Cultura con minúsculas
La grandilocuencia de la cultura: es obvio que la 'Cultura' catalana siempre tendrá más abolengo que la cultura californiana, dónde va a parar.
La historia es bien conocida. Los productores de Universal Pictures, Richard D. Zanuck y David Brown, oyeron hablar de la novela Jaws de Peter Benchley en 1973. Ambos quedaron entusiasmados con el texto y, ese mismo año, compraron sus derechos por 175.000 dólares.
Un joven director de Ohio de 26 años que hasta entonces no había tenido mucho éxito, Steven Spielberg, también se hizo con una copia de la novela por su cuenta antes de publicarse y, al enterarse de que el estudio preparaba una película, rápidamente se ofreció como director.
Spielberg confió en Dreyfuss solo porque se lo había dicho su íntimo amigo Georges Lucas
Después de ponerse realmente pesado, ya que la única muestra de su talento incipiente era una película que había hecho para televisión, Duel, le contrataron y le dieron un calendario de 55 días de rodaje y un presupuesto de 3,5 millones de dólares.
Spielberg, en aras de economizar, contrató a actores que no pasaban por su mejor momento, lo que hacía su caché más asequible. Contó con Roy Scheider, demasiado apegado a la botella por aquella época, y cuyo papel de jefe de policía Brody ansiaban Robert Duvall y Charlton Heston.
Se hizo con los servicios de Richard Dreyfuss, en la piel del biólogo marino Hooper, que no daba pie con bola desde que le calificaron como el segundo Paul Newman y, claro, es duro vivir a la sombra de un coloso.
Pocos rodajes fueron tan desastrosos como ‘Jaws’: se superó ampliamente el presupuesto
El director confió en Dreyfuss solo porque se lo había dicho su íntimo amigo Georges Lucas. Para dicho personaje optaban astros de la talla de Jon Voight o Jeff Bridges. Y los productores le impusieron al solvente inglés Robert Shaw para el papel del cazador de tiburones, Quint, y con el que acababan de trabajar en El Golpe, y también un legendario bebedor. El joven Steven sabía que tenía que ahorrar desde el principio y no se podía permitir estrellas rutilantes.
El rodaje de la que en España y otros países sería conocida por la película Tiburón –Jaws, mandíbulas, en la versión original para el mercado en inglés- comenzó oficialmente el 2 de mayo de 1974 en una de las islas más posh del planeta, Martha´s Vineyard, debido al fondo arenoso de sus playas -aún estoy viendo nadar a mis hijos de adolescentes en esa misma playa muchos años después- y a que contaba con la típica área vacacional de clase media, aunque hoy en día se haya convertido en refugio de millonarios y presidentes de los Estados Unidos.
Pocos rodajes han sido tan desastrosos. Se construyeron tres tiburones mecánicos a razón de cuarto de millón de dólares cada uno, se acumularon retrasos, se superó ampliamente el presupuesto, hubo accidentes peligrosos, borracheras gloriosas y discusiones hasta el amanecer.
En las memorias de Spielberg él asume la culpa completa del desastre, se culpa por su inexperiencia e ignorancia acerca del mar y llega a afirmar que “la arrogancia de un cineasta que cree que puede conquistar los elementos fue temeraria, pero yo era demasiado joven para saber que estaba siendo imprudente cuando exigí que rodáramos la película en el Océano Atlántico y no en un tanque de agua de Hollywood”.
En dos semanas se recuperaron los costes de producción y en menos de tres meses ya había superado a El Padrino como la película más taquillera de la historia
Los 55 días previstos se alargaron hasta los 159 finales, concluyendo el 6 de octubre de 1974. Spielberg, exigente ya desde sus comienzos, decidió, tras revisar el metraje, filmar algunas escenas más que pagó de su bolsillo, un bolsillo que estaba vacío en aquella época y acudió a los bancos.
El presupuesto final llegó a nueve millones de dólares. El cineasta estaba avergonzado y llegó a prometer que trabajaría gratis el resto de sus días para Universal si todo aquello era un fracaso. La película se estrenó en EEUU y Canadá el 20 de junio de 1975, proyectándose en 464 cines de cara a la temporada estival, justo cuando en España la dictadura franquista daba sus últimos estertores.
Su éxito fue inmediato: en dos semanas se recuperaron los costes de producción y en menos de tres meses ya había superado a El Padrino como la película más taquillera de la historia, listón que le arrebataría dos años después Star Wars, de George Lucas.
Aquel año recaudó más de 470 millones de dólares, más de cincuenta veces su presupuesto. Todos los personajes de esta historia salieron reforzados. Scheider relanzó su carrera con éxitos como Marathon Man o All that Jazz, por la que ganó el Oscar; Dreyfuss se convirtió en estrella, sobre todo en más películas de su nuevo amigo Spielberg, como Encuentros en Tercera Fase o E.T.; y, el malogrado Shaw aún tendría tiempo a dejarnos joyas como Robin y Marian, con un adorable malvado Sheriff de Nottingham, parecido al cascarrabias Quint de Tiburón.
Y Spielberg… qué decir del que quizás sea el cineasta más exitoso de su generación. Lo que le ha valido, fundamentalmente, para ser un hombre muy modesto, con una fortuna personal de casi 4.000 millones de dólares. Continuó siendo un hombre agradecido -encomiable el homenaje que dio a Francois Truffaut, otro de los más grandes de la historia, en Encuentros…-.
En España, la película se estrenó en la Navidad de 1975, poco después de morir Franco. Recuerdo a mis padres llevándonos al Lope de Vega a ver aquel prodigio de película en un frío enero con los grises aún patrullando por la Gran Vía.
Ese verano en la playa de Cabañas, frente a Pontedeume, donde veraneábamos, y donde nunca se había visto un tiburón blanco, quizás algún marrajo o tintorera pequeños, ningún niño nos atrevimos a meternos en la zona profunda de las frías aguas locales.
Jugueteábamos en la orilla como tontos ateridos bajo la mirada atenta de nuestros progenitores, mientras en nuestra mente repiqueteaba la terrorífica música de John Williams. Había sucedido lo mismo al otro lado del Atlántico el verano anterior, ya que en las playas de América se redujo considerablemente la asistencia, se dispararon los avistamientos de tiburones y nació el término psicológico de selacofobia o miedo a los tiburones. Todo un hito.
En 2001 la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos seleccionó para su preservación el filme con la acepción de culturalmente significativo, así en minúsculas.
Coda
Consulto esta misma mañana las cifras del Teatre Nacional de Catalunya. No voy a entrar en lo paradigmático de llamar teatro nacional al teatro de una comunidad autónoma, eso sería otro debate -que no se tendría en ninguna otra nación del mundo, salvo España, claro está-.
Lo que realmente me llama la atención es que la palabra cultura, de forma grandilocuente, siempre está en mayúsculas. Es obvio que la Cultura catalana siempre tendrá más abolengo que la cultura californiana, dónde va a parar.
Lo que es gracioso es que yo soy uno más de los que la paga. En 2018, último ejercicio cerrado y auditado, el presupuesto del TNC fue de 10.559.845 euros. Los ingresos fueron de 2.814.134 euros.
Las transferencias provenientes de la Generalitat de Catalunya fueron de 8.296.795 euros. La ocupación fue del 79,47%, lo que viene a decir que, a los precios actuales, nunca será rentable. Los espectadores fueron 126.985. Grosso modo, el precio medio de la entrada fue de 83 euros.
En fin, seguiré comprando entradas para ver cine de Spielberg…