De José Manuel Lara a Junqueras
La obra de demolición del rival postconvergente a cargo de Junqueras no ha hecho más que empezar
Mejor expresado, el título, ‘De José Manuel Lara a Junqueras pasando por Pujol’. De Lara Hernández se trata, capitán de la Legión y fundador de Planeta. A veces teníamos ocasión de mantener alguna charla, siempre de gran enjundia, por supuesto, tratándose de un personaje de larga mirada y palabra afilada. En una de ellas me espetó, “ Oye ‘shavié’, ¿tu sabes porqué siendo partidario del PP, además de apoyar a Pujol incluso le voto? En las autonómicas, claro, pero le voto”. Ni me dio tiempo a improvisar una respuesta. “Porque el catalanismo es una bestia peligrosa y él la mantiene enjaulada”.
En consecuencia, Lara creó el premio literario Ramon Llull, el más bien dotado en catalán y el mejor publicitado. En su estela, Planeta es desde hace ya bastante tiempo propietaria del mayor grupo editorial en lengua catalana.
O sea, que solamente un catalanista perspicaz como Pujol era capaz de tal proeza, del mismo modo que solamente un independentista como Junqueras es capaz de mantener el independentismo quieto. Grandes verdades, la de don José Manuel y la que siguiendo el hilo llega a Junqueras, pero verdades a medias. No cabe duda de que, tanto el fundador como sus dos hijos, apoyarían a Junqueras y a Aragonès en la situación actual. Para demostrarlo, devolverían la sede social del Grupo Planeta a Barcelona. Pero no abundan los empresarios tan listos como Lara padre y sus dos hijos.
La imagen de la bestia peligrosa enjaulada por sus propios líderes explica muchas cosas. Pero la verdad que encierra es parcial. También la mantenía encerrada el franquismo, a cal y canto, a garrotazo y tentetieso. La diferencia, subyacente en la intuición de Lara, es que la bestia estaba encerrada y contenta con Pujol. Contenta y esperanzada, con halagüeñas perspectivas de futuro. En principio y en apariencia, un encierro voluntario.
Quienes preconizan la unidad del independentismo o son hipócritas o ilusos
El desengaño sobre el cumplimiento de dichas perspectivas unido al nacimiento de una ola inconformista dio paso al procés, iniciado por el socialista y catalanista Pasqual Maragall mediante el artefacto del nuevo Estatut. Procés que ya está dando sus últimas bocanadas, tal vez las penúltimas, como trataremos de argumentar.
Socialmente, el independentismo se divide en tres secciones. Por lado, los 700.000 abstencionistas, los que fueron a votar en las elecciones de finales del 2017 pero se quedaron en casa en el 2021. Por el otro, la mayor parte de los votantes de JxCat en las últimas autonómicas, pongamos que entre 400.000 y 500.000. Luego está los más de 600.000 que votaron a ERC y piensan seguir así.
Los abstencionistas y los votantes de Esquerra comparten la percepción de la derrota sufrida por el independentismo en el último trimestre del 2017, derrota que las urnas del 155 vinieron a paliar, no a enmendar. Les separa en cambio que los fieles a ERC piensan que ante la perspectiva de deambular a la intemperie el mal menor consiste en ocupar la Generalitat y curarse de las heridas, aún al precio de enjaularse en ella.
El número de quienes creen que el procés no ha concluido no supera el medio millón en ningún caso. En cambio, un millón largo de independentistas perciben lo contrario. Si seguimos la concepción de la historia de Tolstoi, basada en olas sucesivas que se levantan desde el fondo y cobran mayor o menor elevación y empuje. Dichas olas pueden arrollar cuanto encuentren a su paso o morir mansamente sin haber levantado otra cosa que espuma (añado). Según esta penetrante mirada, tendremos por altamente probable el final del procés.
Puede el independentismo originar una nueva ola, claro, y en ello está o bien en ello piensa. Lo que no se ha visto nunca es que una ola menguante, ya mansa y a punto de besar la orilla, cobre de nuevo fuerza de la noche a la mañana. No hay voluntad humana capaz de tal proeza. Por lo que, a medida que el tiempo vaya pasando, el número de los irreductibles va a ir menguando.
La estrategia de ERC, la que el viejo Lara habría bendecido, pasaba en primer lugar por reconocer la situación y volver a enjaular a la bestia y ponerse a salvo antes de que la muelan a varapalos. Para ello era preciso conquistar la hegemonía en su campo. Lo han conseguido.
Consumado el sorpasso a Junts y puestos de patitas en la calle, el siguiente paso consiste en ganar las próximas autonómicas, convenciendo a propios y extraños de que son los mejores defensores de Cataluña y al mismo tiempo los garantes de la estabilidad. Lo de Pujol, vamos, pero cuidando de arañar votos también por la izquierda. De ahí los últimos fichajes de Aragonès, a la búsqueda de un amplio espectro que contribuya al nuevo objetivo. A ello se van a dedicar con el máximo tesón. Sobre si lo van a conseguir o no, solamente puede asegurarse que cuanto más dure la legislatura más cerca van a estar de la victoria en las urnas.
Las varitas mágicas no existen. Los tiempos andan inciertos y revueltos a todos los niveles y los hornos no están para bollos. Quienes preconizan la unidad del independentismo o son hipócritas o ilusos. La obra de demolición del rival postconvergente a cargo de Junqueras no ha hecho más que empezar. Por allí hay mucho que rascar, más que por el lado socialista.
¿Podría un hipotético retorno de Puigdemont en los próximos meses cambiar el curso de los acontecimientos? No existe tal posibilidad. Ya perdió las últimas elecciones, cuya lista encabezaba. Si vuelve y promueve una algarabía, repetirá el error y fiasco del tsunami. Si vuelve y se presenta para proclamar la independencia, habrá firmado la peor de las sentencias, que es la de la residualidad.