De Boí Ruiz a la independencia

Sólo desde el ensimismamiento en que parece haberse sumido Catalunya es posible que un desguace de la sanidad pública como el llevado a cabo pueda pasar sin apenas contestación social y que un político como Boí Ruiz, cuya distinción entre lo público y lo privado es tan leve como un suspiro, pueda aún sentarse confortablemente en su despacho al frente de la conselleria de Salud.

Basta hablar con los profesionales del sector, oír historias de sufridos pacientes –la última el pasado viernes cuando escuché el periplo de un afectado por ictus que tras ser derivado por distintos centros acabó entrando como privado en la Guttman para su rehabilitación a casi 12.000 euros al mes en habitación doble– o sencillamente leer la propia declaración del citado conseller ante el Parlament aceptando que no ha cumplido sus compromisos sobre las listas de espera, para asombrarse que los Ruiz, Geli, etc., hayan salido indemnes políticamente de su tránsito por este sensible departamento.

Sólo si uno se imagina a una buena parte del pueblo catalán como niños siguiendo a remedos de aquel flautista de Hamelin, con la música en esta ocasión del proceso soberanista, puede entenderse que en paralelo a que la Fundació Jaume Bofill publicara un informe muy crítico con la política educativa del Govern el Consell Escolar de Catalunya pidiera a la comunidad “dar apoyo al proceso democrático para ejercer el derecho a decidir” sin una sola referencia a lo anterior.

 
Boi Ruiz ha conseguido desguazar la sanidad pública sin apenas contestación social

Desde mi trayectoria como una persona vinculada durante ya muchos años a la comunicación, felicidades: quien haya diseñado semejante campaña de imagen merece todo mi reconocimiento. Xavier Bonal y Antoni Verger, autores de ese estudio, concluyen que la educación en Catalunya padece no sólo por la falta de recursos sino especialmente por la manera en que se aplican los que hay, en dirección contraria a los modelos más exitosos en el resto de Europa.

Una afirmación así, claro, no es admisible en la Catalunya idílica que los actuales suministradores del nuevo opio para el pueblo catalán nos dibujan. Bonal y Verger se han quedado boquiabiertos por la descalificación que ha recibido su trabajo (“panfleto”, creo que llegó a llamarlo Rigau), sin que nadie les rebatiera sus cifras y fuentes. Ingenuos. El camino hacia Icaria no admite ni críticos ni sospechosos de distracción.

Si son amigos, se admite en todo caso una queja muy matizada. Hace unos días Pimec, la organización patronal de pequeñas y medianas empresas, reprochó al Gobierno central pero también al autonómico que preside Artur Mas la excesiva burocracia de la administración, la presión fiscal, la corrupción… El presidente de la Generalitat admitió que tenían “parte de razón”, echando as usual muchas pelotas fuera hacia el campo de Madrid.

Pero es que el tiempo pasa muy rápido, sobre todo cuando se tienen en la cabeza tan grandes proyectos que dejan poco tiempo para el día a día. Hace ya dos años que el Parlament aprobó una ley omnibús para reducir trabas administrativas e impulsar la actividad empresarial, cuyo balance a fecha de hoy cabe de sobra en espacios minúsculos. Han pasado ya tres años y tres meses desde que Mas fuera investido presidente de Generalitat poniendo fin a siete años de deficientes tripartitos con un discurso en el que señaló como uno de sus más importantes objetivos (¡eran otros tiempos!) la reforma y simplificación de la administración para hacerla más competitiva y para ello nombró un gobierno business friendly. Ustedes mismos.

Prometer paraísos tiene muchas ventajas. Hay que hacerlo bien, por supuesto, y en el momento oportuno. En esto último, la elección ha sido adecuada, en medio de una de las más profundas crisis económicas que se recuerda y en una coyuntura de acusada pérdida de credibilidad de políticos e instituciones. Y en cuanto a hacerlo bien, a las pruebas me remito del éxito del eslogan.

Entre las ventajas de situar en el horizonte una tierra prometida están la de hacer que los errores cotidianos y la incapacidad para el gobierno actual parezcan minucias ante las circunstancias históricas que se viven. Poner en “Madrid” el foco y origen de nuestros problemas, hace que parezcamos mejores de lo que realmente somos.

La independencia es un proyecto político más y en democracia tan defendible como cualquier otro, siempre y cuando encaje en la ley, pero antes de abrazar causas con el fervor que nos caracteriza deberíamos preguntarnos con quién, cómo y para qué.