¿Darwinismo empresarial o gin-tonic patronal?
Juan R. cursó empresariales en una universidad de Barcelona con algunas melenas, un poco de rock de fondo mientras estudiaba y algún porro entre los labios. Hoy, tres décadas después, además de la mirada angustiada, casi 50 años, y un vehículo todo terreno en el garaje, tiene una gestoría con dos contables, un laboralista y varios administrativos. Allí pasa jornadas diarias de entre 10 y 12 horas de trabajo.
Ramón U. era compañero de estudios. Su familia le financió un máster de IESE al concluir la universidad y se fue seis meses a Londres para perfeccionar el inglés. Ya en su época de estudiante, y a diferencia de su amigo, prefería el gin-tonic y sus aficiones musicales rondaban el pop español de la movida. En el coche, un deportivo sin apenas maletero, todavía suenan The Coors cuando vuelve a casa. Hoy es director financiero-administrativo de una multinacional de la alimentación.
Una vez al mes cenan juntos con sus respectivas familias. Acostumbra a ser en fin de semana. Juan prefiere el sábado noche. Los viernes todavía acumula el cansancio del día y algún sábado por la mañana debe pasar por sus oficinas a rematar algún tema urgente de un cliente. Ramón, sin embargo, intenta siempre quedar en viernes. Ese día, sin temer por su bonus anual, el convenio de la empresa le facilita no regresar al trabajo después de comer.
Después del postre, cuando los niños han quedado exhaustos en el sofá y sus respectivas esposas debaten sobre temas relacionados con la educación de los pequeños o sus respectivos trabajos, se sirven una copa. Ramón sigue atrincherado en el gin-tonic, pero ahora los prepara con frutas del bosque, pepino, tónicas de sabores, colores y ginebras de cosmopolita procedencia. Su amigo ya no fuma porros, le dan mucho sueño, ni lee ensayos de los intelectuales de moda. Prefiere el regusto maderero del whisky de malta.
Juan siempre se queja de la legislación laboral y fiscal española. Está asociado a un gremio y a una pequeña patronal catalana. Se queja. Le explica a su amigo que piensa dejar de pagar las cuotas, porque jamás han conseguido cambiar una ley, una normativa siquiera, que tenga en consideración a los pequeños negocios. El debate se anima. Ramón dice que el problema lo tienen ellos, con 5.000 trabajadores en plantilla y que (“tú no sabes…”) hasta la llegada de la crisis el absentismo laboral era ofensivo. Peor, le dice, es pagar las cuotas de las grandes patronales para mantener a un grupo de ineptos.
El darwinismo sobrevuela sus debates. Al pequeño gestor no le ha quedado más remedio que adaptar su empresa a la disminución de clientes. Ahora emplea cinco personas menos desde finales de 2011. Para justificarse, asegura conocer a un notario que ha dejado su despacho como un páramo desde que no se venden viviendas ni se firman hipotecas ni préstamos a las empresas.
Al alto ejecutivo de la multinacional le amarga la incapacidad de la CEOE para hacer entender a la sociedad que no habrá más trabajo si no cambia, en serio, la legislación laboral. Su empresa ha aplicado ya dos ERE en los dos últimos años y aún tienen sobredimensionada la plantilla. Dice que la gran patronal está tomada por los bancos y los grandes almacenes, que se olvidan del resto. Juan le apostilla: “Y más aún de los pequeños”.
Llevan casi diez años con la misma conversación de sobremesa y pocas variantes argumentales. Diríase que evoluciona más la elaboración del gin-tonic que su discurso. Casi lo mismo que opinan de las asociaciones empresariales.
Catalunya tiene más organizaciones patronales que clubs de fútbol en primera división. Sin contar (que eso dispararía la estadística), toda la burocracia gremial y colegial heredada del siglo pasado y del anterior e inútil a efectos empresariales en su mayor parte. Es un hecho. Siguen haciendo guerras de guerrillas por su cuenta, defendiendo parcelas de poder e influencia. El darwinismo ha llegado con la crisis a las empresas, pero no a sus organizaciones representativas. Hasta los sindicatos, sus antagonistas en el diálogo social, se muestran más ágiles, aunque sea porque a la fuerza ahorcan.
Por desgracia, lo que en la historia fue un movimiento asociativo potente, denotativo de una gran vitalidad y liderazgo económico, hoy no constituye más que una decadente muestra de pequeños corralitos en los que abundan los personalismos estériles y un cada vez mayor aparataje tecnocrático que vela por mantener vivos intereses más personales (cuando no políticos) que colectivos.
A veces se reúnen, pero son incapaces de unirse en la búsqueda de soluciones globales y de incorporar eficacia real para las preocupaciones de sus representados. Ofrecen dogmáticos discursos sobre la necesidad de dimensión empresarial, de alianzas, de pactos y de ganar músculo, mientras habitan en seculares minifundios patronales.
Son capaces de cenar juntos, de declararse como novios, pero incapaces de reunirse de nuevo al día siguiente con el objetivo de consumar su cercanía. Se quedan anclados en debatir si un whisky o un gin-tonic. Y si alguno cede y optan por lo segundo, como Juan y Ramón, empieza un nuevo debate sobre qué ginebra, qué tónica y qué tipo de acompañamiento debe llevar el combinado. Cualquiera diría que lo de la evolución y adaptación al medio no va con ellos…
TRATAMIENTO SEMANAL DE CHOQUE:
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Supositorio matinal >> Al presidente de la Generalitat, Artur Mas, y a los asistentes a la reciente y fallida cumbre de patronales, sindicatos y Govern. Seguimos en las formas, llámenles photo opportunity si quieren, y sin dar una única solución original y/o creativa para afrontar la crisis económica catalana. Ni una. Con ese saldo, con la mirada siempre puesta en gobernar con la regadora de dinero en la mano, incapaces de adoptar un sola iniciativa que no tenga coste y sea efectiva, a nadie debe extrañar su paulatino y sistemático alejamiento de la ciudadanía.
Supositorio nocturno >> A toda la cúpula directiva de PriceWaterHouseCoopers en España, a quienes el juez Ismael Moreno, de la Audiencia Nacional, ha decidido investigar por un presunto delito fiscal de más de 40 millones de euros. Nos estamos acostumbrando a que quienes asesoran y tiene la obligación de ayudar a sus clientes con los cumplimientos legales sean los primeros sospechosos por sus prácticas tributarias. Primero Cuatrecasas, ahora ellos… ¡Qué tufo!