he dicho, hay consenso en que Aznar ganó claramente el debate. Los asesores deben ser críticos aunque no resulten simpáticos.
La posición de los líderes ha sido todo menos cómoda. No tener un atril para protegerse, para manejar el lenguaje corporal con un parapeto, introduce incomodidad.
Habría que hacer un estudio de los tics con los pies y de la desnudez ante las cámaras. Rivera, desde el primer momento ha cogido un ritmo con un pie a la derecha y el otro a la izquierda. Se le ha notado incómodo en la gesticulación. Pablo Iglesias ha estado más en posición de combate, encogidos los hombros como siempre y retorciendo pausadamente un bolígrafo entre las manos que no ha empleado para escribir. Y Pedro Sánchez, probablemente siguiendo consejos, ha manejado bien la sonrisa irónica frente a las aseveraciones de sus oponentes.
Hay que reconocer que la vicepresidenta no se pone nerviosa con nada. Con la corrupción se ha puesto en cabeza de la manifestación pretendiendo que el PP es el partido que lucha contra la corrupción.
Es cierto que hasta ahora, los debates eran cosa de dos en un universo de presidente de Gobierno y líder de oposición. Por primera vez, los partidos emergentes han cambiado el esquema. Hasta el punto de que no necesitan ser partidos parlamentarios ni mucho menos diputados en ejercicio. Algo impensable hace tan solo unos años.
Algún día sabremos el detalle de la campaña electoral del PP. No tiene un candidato a presidente, sino dos; o al menos uno y medio. El titular, que formalmente es Mariano Rajoy, no juega los partidos finales, sino que tira de banquillo y trata de mandar, y finalmente manda, como su vicaria a Soraya Sáez de Santamaría. ¿Miedo, estrategia, inicio de relevo?
Acertados o equivocados, los estrategas de campaña del PP piensan que Rajoy en esos debates restaría más que ganaría. Porque nadie deja de hacer algo que cree que le va a favorecer. Tampoco va sobrado el PP en las encuestas como postureo de ganador. ¿Entonces?
Varias consideraciones:
Primera. El PP va a agotar todos los esfuerzos por estirar la imagen de que el bipartidismo no está del todo muerto. Ningunear a los emergentes es una consecuencia de la «España en serio» que reza su slogan electoral. Los nuevos no son serios, no tienen experiencia ni solvencia para gobernar. Son experimentos que no se recomiendan ni con gaseosa.
Segunda. En caso de ganar las elecciones pactar sería imprescindible para gobernar. Y, a la vista de que puede ser una dura negociación si amenaza lo que el PP llama «un pacto de perdedores, podría ocurrir que Ciudadanos, si se pusiera exquisito, reclamara un candidato alternativo en línea con lo que está ocurriendo con la investidura de Artur Mas.
Tercera. Empieza a haber consenso en la naturaleza de delfina que tiene Soraya Sáez de Santamaría en esa querencia que tienen los jefes de dejar nominado sucesor. En ese sentido, Soraya es sin duda el rostro más amable, eficaz y sin mancha de corrupción del Partido Popular. En una legislatura que se aventura complicada y previsiblemente corta, tener situada en la línea de salida a la vicepresidenta sería una ventaja. Incluso para la eventualidad de que Mariano Rajoy dimitiera y se formalizara una votación posterior de investidura de Soraya Sáez de Santamaría.
Solo desde la consideración de la certeza de todas estas premisas o de algunas de ellas, se explicaría que el PP haya decidido esconder a su candidato. Con el añadido de que la campaña del PP también determinaría que tiene todo su pescado vendido sin enganchar el centro izquierda, copado por Ciudadanos y pretendido por el PSOE y sin posibilidades en el electorado urbano y joven.
A pesar de durar más de dos horas, no se ha hecho pesado. Enhorabuena, ha habido tiempo para hablar de la política exterior en temas de refugiados y de la eventualidad de participar en una guerra contra el ISIS. El debate ha confirmado la defunción del bipartidismo. Las elecciones todavía están abiertas con cuatro partidos con posibilidades de ganar. Algo inédito en la reciente historia de España.
Se confirma que Rajoy hace trampas. Se ha escondido en dos debates y se reserva un mano a mano con Pedro Sánchez, porque le conviene un moderado apoyo al PSOE para tratar de frenar el crecimiento de Ciudadanos.
Termina el debate y termino de escribir este artículo. Estoy cansado de tuitear, escribir y atender al debate. Me siento un poco confortado porque estaba saturado de los partidos de ping pon, los futbolines de Rajoy y las habilidades de Pablo Iglesias con la guitarra.
No he visto un ganador claro. Veremos que dicen mañana las encuestas.