De la inexplicable pero inapelable victoria de Ciudadanos sobre UPyD
Imagino cada mañana de estos últimos días, justo desde que se celebraron los comicios andaluces, a Rosa Díez mirándose al espejo, sabiendo que tiene que enfrentarse a un nuevo día, que con toda seguridad va a traerle nuevas malas noticias acerca del futuro de su partido.
La imagino haciéndose mil preguntas sobre el por qué del declive. Preguntas sin una respuesta clara, aturdida como debe estar por la rapidez con que los acontecimientos la desbordan. Incapaz como un boxeador groggy de entender cómo llegaron los golpes que la hacen tambalearse.
Al fin y al cabo, no hace apenas un año que todo el partido cerró filas en torno a su veterana figura cuando dio con la puerta en las narices a un Albert Rivera que, más intuitivo, supo leer que la opinión ilustrada les estaba empujando hacia una entente para que no hubiera dos partidos disputándose el mismo espacio electoral.
Recordará Rosa Díez con amargura los tiempos no muy lejanos en que era la estrella del regeneracionismo y cómo la mayoría de medios la reservaban buenos espacios en la esperanza de que su actitud de Pepito Grillo ejerciera un positivo influjo sobre el bipartidismo reinante, sin que tuviera que romperse nada. Los mismos tiempos en que Rivera, el chico que lidera Ciudadanos, no merecía otra cosa que un cierto reconocimiento por su labor contra el nacionalismo en Cataluña.
Le dará una y mil vueltas en su cabeza esta política curtida en mil batallas a cómo han podido tornarse en espadas aquellas flores que los columnistas más afamados del centro derecha le dedicaban y, probablemente, no acertará a discernir de dónde ha salido tanta bilis contra su persona.
Hace un mes lideraba un partido respetado y hasta más apreciado que votado por su lucha contra la corrupción y hoy, en cambio, las noticias que hablan de la deserción continua de militantes y cuadros inundan las páginas de la inmensa mayoría de diarios, ocupan casi todo el espacio de las tertulias y hasta en los aquelarres más privados de los cenáculos políticos la crisis de su partido es la comidilla inevitable.
Pero así es la vida. Al menos, en los momentos actuales, donde la rapidez de los cambios se impone por la vía de los hechos a cualquier otra consideración. UPyD es hoy una apuesta perdedora y, como en el deporte, sólo hay flashes para el ganador. Y el ganador es, contra todos los pronósticos de hasta hace poco tiempo, Albert Rivera, presidente de Ciudadanos, al que no hay una sola encuesta que no le otorgue mañana mejores perspectivas que las que le ofrecían ayer.
¿Por qué? Eso es quizás lo menos relevante en el análisis a la vista de unas fundamentales elecciones locales y autonómicas a menos de un mes. Nadie habla hoy de los posibles errores que haya podido cometer Rosa Díez y sus parlamentarios en su labor política. Ninguno de ustedes, queridos lectores, acertará a encontrar un sola línea en los medios sobre las posibles equivocaciones que hubieran podido cometer en sus propuestas y denuncias políticas los hombres de la formación magenta.
Tampoco las encontrará sobre las virtudes del programa o de la acción política que han desarrollado los hombres de «naranja», el color corporativo de Ciudadanos, salvo con toda seguridad sobre el acierto que supuso enrolar a Luis Garicano para que redactara el plan económico de este joven partido, aunque algo mayor que UPyD. De hecho, por no poder encontrar no hallará ni el programa completo, aún pendiente de su presentación largamente anunciada pero aún no realizada.
Y, sin embargo, Rosa Díez ha perdido por KO ante Albert Rivera, y ya no hay futuro para ella, salvo un milagro. Con la impaciencia del que no quiere dar un respiro a su adversario sabiéndole noqueado, el joven político está lanzando una descarnada OPA hostil a un precio de saldo sobre su rival y la está ganando.