De la tarde de Pujol a la mañana de Artur Mas

El penúltimo servicio de Jordi Pujol a su Catalunya habrá sido comparecer en el Parlament pocas horas antes de que el presidente de la Generalitat, Artur Mas, convocase una consulta en la ilegalidad. Pujol cumplió hasta la impostura con la estrategia de dilación que aconsejan los abogados de su clan familiar y, mientras los diputados caían en la emboscada, Mas daba los últimos toques para firmar la convocatoria sin ley. Tal vez no se dé una coordinación específica entre ambas tácticas –la de Mas y la de Pujol– pero el resultado es el mismo.

 
Si la comparecencia de Pujol correspondió a una táctica tan mañosa como deshonesta, el comportamiento de Artur Mas alcanza un nivel de demagogia tan especial que merece la consideración de fraude

Falsear las cosas para desviar la opinión pública en la dirección que sea, es algo extremadamente grave. Artur Mas propugna que Catalunya vote al margen del orden constitucional y lo sabe. Hace una exhortación a la democracia y a la vez la transgrede porque no hay democracia representativa sin ley. En el callejón sin salida, las opciones solo pueden ser definidas como voluntad de manipular la verdad en nombre de la confusión, de huida hacia adelante, de salto en el vacío. Finalmente, Mas ha llegado a lo que quería pero sin saber hacia dónde.

Lo que hizo Pujol en el Parlament fue negarse a responder preguntas, omitir la verdad, intentar dar lecciones irrisorias de dignidad, eludir el escrutinio de hechos muy elementales. Por otro lado, Artur Mas tomaba aliento para escenificar una ficción que consistía en convocar una consulta inconstitucional. ¿Cómo describir, si no como engaño, impulsar una ilegalidad a sabiendas de que hará que la consulta sea imposible?

¿No es engaño fundamentar la convocatoria de la consulta en, además del desprecio a la ley, presuponer que una inmensa mayoría del electorado quiere votar? Esa inmensa mayoría nunca ha existido. Es una ficción, un simulacro, un modo de propaganda. Entre todos los ciudadanos que se pronuncian por el derecho a decidir, la mayoría solo lo haría en la legalidad. Constatamos que el populismo y la incompetencia política no son incompatibles.

Atenazado por ERC y extrañamente en manos de la ANC y el Ómnium Cultural, Artur Mas no quiere ni puede tener una salida que no sea ilegal. En momentos de gran confusión para la sociedad catalana y la española en su conjunto, tanta inoperancia política sería sorprendente si no fuese también parte del proceso, de la autodestrucción de Convergència y del fallecimiento político de Mas. No puede pedirse un balance más negativo, pero lo peor de todo es el encadenamiento de artimañas inhábiles y a la vez ofensivas para lo que son los principios de la democracia liberal, aquí y en cualquier confín.

En momentos así sería difícil acumular más factores de confusión, una cortina de humo más toxico y una colisión tan premeditada con la legalidad. Se ha consumado una ceremonia que sitúa a Catalunya en una posición entre dramática y grotesca. La contemplaron, desde el palco presidencial Artur Mas y Jordi Pujol, extraña alianza de la astucia y la torpeza. Si la comparecencia de Pujol correspondió a una táctica tan mañosa como deshonesta, el comportamiento de Artur Mas alcanza un nivel de demagogia tan especial que merece la consideración de fraude, de fraude en nombre de una democracia degradada a un sírvase usted mismo. A Pujol le quedan sus abogados, pero a Mas, ¿quién sabe?