De repente, el último verano
La mentira tiene un cierto efecto evolutivo adaptativo que provoca que veamos como algo ya casi normal la posibilidad del engaño y la falsedad
Aunque nos encontremos en plena canícula estival, la información no descansa. Eso sí, con noticias de todo tipo, pero, en general, de tono festivo y refrescante. Ejemplos hay muchos: “¿Por qué se arruga la piel de los dedos después de un rato en el agua?” “¿Qué comer en la playa o en la piscina sin pisar ni un minuto la cocina?” o la aglutinadora “lo que no debes hacer este verano”.
Pues bien, tomemos esta última como referencia. Lo que no se debe hacer, incluso siendo verano, es mentir.
Miento, luego existo
El uso de la mentira y la insinceridad no es algo privativo de la especie humana. Ahora que estamos en época de solaz agosteño puede que se tenga la oportunidad de disfrutar en algún momento del bucólico croar de las ranas. Si ello ocurriese, hay que escuchar atentamente.
Así, se podrá observar cómo, en ocasiones, alguno de estos batracios sobresale con su cántico por encima del resto. En su libro del año 2005 The evolution of animal communication, el profesor Stephen Nowicki, biólogo de la Duke University, nos ejemplifica con las ranas verdes uno de los numerosos casos que de deshonestidad se producen en el reino animal.
El croar es la manera como las ranas verdes macho indican a sus vecinos la magnitud de sus atributos. Se supone que cuanto más y más alto croan, más grandes son (se entiende que los atributos, claro). El sonoro cántico de un gran macho es suficiente para alejar de sus dominios a otros que pudieran disputarse su terreno con banda sonora incluida.
Pero, curiosamente, no todas las emisiones son sinceras, no todos los cánticos tienen un soporte material adecuado. Algunos batracios, mienten, y consiguen hacer más grave su voz tergiversando su tono al objeto de parecer más grandes de lo que son mediante su grueso cantar.
En el caso de la política nativa, lamentablemente, el aserto “piensa mal y acertarás” se vuelve a cumplir con rigurosa e implacable exactitud
Su eficaz imitación, la mentira útil, permite intimidar a otras ranas que, de producirse un encuentro en buena lid y limpiamente, tendría muchas dificultades para superar. Hasta los crustáceos pueden mentir, tal es el caso de los estomatópodos macho cuando intentan atraer a las hembras hacia su lujurioso cubil. Mostrar lo que no se es, no resulta, por tanto, exclusivo de los irracionales.
Estamos comprobando últimamente que, como en el mismo reino animal, la tergiversación y la deshonestidad tienen un cierto efecto evolutivo, dado que, cada vez, va a más; o al menos resulta adaptativo.
Y, por desgracia, estamos viendo como algo ya casi normal la posibilidad del engaño y la falsedad. Así, no mentimos, en realidad “decoramos la realidad”.
Pero no nos desanimemos porque, en la compleja y tecnológica sociedad actual, la vigilancia social y organizada está muy pendiente. Y, si hacemos caso a Amotz Sabih, biólogo de la Universidad de Tel Aviv en Israel, la sinceridad acaba triunfando en el mundo animal porque la mentira conlleva un coste relativamente más alto, sobre todo a largo plazo.
Sale mucho más barato ser honesto y sincero; o al menos, parecerlo. Además, se pierde menos tiempo.
Consecuencias e implicaciones
Y quizá ahí esté la clave, en el tiempo. Mentir es un acto más albergado en la memoria que en la inteligencia. Ello es debido a que nos suelen “pillar” por no acordarnos bien, en segunda instancia, de la primera falsedad contada. En definitiva, cuando entras en contradicción.
Cuanto más tiempo pase, más posibilidades existen de haber olvidado el argumento inicialmente inventado y por lo tanto de ser descubiertos.
Pero también el tiempo influye en la magnitud de la mentira. Cuanto más se tarde en descubrir, más parece engrandecerse el bulo. De ahí que, una vez localizada la tergiversación, se haga imprescindible paliar no solo sus consecuencias sino también las implicaciones de la propia falsedad.
Y quizá sea esta la diferencia entre nuestros políticos patrios y sus colegas europeos.
Los nuestros suelen persistir en el infundio hasta que no les queda más remedio que aceptar la verdad; los políticos de nuestro extrarradio, de países con una mayor tradición democrática, suelen reconocer de inmediato su culpa, lo que nos hace ser un tanto más benevolentes en su enjuiciamiento.
Cuanto más se tarde en descubrir la mentira, más parece engrandecerse el bulo
Pero los autóctonos persisten en el embuste, quizá considerando que el revuelo se calmará y atribuyendo siempre a confabulaciones y maquinaciones cada una de las comprobaciones del enredo. Finalmente, la verdad resplandecerá más por persistencia y voluntad ajenas que por el propio ánimo de reconocer la certeza.
La mentira y el PP
Como el verano es época amable y distendida, deseamos vivamente que todo lo relacionado con los estudios de Pablo Casado, flamante y esperanzador nuevo presidente del Partido Popular, se aclare y espeje; no solo por las consecuencias que ello conlleva, sino también por las implicaciones que contraería.
No resulta conveniente seguir siendo una “sociedad de la sospecha” reiterada y constantemente, debido no solo a nuestro innato carácter crítico así como a nuestro bien atribuido pecado capital de la envidia, sino también a que, lamentablemente, el aserto, en el caso de la política nativa, “piensa mal y acertarás”, se vuelva a cumplir con rigurosa e implacable exactitud.
Y que para quien se halle ahora sospechoso de manipulación, no sea, como el título de la obra de Tennessee Williams, De repente, su último verano.
Por cierto, la magnífica pieza teatral, convertida en una soberbia película por Joseph Leo Mankiewicz, trata sobre la mentira; más bien sobre las letales consecuencias de la mentira. Recomendable, muy recomendable.