De cobardías y silencios cómplices

 

En uno de los comentarios que realizan los lectores de Economía Digital, alguien me reprochaba cariñosamente que esta publicación tuviera algunas fijaciones. Decía: “escuelas de negocios, burguesía en general y el Conde [de Godó, se supone] en particular…”

Y acertó. No se trataría exactamente de fijaciones, como él las describió, pero sí preocupaciones. Sobre todo, porque sobre esos y otros asuntos casi nadie en Catalunya analizó e interpretó en profundidad y anticipación durante años, demasiados. Luego sucede que cuando una escuela de negocios queda implicada por algunos de sus profesores en el caso Urdangarín o la burguesía del país se ve envuelta en mayúsculos escándalos de corrupción (Diputació de BCN, Palau, Millet, De la Rosa, Núñez…) todo el mundo lo sabía y cuando no lo justifica lo olvida con pasmosa facilidad. Lo del Conde también dará que hablar. Pero será cuando la desertización mediática de Catalunya resulte definitiva y entonces a nadie le compense ni tan siquiera aparecer en color esperanza en un semáforo de su influyente y subvencionado rotativo.

Este es un país de análisis a posteriori. A priori, como si de un pequeño pueblo se tratara, el silencio cómplice sobre comportamientos y actitudes es el denominador común. El pragmatismo catalán tiene muchas manifestaciones y no todas virtuosas como acostumbramos a relatar. Evitar a toda costa importunar al vecino, aunque sea clamorosa su escasa vecindad, es un proceder tan frecuente como cobarde. Timidus se vocat cautum [el cobarde se llama a sí mismo prudente], sentenció el esclavo romano Publio Siro.

Por eso me ha parecido valiente que un ejecutivo como Rafael Suñol se decidiera a relatar desde su particular experiencia el trasfondo de la aventura-fiasco de Spanair (mañana domingo publicamos la segunda parte de su artículo en Economía Digital). Durante la semana he pulsado multitud de opiniones mayoritariamente contrarias a que alguien que participó en la génesis del proyecto, en la negociación con los suecos de SAS, pero que decidió saltar del avión por diferencias de criterio con gestores tan poco acreditados como Ferran Soriano acabe dando la cara. Opiniones críticas que respeto, por supuesto, pero no comparto.

Spanair es un muerto que está muy vivo. Lo hemos enterrado rápido, aunque sigue palpitando. Sus constantes vitales se pueden medir en el concurso de acreedores abierto, en los trabajadores que han engrosado las estadísticas del paro, en el quebranto para el ICF, para la sociedad pública Avançsa, en la pérdida de fondos en Turisme de Barcelona, Fira de Barcelona, Catalana d’Iniciatives… Incluso alguno diría que el muerto aún palpita por la falta de oferta aeronáutica desde Barcelona. E incluso tendría una parte de razón.

Sin embargo, en este país de entierros prematuros, advertir de éstas y otras cuestiones acaba derivando en el etiquetaje y la simplificación: radicalidad, fijaciones…

Particularmente no me preocupan los adjetivos que algunos regalan. Generan reflexión, superación y hasta síntesis ideológica. En cambio, sí es preocupante que el Parlament de Catalunya no haya dedicado un debate serio, monográfico, a analizar qué ha pasado en el caso Spanair, los más de 200 millones de dinero público (directo e indirecto) enterrados en el proyecto, la ligereza de los controles públicos y la vocación permanente de enterrar los errores en vez de aprender de ellos. Y eso atañe tanto a Gobierno como a oposición, ambos en la ciénaga del silencio a partes iguales. Por no hablar de la sociedad civil. El CAREC, por ejemplo, ¿no se creó con los mejores currículos académicos para asesorar al Govern en política económica? ¿Acaso no lo es la aeronáutica y las infraestructuras? ¿Y las patronales y los sindicatos, les preocupan más otros aspectos del gasto público? Es probable y legítimo.

Por eso esta semana, además de ver la cara de Mourinho arrodillado en el Bernabéu, la satisfacción es máxima al comprobar que cada día más lectores confían en una publicación que se atreve a narrar e interpretar la realidad económica catalana, valenciana, gallega, madrileña… algo más que el resto.

En eso estamos y por esa senda continuaremos. Con nuestras fijaciones periodísticas. Catalunya, sus ciudadanos e instituciones, se merecen algo más que algunos silencios tan cómplices como cobardes. Feliz semana.

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