De la valla de Ceuta al cucú suizo
La inmigración puede ser una oportunidad, pero también un conflicto. Es una complicación que el statu quo político pretendió camuflar y que por eso tiene inquietas a las sociedades europeas. Y la Unión Europea sigue sin concertar una política común, especialmente en países de paso o fronterizos, como es España en relación a Francia y el Norte de África. Tanto buenismo y todo el lirismo fácil del papeles para todos ya han alterado el mapa político europeo.
Cualquiera distingue entre la inmigración bajo control y la inmigración ilegal, como ocurre en Europa o en los Estados Unidos. Con su rechazo a más inmigración, ahora parece que Suiza es una sociedad desalmada, cuando lo que pretende es preservar un sistema de convivencia que unas políticas inmigratorias indebidas han perjudicado en países tan distintos como Francia, Reino Unido, Dinamarca, Holanda o Austria.
Europa envejece y con las actuales tasas de natalidad harán falta millones de inmigrantes. La cuestión no está en abrir o cerrar las puertas, sino en regular los flujos. Se habrán o no cometido errores en Ceuta y Melilla pero lo flagrante es el asalto a las vallas fronterizas. Con toda la cautela humanitaria, un Gobierno tiene el deber de vigilar sus fronteras e impedir la inmigración ilegal para que el efecto de saturación no crispe, para que el grado de cohesión sea permanente, para que el recién llegado acepte y cumpla las leyes del país que le acoge.
Muchos de los problemas actuales de la inmigración provienen de políticas sin rigor: por ejemplo, una concepción laxa del derecho de asilo, los matrimonios en falso o una aplicación desmesurada del concepto de reagrupamiento familiar. Eso ha provocado fricciones, guetos y multiculturalismo frente a pluralidad. Como efecto, surgen los populismos.
No es problema la asimilación del inmigrante profesionalmente cualificado. Algunos países europeos compiten a la hora de atraer a ese tipo de inmigración. Pero en todas partes la inmigración ilegal –un tráfico pavoroso– es un grave problema. Lo racional es que el inmigrante llegue para cubrir los sectores laborales que nuestras poblaciones no ocupan.
Es conocida la fórmula del point system canadiense. El candidato suma puntos según su cumplimiento de los requisitos en demanda. Es decir: la capacidad de elegir quién llega y a qué trabajo se dedica. Es adaptar la inmigración a las necesidades económicas. Que nadie entre sin permiso o aval. Acoplamiento de inmigración y mercado de trabajo resulta el método más eficiente aunque se trata de una política para etapas de crecimiento económico, puesto que conlleva distorsiones en épocas de paro.
Deseamos, claro, un mundo sin fronteras pero nos incomoda que un extraño acampe en el rellano de nuestro piso. En una sociedad que lo quiere todo a la vez, la evidencia de la inmigración resalta la contradicción entre lo deseado y lo razonable. Al final, lo menos malo sería afrontar la realidad, sea en Suiza, Ceuta o Melilla.