De la democracia directa a la democracia autoritaria

La democracia liberal es un sistema imperfecto. La alternativa más liviana es la democracia autoritaria. Muchos trabajan por esta vía sin ser conscientes de las consecuencias. La incomunicación y la radicalidad son los gérmenes más peligrosos para la democracia liberal.

La sociedad de las redes, de la comunicación instantánea, paradójicamente está creando una sociedad sin diálogo, sin reflexión, sin razonamiento. Promueve reacciones instintivas, de rechazo o adhesión absoluta, que conviven con el aislamiento en las propias convicciones y el rechazo a la duda. Incondicionalidad como premisa previa de cualquier formulación autoritaria.

El diálogo se está convirtiendo solo en crispación. Estamos construyendo una sociedad netamente frentista en la que no se trata de convencer al discrepante. Sencillamente se le quiere eliminar. No hay argumentos, lo que se lleva es el “zasca”. Una palabra que todavía no re-conoce la Real Academia de la Lengua. Viene a significar noqueo dialéctico, descalificación absoluta.

Son muy celebrados los “zascas”.

Hay periódicos que pretenden no ser sensacionalistas que dan cuenta de los mejores “zascas” todos los días. En los debates de televisión triunfan los tertulianos que noquean y descalifican a sus adversarios. El argumento y la reflexión no aparecen porque ni siquiera se le da tiempo para formularlos. Triunfan los que sencillamente insultan o humillan al adversario, al que consideran enemigos Una suerte de nuevo circo romano en donde triunfan los gladiadores que son más hábiles en la ridiculización o estigmatización del adversario.

En la política, en el parlamento, tampoco existe diálogo ni permeabilidad a nada que proponga el adversario. Hay algunas pruebas irrefutables de este triunfo de la confrontación: el actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cuando era aspirante, calificó de “indecente” al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. El actual aspirante del Partido Popular llama golpista al actual presidente de Gobierno. Sánchez respondió anunciando la ruptura de relaciones con el líder de la formación.

¿Cómo puede decretarse una ruptura de relaciones y diálogo entre los dos principales partidos de nuestro sistema parlamentario? Las consecuencias de estos métodos y estas actitudes descienden y se incrementan en la pirámide social. Tácitamente se decreta la ilegitimidad del adversario, una suerte de condena de su derecho a existir y tener una vida dentro de nuestra democracia.

El populismo crece en medio de esa dicotomía entre lo bueno y lo malo. No se crean síntesis de pensamientos contrapuestos. Y el resultado es la confrontación como sistema. La más curiosa consecuencia es que esta exigencia de pureza democrática está socavando la esencia del sistema democrático parlamentario. Incluido el daño producido a la separación de los tres poderes, que son pilares de la democracia liberal. El Ejecutivo, el Legislativo y el poder judicial.

El actual triunfo del populismo se reduce a promover soluciones simples para situaciones complejas sin tener en cuenta las consecuencias de las pro-puestas. Es un populismo pandémico y contagioso del que pocos sectores sociales quedan a salvo. Incluso los discrepantes de ese populismo intentan frenarlo contagiándose y adoptan-do parte de las mismas recetas en la ensoñación de que podrán satisfacer les con esas concesiones parciales. Un trasfondo autoritario avanza amparado en la falta de eficacia de la democracia liberal representativa. Se promueve la democracia directa, asamblearia, como una evolución racional de la representación política acusada de un déficit de legitimidad y de abandono de los intereses de la mayoría. Lo paradójico es que quienes promueven esas vías no aplican su medicina a sus propios comportamientos que se dirigen al caudillismo.

España sufre consecuencias políticas de esas amenazas. Se instalan postulados falsos que no pasarían ninguna prueba democrática. Ahora se han cimentado dos objetivos muy peligrosos para la democracia española. La monarquía –la jefatura del Estado—, y nuestro sistema judicial. Quienes erosionan la monarquía no proponen directamente la república. Es netamente una proposición negativa. Destruir sin proponer. Nadie advierte claramente del peligro de ese agujero negro de una democracia sin estructura sólida de Estado y sin un poder judicial trabado e indiscutible, más allá de la sujeción a la crítica de sus resoluciones.

Hay un peligro añadido. La tibieza en la defensa de esas instituciones de un PSOE sometido al utilitarismo político. Desde el primer día de la transición, el PSOE ejerció una enorme responsabilidad en la articulación del Estado y en la defensa de los cimientos de la democracia. Ha sido un eficaz cortafuego a los populismos y extremismos que intentaban aflorar. Su modernización de España y la consolidación de la democracia han sido compatibles con el diálogo político, el consenso y la alternancia sin traumas en el ejercicio de la gobernanza.

Fue capaz de instalar una democracia próspera, moderna, mucho más equitativa sin generar fracturas sociales importantes y conservando la capacidad de diálogo y consenso como herramienta esencial de una democracia liberal.

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