De la bola de nieve del déficit tarifario y de los consejos y consejeros de ‘La Vanguardia’
Recién incorporados a la Unión Económica y Monetaria del euro, allá por 1998 y con Rodrigo Rato como todopoderoso vicepresidente económico del Gobierno de José María Aznar, la principal preocupación de los responsables económicos del país era controlar la inflación, uno de los criterios que facilitaban la pertenencia a la moneda única.
Con el BOE en la mano, como se acaban resolviendo la mayoría de cuestiones trascendentales en este país, la Administración decidió congelar las tarifas eléctricas. El precio de la energía dejó de incrementarse al mismo ritmo al que crecían los costes que las empresas productoras soportaban. Esa diferencia, que soportaban las compañías, se bautizó como “déficit de tarifa”. Se les permitía incorporarlo a sus balances, el Estado lo reconocía como deuda y las empresas podían incluso titulizarlo (¡menudo palabro!) para hacer efectiva la pérdida real.
Es cierto que aquellas medidas contribuyeron a frenar el crecimiento de la inflación en el corto plazo, pero supusieron la firma de una hipoteca que lejos de amortizarse año a año ha crecido como auténtica bola de nieve hasta situarse en los 24.000 millones de euros de la actualidad.
Por si todo eso fuera poco, la apuesta posterior de los socialistas por las energías renovables acrecentó aún más el déficit tarifario, que ahora aumenta a un ritmo de entre 3.000 y 4.000 millones anuales. Una apuesta que tenía poca discusión desde una perspectiva medioambiental ha derivado en un nuevo desastre colectivo, en una burbuja que de estallar puede provocar una onda expansiva de efectos análogos a los del colapso inmobiliario.
Las energías eólicas y, sobre todo, solares cuestan más de producir que las convencionales. Lo que se diseñó como una apuesta política por la sostenibilidad se ha convertido en el caso de las fotovoltaicas en pasto de los especuladores. Las primas a la producción han estimulado un negocio financiero que ahora, en tiempos de caja vacía, representa un riesgo altísimo para la economía del país.
Rajoy ha presentado ya su esquema de reforma financiera y laboral, pero apenas ha enunciado qué piensa hacer con la energía. Y quizá va siendo hora de que alguna administración responsable se haga cargo, de forma definitiva y sin demagogias, de frenar la bola de nieve del déficit tarifario.
Mientras esos problemas planean sobre el presente y el futuro inmediato, en el cascarón de la sociedad civil barcelonesa siguen gestionándose las pequeñas cosas como grandes temas de país. En los últimos días, ha sido de obligada lectura la sección de cartas al director del diario La Vanguardia. Por si alguien no se había detenido en su lectura, los SMS y los correos electrónicos han circulado a velocidad de vértigo entre los notables de la ciudad para señalar dos cartas publicadas en esa sección por (¡y aquí viene la primera paradoja!) dos miembros del consejo de administración del grupo propiedad de la familia Godó.
Abrió fuego Enrique Lacalle. Ya saben, el hombre del Barcelona Meeting Point y aspirante emboscado a la presidencia de Fira de Barcelona. En su carta se quejaba amargamente de los riesgos y el daño que la huelga en TMB puede causar a la institución ferial y, por supuesto, al congreso de móviles de la ciudad. Una opinión que cualquiera puede compartir. La sorpresa es que el consejero de Fira de Barcelona y de Grupo Godó utilizase esa sección para defender a la entidad y no tuviera mayor atrio en el mismo diario.
No hubiera pasado de anécdota hasta que apenas unos días después la misma sección publicó otra carta de un segundo aspirante (también emboscado) a la presidencia de la Fira: el cazatalentos Luis Conde. En esta ocasión, con una cerrada defensa del perfil profesional del primer ejecutivo de Catalunya Caixa, Adolf Todó, así como de su retribución. Lo defendía apelando a su larga experiencia en la selección de altos ejecutivos. Claro, Conde obviaba en su texto que él también es consejero de esa entidad financiera desde hace pocos meses y que también está retribuido, incluso pese a la entrada/rescate del Frob. Y que Todó fue posiblemente quién propuso su nombre al Frob, en una sospechosa devolución y cruce de favores.
Se trate de mera coincidencia o de un marcaje al hombre en esa carrera por ocupar el sillón ferial, lo cierto es que sorprendía que, pese a su peso específico en el rotativo, ambos utilizasen el mismo canal (el de los lectores de a pie) para suscitar notoriedad y presencia pública. Las bromas sobre cómo repartiría el Conde de Godó los semáforos entre sus dos consejeros cuando se abra el melón ferial han sido objeto de no pocas maledicencias privadas.
Son cosas, cosetes, catalanas. No tienen mayor trascendencia, pero nos ayudan a la conllevancia, que diría Ortega y Gasset. Mientras el país acumula desempleados, entidades financieras bloqueadas o déficit de tarifa, por ejemplo, aquí hacemos unas risas con la erótica del poder, aunque sea sólo ferial…