De presidentes que han hecho historia

Twitter es ya esa ágora donde todo el mundo dice lo que le viene en gana. El otro día leí una de esas ocurrencias que los 140 caracteres convierten en auténticos aforismos. Decía así, pero en catalán: «Tenemos un Presidente que está haciendo historia y un historiador que quiere ser Presidente». Mas y Junqueras. Está claro quién es quién, ¿verdad? Formular juicios definitivos sobre fenómenos que aún están por concluir es harto difícil e imprudente. Hay momentos que merecerían esas valoraciones prudentes y matizadas que llegan con el paso del tiempo.

Aunque el proceso político en el que estamos inmersos acabase mal, el actual presidente catalán tendría su rincón en los libros de historia

Nadie puede discutir, sin embargo, que estamos haciendo historia. Aunque el proceso político en el que estamos inmersos acabase mal, el actual presidente catalán tendría su rincón en los libros de historia no como uno más de los 129 personajes que han presidido la Generalitat. Son muchos y nos acordamos de pocos. Incluso entre los contemporáneos hay olvidos clamorosos, como el de Josep Irla, por ejemplo. Su paso por la presidencia de la Generalitat en el exilio fue un tránsito dramático que incluso le discutieron algunos de sus correligionarios. Ningún exilio genera unidad.

De Manuel Portela Valladares; Joan Pich i Pon; Eduardo Alonso; Ignasi Villalonga i Villalba; Joan Maluquer i Viladot; Fèlix Escalas i Chamení y Joan Moles i Ormella, que fueron Gobernadores Generales de Cataluña y lideraron la coalición de los radicales de Lerroux y la CEDA, con el apoyo externo de la Lliga, entre abril de 1935 y febrero de 1936, no se acuerda ni el apuntador. No entran en esa lista de próceres catalanes porque nadie los considera presidentes de Catalunya. Al fin y al cabo, suspendido el Estatuto catalán a raíz del 6 de octubre de 1934, gobernaron por delegación y basta.

Lo que quiero decir es que se puede llegar a ser presidente de la Generalitat y después quedar sumergido en la nada. Todo depende de lo que se haga y de las circunstancias. Macià es un mito viviente de la Cataluña contemporánea, incluso para los descendientes de los ultranacionalistas que en su día le reprocharon haber aceptado en 1931 sustituir la República catalana por la Generalitat, preludio de la autonomía. No es que Macià fuese un gran estadista ni hiciese nada en particular, pero la memoria de su figura es positiva porque su liderazgo fue efímero aunque intenso. Se convirtió en símbolo aceptado unánimemente después de muerto.

Lluís Companys, en cambio, ni después de ser fusilado por los franquistas, lo que le convirtió en el presidente mártir, consiguió esa valoración positiva unánime que tuvo Macià al poco de su muerte y que también se atribuye a Enric Prat de la Riba, el líder indiscutible del catalanismo conservador que puso en pie la Mancomunitat de Catalunya. Y ello a pesar de que Prat tuvo que superar los efectos de la Semana Trágica de 1909, uno de esos episodios violentos que han salpicado la historia de Cataluña, y de las críticas certeras de Joan Maragall ante su falta de cintura humana e ideológica frente a la ejecución de Francesc Ferrer i Guardia. La memoria de Prat se salvó por la grandeza de su obra al frente de la Mancomunitat entre 1914 y 1917, regida por un gobierno inclusivo, lo que le reservó el puesto en la historia que hoy nadie le regatea.

La construcción de ese liderazgo no fue fácil. Aunque en 1907 la candidatura unitaria de Solidaritat Catalana fue sin duda de una trascendencia capital en el camino de la construcción del liderazgo de Prat de la Riba y del despertar catalanista que favoreció la politización de la sociedad catalana, la izquierda catalana desconfió siempre de un líder al que consideraba representante de la burguesía, amén de conservador.

El movimiento de Solidaridad Catalana escindió, sin embargo, al republicanismo que Lerroux había galvanizado desde su aparición en la vida pública catalana a principios del siglo XX. Los republicanos que siguieron a Salmerón —los federales y los nacionalistas republicanos— se integraron en la candidatura y a partir de su colaboración en el seno de Solidaritat pusieron las bases para la formación futura, en 1910, de la Unión Federal Nacionalista Republicana (UFNR). Muchos de los republicanos que participaron en el movimiento solidario después estuvieron con Prat dirigiendo la Mancomunitat, a pesar de que la Semana Trágica acabó con el experimento solidario.

Antes de que la lucha política y social acabase con la coalición que supo conmocionar la vida política en Cataluña y España, algunos sectores de la izquierda catalana criticaron a los republicanos solidarios por esa colaboración con los conservadores y propusieron una alternativa, aunque no en el plano electoral: «Este movimiento de solidaridad –escribió un viejo militante en sus memorias– entre las fuerzas político-burguesas sugirió a algunos elementos obreros la idea de iniciar otro movimiento solidario entre los trabajadores, constituyendo la Federación Local de Solidaridad Obrera». ¿Les suena de algo? Cambien el vocabulario propio de la época y redúzcanlo a un tuit y verán que estamos en lo mismo.

Los personajes que un día fueron protagonistas de debates y luchas políticas de gran trascendencia, al final pueden caer en el olvido

No es que esa Solidaridad Obrera no fuese importante. Lo fue. Pero está claro que no contribuyó demasiado a fusionar en un solo movimiento a lo que entonces eran las dos rebeldías contra el statu quo gubernamental español, el catalanismo y el obrerismo. Aunque el socialista Antoni Badia i Matemala, dirigente de la Asociación de la Dependencia Mercantil y uno de los principales animadores de Solidaridad Obrera, declarase en 1907 a un periodista del periódico republicano La Publicidad que no tenía «carácter alguno de oposición, hágalo usted constar claramente, Solidaridad Catalana, pues, no es contraria ni favorable a ésta», lo cierto es que contribuyó a su extinción. Cosas de la lucha social. Al final, el militarismo español se llevó por delante a esas incómodas e intolerables rebeldías.

Y sin embargo, al cabo de los años lo que el espesor de la historia cubre con muchos enigmas sale a relucir, dejando atrás lo superfluo y destacando lo esencial. Lo mismo ocurre con las personas. Los personajes que un día fueron protagonistas de debates y luchas políticas de gran trascendencia, al final pueden caer en el olvido precisamente porque la posteridad es implacable con lo intrascendente históricamente, por muy ruidoso que haya sido en su tiempo el efecto de sus actos.