De fascistas, franquicias de Trump, reincidencias e indultos

El asalto al Capitolio por la turba de los seguidores de Donald Trump ha reabierto el debate sobre qué es el fascismo y quién es fascista. Un debate de largo alcance que ha convertido el fascismo en un apelativo común con el que descalificar al adversario. Conviene definir el término para no banalizar el asunto. Conviene, también, sacar las consecuencias. Y hablar de España.

Neonacionalismo populista y democracia recitativa

Autores como George L. Mosse, Zeev Sternhell, Umberto Eco, Renzo de Felice, Emilio Gentile o Federico Finchelstein concluyen que el fascismo tiene que ver con el impulso romántico, con una ideología alternativa al liberalismo y el socialismo que no excluye ingredientes marxistas, con el rechazo del individuo en favor de la masa, con la apología del combate y la violencia, con la reformulación mística del nacionalismo y con un modelo –antidemocrático, autoritario, xenófobo o supremacista– de sociedad.

Por aquello de la precisión, merece la pena detenerse en Emilio Gentile. Sostiene el profesor de la Universidad de Roma que en la actualidad existen personajes o movimientos –se refiere a Trump, Jais Bolsonaro, Matteo Salvini o Recep Tayyip Erdogan– que reúnen determinadas características inherentes al fascismo, pero que ello no les convierte, propiamente hablando, en fascistas.

Gentile habla de “neonacionalistas populistas, que poseen una legitimación democrática, lo que hay es más bien un temor a la modernidad, la adopción de una política de proteccionismo defensivo, para cerrar puertas y ventanas, para salvaguardar inciertas identidades nacionales, amenazadas por la globalización y por las ‘invasiones de inmigrantes’ ” (Quién es fascista, 2019)

Un neonacionalismo político que instituye una “democracia recitativa” en que las elecciones –aparece el populismo y la demagogia: la “psicología del peón”, diría Robert Jay Lifton– convierten al ciudadano en una suerte de robot que, por así decirlo, vota siguiendo las instrucciones del programador.

Un seguidor de Donald Trump sostiene la bandera de los Estados Unidos frente al Capitolio estadounidense, el 6 de enero de 2021 | EFE/MR/Archivo
Un seguidor de Donald Trump sostiene la bandera de los Estados Unidos frente al Capitolio estadounidense, el 6 de enero de 2021 | EFE/MR/Archivo

El neonacionalismo populista en España

El neonacionalismo populista y la democracia recitativa de Gentile cuadra con partidos o movimientos españoles como Vox, Podemos o el independentismo catalán. Unos y otros, además de la intención de modelar al individuo y homogeneizar a la sociedad, cumplen los criterios del profesor italiano:

En primer lugar, el temor a una modernidad entendida como la organización política, social y económica de la sociedad –democracia formal, derechos fundamentales, autodeterminación individual: esto es, la sociedad abierta– que surge en el siglo XVIII

En segundo lugar, el proteccionismo identitario y económico que añora la cohesión social medieval, que exalta y sacraliza la nación, que frecuenta la xenofobia, la exclusión del Otro, la igualdad del hormiguero, el intervencionismo y el colectivismo económicos.

Un neonacionalismo populista que cercena derechos y libertades y dinamita la legalidad democrática en beneficio de una nueva –supuesta– legalidad y legitimidad que conducirán a un nuevo Estado –nacional o social– propio y luminoso.

Un neonacionalismo populista –que exige un gobierno genuinamente nacional en que el pueblo manda y el gobernante obedece– que recuerda el “decisionismo” y la “democracia aclamativa” del Carl Schmitt (Teología política, Teoría de la Constitución o El concepto de lo político, todos de 1928) partidario del Estado total que creía en la “separación o eliminación de lo heterogéneo” en favor de la “homogeneidad nacional” y el “Pueblo”.

El neonacionalismo populista –sea cual sea– pone en peligro a la democracia

Un neonacionalismo populista que impulsa nuevos organismos “democráticos” –asambleas, círculos, consejos, asociaciones–, con el propósito de obviar las instituciones democráticas representativas –¿totalitarismo electivo?–, y que recuerda el corporativismo de la primera mitad del XX.

Un neonacionalismo populista que construye un mundo paralelo, cerca o asedia parlamentos, practica el escrache, fabrica un relato simple plagado de mentiras, engaños y ficciones, polariza la sociedad, fomenta el odio y el frentismo, y encara al “pueblo” con unas instituciones que menosprecia y se encarga de deslegitimar. Más: “la calle siempre será nuestra” y hay que “apretar”.

A lo que hay que añadir el populismo autoritario que suele incumplir sistemáticamente las resoluciones judiciales al tiempo que cuestiona la legalidad democrática y constitucional y se muestra proclive a la desobediencia, la sedición y la insurrección.

Veamos, ¿eso es fascismo? En la línea de Emilio Gentile, aunque se perciban analogías formales con el “fascismo histórico”, eso no es fascismo. Pero, sí es cierto que el neonacionalismo populista –sea cual sea– pone en peligro a la democracia.

La franquicia Trump en España

Contrariamente a lo que suele afirmarse, la franquicia Trump en España no la tiene Vox, que a fin de cuentas observa la legalidad democrática y constitucional. La franquicia Trump en España se la ha ganado, a pulso, la Assemblea Nacional Catalana (ANC). Si quieren, el independentismo catalán.

Ahí está la campaña VotExteriorChallenge de la ANC (7/1/2021) que habla de los “muchos obstáculos para poder votar”, del “trato discriminatorio que con frecuencia reciben los catalanes y las catalanas”, de las “actitudes catalanofóbicas de algunos funcionarios del Estado español”, de los “muchos votos que no salen de los consulados” y cuando llegan a “Madrid se descartan más”.

Ahí está el tuit de la ANC (8/1/2021) que afirma que “el Estado español hace todo lo que está en su mano para que tú, independentista, no votes”. Una evidente similitud con el Trump que discursea y tuitea sobre elecciones “robadas y fraudulentas”.

Más similitudes entre el trumpismo y el independentismo: un movimiento antimoderno, antidemocrático y antipolítico que apela a las bajas pasiones y promueve la bravuconada y el desafío. Un movimiento que quiebra los consensos democráticos fundamentales, rompe la convivencia, fractura la sociedad, exalta la ilegalidad y desprecia las instituciones.

Quizá ya no lo vuelvan a hacer

El asalto al Capitolio por la turba de los seguidores de Trump, así como la reacción nacional e internacional, permite formular tres preguntas sobre el independentismo catalán:

1. ¿Lo volverán a hacer teniendo en cuenta las palabras de Biden –recibidas con aplausos en las cancillerías occidentales– que invitan a perseguir penalmente a quien cometa delitos de “sedición” e “insurrección” a la manera de la turba reclutada por Trump?

2. ¿Lo volverán a hacer teniendo en cuenta que, esta vez sí, el mundo les mirará y juzgará si transgreden la legalidad democrática y constitucional?

3. ¿Lo volverán a hacer teniendo en cuenta que, de nuevo, serán juzgados por los delitos que presuntamente cometan teniendo como espejo el asalto del Capitolio y la reacción internacional de rechazo que ha concitado?

Del independentismo catalán a Vox y Podemos:

1. ¿Continuará Vox apoyando a Trump una vez constatado que el modelo de confrontación del republicano se ha estrellado en la escalinata del Capitolio?

2. ¿Proseguirá Podemos con la práctica –Congreso de los Diputados, Presidencia de la Junta de Andalucía– de rodear o cercar las instituciones para impedir el gobierno de la derecha?

El indulto

Si tenemos en cuenta el apoyo internacional a las palabras del Biden partidario de llevar a los tribunales la posible “sedición” e “insurrección” de Trump. Si tenemos en cuenta que Trump acaba de indultar a personajes poco recomendables –tortuosas relaciones con Rusia y corruptos– como George Papadopoulos, Michael Flyn o Steve Collins. Si tenemos en cuenta eso, ¿se atreverá Pedro Sánchez a indultar a quienes han sido condenados en firme por sedición y malversación? La Unión Europea, ¿aceptará el indulto de quienes ponen peligro la democracia?

A los demócratas

Emilio Gentile: “El peligro real no son los fascistas, reales o presuntos, sino los demócratas sin ideal democrático”.

Thomas Jefferson: “El precio de la libertad es la eterna vigilancia”.

Ahora en portada