De Pedro Sánchez, Podemos y José María Álvarez, flamante líder de la UGT
El corto reinado que hasta ahora ha disfrutado Pedro Sánchez al frente de los socialistas se ha caracterizado por las apuestas fuertes, decididas y un punto arriesgadas. Así, un hombre desahuciado en su propio partido hace unos meses podría en las próximas semanas convertirse en el próximo presidente del Gobierno español.
Como poco, debemos reconocer al joven candidato una determinación y autoestimas dignas de encomio. Con escasos 90 escaños y, como le recuerdan desde el PP, los peores resultados del PSOE en unas generales, Sánchez ha jugado con decisión sus bazas y con un poco de suerte puede acabar instalándose en la Moncloa. Al menos por un tiempo.
La última carta que le ha salido a favor es la crisis que se está desatando en Podemos. En efecto, Sánchez necesita para lograr la investidura la abstención de Podemos y algunos otros grupos como los nacionalistas. Pues bien, hoy es más fácil que ayer y quizás menos que mañana.
Más allá de los gestos altisonantes de los dirigentes de la formación violeta y de las excusas conspiranoicas que han empezado a balbucear como escudo frente a su propia erosión, todos ellos saben que ir a la repetición de elecciones es presumiblemente una aventura suicida que supera en mucho su teórico arrojo.
En esas hipotéticas nuevas elecciones, además del castigo que el electorado les infringiría por sus divisiones, Podemos debería renegociar todas sus alianzas y por lo que se ve el horno no está para bollos ni en Galicia, ni en Andalucía, ni en Cataluña, ni en… En unas escasas semanas, deberían unir piezas que no parecen que estén encajando bien. Una cosa fue subirse en diciembre al carro ganador de unas siglas y otra cosa es renunciar hoy al protagonismo que todos reclaman.
Ante la absoluta incapacidad de mostrar alguna iniciativa por parte de Rajoy, confiado en exclusiva a que otros cometan errores que le den alguna ventaja en las nuevas elecciones; el miedo de Podemos a abrir el melón de unos nuevos pactos electorales; la incertidumbre que reina en la antigua CDC… la abstención de estos grupos podría acabar invistiendo a Sánchez. Otra cosa es cómo gobernaría luego, pero eso ya es otro cantar.
Álvarez, ¿éxito o fracaso?
La elección de José María Álvarez como nuevo secretario general de la UGT, en sustitución del caduco Cándido Méndez, tal y como ya ocurriera cuando éste sucedió hace… 22 años a Nicolás Redondo, es más una muestra del poder de las diferentes familias que cohabitan en el viejo sindicato, más que la resultante de un auténtico debate político sobre el papel que estas formaciones deben jugar en la actual situación.
Sin debate, sin contraste de ideas, sin análisis de la cambiante realidad y la necesidad de adaptación a un mundo nuevo, nada extraña que las primeras palabras del nuevo secretario general sean una colección de vaciedades: «daremos voz a los que no tienen voz…» y cosas así.
Se ha tildado a Álvarez de «independentista» y él se ha felicitado que ante la campaña que Méndez intentó en su contra «sea la primera vez que no triunfa la catalanofobia». No sé si en su fuero interno, Álvarez desea de verdad romper con España y hacer de Cataluña un estado independiente, y creo más bien que simplemente estos y anteriores pronunciamientos son el fruto de su propia frivolidad.
De su frivolidad y de cómo el nacionalismo y, sobre todo, el clientelismo, ha envenenado en Cataluña la política. Tanto CCOO como la UGT han sido más reconocidas por su apoyo a un pretendido «derecho a decidir» que por sus acciones sindicales; más por sus silencios ante problemas fragantes de las relaciones laborales y menos de lo que se debería por su dependencia de los presupuestos públicos, de una o de otra manera.
Por estos motivos, nadie debería sorprenderse porque el histórico sindicato socialista sea hoy una excelente cantera de cuadros de ERC y que la penetración del soberanismo en sus filas fuerce en su próximo congreso a que el sustituto de Álvarez sea Camil Ros, militante independentista, y no el prestigioso líder de Seat, Matías Carnero, que quizás acabe aceptando una presidencia de honor como le piden sus círculos más cercanos para evitar que la UGT acabe completamente desdibujada.