De Unicef al Barçagate
¿Cuál es el auténtico Barça, el que llevaba en la camiseta el logo de Unicef o el del espionaje y difamación a los propios jugadores?
Finalmente, Josep Maria Bartomeu, el president fortuito del Barça, se ha estrellado contra el muro de su incompetencia. Los presidentes de este club –que fue más que un club y ha pasado a ser un súper club– han exhibido siempre, con la sola excepción de Joan Gaspart, una extraordinaria vocación de liderazgo. También el efímero Sandro Rosell. Bartomeu no.
La vocación de Bartomeu es la de superviviente, la de administrador. Su desiderátum era –ahora ya no puede serlo– mantenerse a flote, no conducir el Barça hacia ninguna parte sino procurar que el gran buque insignia de Barcelona sufriera el mínimo desgaste posible.
Es probable que, como Gaspart, Bartomeu fuera competente como tercero o segundo de abordo. Lo cierto es, que como el que durante tantos años fuera mano derecha de José Luis Núñez, no se ha mostrado competente como capitán de este gran bajel. Por lo menos Gaspart lo reconoció con palabras claras y humildes: “Buen vicepresidente, mal presidente”.
En el último podcast de Economía Digital, el editor Juan García preguntaba cuál era el auténtico Barça, si el que llevaba en la camiseta el logo de Unicef o el del espionaje y la difamación a los propios jugadores. Del buenismo al cinismo, de la bondad exhibida a la maldad oculta y descubierta tal vez no medie un recorrido tan largo como pueda parecer.
Recordemos los vaivenes de la presidencia blaugrana. Núñez ganó al supuesto candidato pujolista con el eslogan anti político, o sea conservador, del Barça triunfante. El nuñismo, consubstancial al Barcelona, es una de sus almas. La otra es es la de Joan Laporta sino la del Aqustí Montal, de quien el joven máximo cosechador de títulos en menos tiempo era un remedo puesto al día.
Sandro Rosell, persona y personaje de claroscuros y desigual fortuna, decía poseer la ambición de unir las dos almas del Barça. La que encarnó Montal y la nuñista. Sin embargo, bajo esta pretensión y aunque fuera por influjo de la ley del péndulo, ardía en deseos de machacar a Laporta y el espíritu que representaba.
Bartomeu es el epígono de Rosell como Gaspart fue el de Núñez
Si los jueces aguaron el resentimiento que Rosell inoculó al Barça, la confusión entre sus intereses personales y los del club convirtió su estrella en mala estrella, brillante en un primer momento pero fugaz y de corto recorrido.
Bartomeu es el epígono de Rosell como Gaspart fue el de Núñez. Con la diferencia de que Núñez fue, más que un triunfador, quien forjó las bases del éxito. Recuérdese que puso en marcha la Masia, un proyecto tan innovador como estratégico, y fichó a Johan Cruyff, el otro personaje que ha dejado una huella indeleble, o mejor dicho un profundo y exitoso surco en el club.
El fulgor de Laporta se debió a su capacidad de aprovechar lo mejor de la época Núñez, no a su ideología sino a la confianza en el talento de la casa. Pep Guardiola, Leo Messi, la benefactora y alargada sombra del genial Cruyff.
Tal vez de modo subconsciente, Rosell actuó con resentimiento contra el pasado reciente de Laporta, hurgando en las sombras donde todo era luz. El que había conseguido llegar a la cima del mejor equipo del mundo reuniendo lo mejor de sus dos almas tan dispares, Agustí Montal y Nuñez, se tornó cainita. O sea autodestructivo.
Bartomeu es el epígono de Rosell. En su favor cuenta que intentó cerrar las profundas heridas abiertas de modo gratuito y casi salvaje por su padrino Rosell. En contra, su falta de proyecto, su nula ambición, la ausencia de liderazgo.
Bartomeu es un gestor. No parece un desalmado. Simplemente, es alguien ajeno a las dos almas del club, un simple ejecutivo instalado en el puente de mando de un presidente. La inercia del pasado glorioso le ha mantenido en su puesto porque, debido a la ley de gravitación universal que protege a los grandes (too big to fail), alcanzar la órbita más alta es tan difícil como abandonarla de sopetón y caer de golpe en el abismo.
Bartomeu pasará a la historia como el peor presidente del Barça
El descenso, la pérdida de empuje del Barça es gradual, en parte porque la preocupación de Bartomeu consiste en frenarla. De lo que es incapaz es de proporcionar al club un nuevo impulso ascendente.
De ahí, de la falta de cualidades de mando, del todo vale con tal de mantenerse a flote, se deriva el Barçagate. Como Donald Trump, pero sin dar la cara. Moralmente, el Barça está sufriendo un golpe de magnitud colosal, comparable a la famosa confesión de Jordi Pujol que puso al catalanismo que tanto se las daba de ético y ejemplar ante el espejo de la corrupción.
Dure lo que dure, y cuanto menos tiempo dure mejor para el club, Bartomeu pasará a la historia como el peor presidente del club, o por lo menos como el menos capacitado.
Lo único que le queda, en vez de aferrarse lastimeramente al palo mayor de la nave que no supo pilotar, es confesar como Gaspart que el puesto le viene grande y esperar que su sucesor no sea un simple y mediocre administrador sino un auténtico líder. Auténtico, y con algún principio, aunque sea impostado.