De Alfonso y la bala que Mas no quiso disparar
El independentismo ha tenido un problema. No se lo ha creído. O mejor dicho: el proyecto independentista que ha querido impulsar el ex presidente catalán Artur Mas nunca pretendió llegar hasta el final. Fue y es una salida política para lograr una negociación con el Gobierno central que satisfaga los intereses de una clase media catalanista que tiene miedo a que, en las próximas décadas, su posición se vea mermada. Es también una salida para cambiar las relaciones de poder, y tratar de que la administración pública de la Generalitat –no confundir con Cataluña– no siga siempre en una situación de penuria, que no se entiende de ninguna manera si ese territorio –ahora sí, Cataluña– representa el 19% del PIB de España.
Esa afirmación, la de que Mas nunca quiso llegar hasta el final, se comprueba ahora con las conversaciones que se han filtrado entre el ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, y el director de la Oficina Anifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso. Al margen del daño de esas conversaciones –es intolerable que el Gobierno fuerce a la Fiscalía o se aceleren o se ralenticen investigaciones en función del proyecto político que defienden los investigados— lo que se ha podido conocer ahora es que los resortes del Estado lo pasaron realmente mal en las semanas previas a la consulta soberanista del 9N en 2014. Hubo nervios. Se pensó que el proyecto soberanista podía lograr sus objetivos, que el reto podía ser mayúsculo.
De Alfonso le comunica a Fernández Díaz que tiene un plan para encauzar esa situación, con Germà Gordó como hombre moderado, en el seno de Convergència, capaz de sustituir a Artur Mas. Pero insiste en que si Mas logra –está hablando en octubre de 2014– una lista única, sin la consulta del 9N, la cosa para el Gobierno español se podía haber complicado.
«Bueno, el caso es ese. Claro, dices, esto es una locura. Esto sí preocupa porque si por las casualidades ganan y, posiblemente, podrían ganar en una lista. No con mayoría absoluta, pero sí lo suficiente como para que después si el Partido Popular, el PSC o Ciutadans no logran llegar a acuerdos, pues ellos gobernarían y eso ya sí que es que el presidente pierda el control. Porque ahí yo estoy convencido, absolutamente convencido, de que si eso se gana, estos proclaman la independencia unilateral y entonces ya sí que acabamos…acabamos a leches».
La afirmación es tremenda. Fernández Díaz le espeta: «Estás hablando de unas elecciones plebiscitarias, ¿no?», y De Alfonso añade: «Plebiscitarias».
Pero no pasó. Artur Mas insistió en llevar a cabo una consulta que le iba a condicionar a corto y medio plazo. Pensó en convocar elecciones en febrero, pero el resultado de aquella semi-consulta había resultado desastroso para los independentistas, con 1,8 millones a favor de la independencia, pero con una participación de un tercio del 37,02% del censo.
Cuando decidió convocar elecciones, después de lograr la lista única, con Junts pel Sí, en septiembre de 2015, ya era demasiado tarde.
Tuvo una bala en su revólver, convocar elecciones aprovechando que el Tribunal Constitucional había anulado la consulta que deseaba realizar. Pero no la utilizó. Siguió adelante. Se realizó una consulta extraña, con poca participación, pero suficiente para entender que el independentismo no llegaba a sus objetivos, que le quedaba mucho camino por recorrer. Y eso le condicionó posteriormene.
Con unas elecciones, aunque oficialmente no podían ser otra cosa que unos comicios al Parlament de Cataluña, en las que el independentismo hubiera tenido mayoría absoluta –sin contar la CUP, que es otra cosa, y ahora se han dado cuenta los dirigentes de CDC– no se sabe qué hubiera hecho el gobierno español. Pero el temor existía, como han mostrado esas conversaciones de De Alfonso con Fernández Díaz.
Mas no quiso disparar la bala, porque, en realidad, nunca ha querido llegar tan lejos. Y eso lo debería admitir ya todo el soberanismo, para comenzar a rectificar y resolver los problemas de Cataluña de una forma más acorde con la realidad.
Eso ahora parece muy evidente, diga lo que diga el propio Mas y los dirigentes de Convergència, escandalizados con esas filtraciones.