Cuidar al empresario para que el asalariado trabaje, el sindicato cobre y el Estado recaude
Más ventajas para los trabajadores implicarían un mayor gasto para las empresas, que pagan los sueldos. Un salario mayor contribuiría a un aumento de la inflación
Existe una abundante bibliografía sobre el género que podríamos denominar relación empresario/trabajador. Título que, implícitamente, acepta la idea de que las empresas no cuidan, o no cuidan lo suficiente, a los trabajadores. Cosa que nos conduce, ahora explícitamente, a plantear un par de preguntas: ¿por qué los empresarios deben cuidar de los trabajadores? ¿Por qué no han de ser los trabajadores quienes cuiden a los empresarios? Vayamos por partes.
Motivados, productivos, satisfechos y felices
En artículos como Unos empleados felices son una empresa productiva, Cuáles son las ventajas de tener beneficios para empleados en la empresa, ¿Cómo cuidar del trabajador para que se sienta cómodo? o Las 100 mejores ideas de beneficios para empleados; en estos artículos –generalmente ilustrados con fotografías de trabajadores motivados, productivos, satisfechos y felices- se enumera lo que el empresario debe ofrecer para cuidar del trabajador y conseguir un ambiente laboral favorable.
Entre otras medidas –centenares- se recomienda escuchar y comprender, reconocer logros, salario justo, aportaciones de la empresa al plan de pensiones, mejora del espacio de trabajo, espacio de ocio, gimnasia en la oficina, vacunas, atención médica para transexuales, fisioterapia, osteopatía, quiromasaje, restauración, alojamiento gratuita, teléfono móvil con descuento para familiares, seguro de mascotas, campamentos de verano, vacaciones extra para obras de solidaridad, día libre en cumpleaños, fiestas para niños.
Unas medidas que –dicen- aumentarían la sensación de pertenencia a la empresa, incrementarían la competitividad y rentabilidad, mejorarían la imagen empresarial, generarían satisfacción laboral, reducirían el absentismo, disminuirían el estrés, favorecerían la motivación y la participación, y atraerían talentos.
¿Quién paga la fiesta?
Cierto es que algunas de estas medidas contribuyen a mejorar el clima laboral de la empresa y ayudan a aumentar la productividad y competitividad de la misma. Cosa que plantea algunas cuestiones:
¿Quizá la empresa ha de transformarse en una suerte de mini-Estado del bienestar que ofrezca servicios gratuitos –alojamiento, plan de pensiones o restauración- a sus trabajadores?
¿Quizá la empresa –escuchar, comprender y reconocer la valía personal- ha de invertir una parte de la jornada laboral en sesiones de coaching colectivo diarias o semanales? ¿La empresa ha de fomentar la autoayuda laboral?
¿Quizá los trabajadores necesitan estímulos monetarios y sociales –dinero, fisioterapia, quimioterapìa- móviles para la familia- para comportarse debidamente, reducir el abstencionismo, olvidarse de los piquetes “informativos” y trabajar con la intensidad requerida?
¿Quizá la empresa ha de promocionar el ocio –espacio de ocio, gimnasio, golf en la oficina, fiestas, campamentos o cuidado de la mascota- para que los trabajadores recuperen la energía, el ánimo y la ilusión perdida?
¿Quizá la empresa ha de convertirse en una suerte de ONG que ofrezca vacaciones extra para que los trabajadores se dediquen –una manera de apaciguar la mala consciencia de la clase obrera privilegiada occidental- a la solidaridad?
¿Quién paga la filantropía, la fiesta, la solidaridad y el guateque? La empresa, naturalmente. Una empresa a la cual se le adjudica la condición de mini-Estado, de gabinete de coaching, de lugar de ocio y solaz, de ONG.
¿Quién paga el pato?
Éramos pocos y ahí aparecen los sindicatos de clases que, como se sabe, son amigos del coaching, pero no del mindfulness. Muy amigos de orientar y proteger a los trabajadores sindicados con trabajo y poco amigos de atender a las lecciones del presente.
Si los trabajadores ocupados –teledirigidos por los sindicatos de clase- son partidarios del estímulo monetario; CC.OO y UGT no son partidarios de que los “salarios paguen el pato”. ¿Quién paga el pato? Es decir, ¿quién paga los costos del aumento del precio de la energía, de la guerra de Putin en Ucrania y de la inflación? La empresa, por supuesto.
Los autodenominados sindicatos de clase ya tienen su hoja de ruta: hay que ganar la batalla contra el empresariado, hay que presionar por la vía del convenio colectivo, hay que exprimir al alza las cláusulas de revisión salarial, hay que indexar los salarios y las pensiones a la inflación, hay que establecer cláusulas que garanticen el poder adquisitivo de los trabajadores, hay que exigir al empresariado la moderación de los beneficios empresariales. ¿El pacto de rentas que también pide la moderación salarial de los trabajadores? Ni hablar. Que pague la empresa.
En una coyuntura en que los Fondos Europeos de Recuperación no llegan a las pequeñas empresas con beneficios reducidos, con un BCE que amenaza con subir los tipos de interés y limitar seriamente la compra de bonos de los Estado, con la deuda pública y la prima de riesgo de España disparada; en semejante coyuntura –añadan el precio de la energía y un crecimiento pírrico-, la subida de los salarios generaría más inflación y, quizá, estanflación. Desocupación y pobreza.
Cosa que se agravaría de no bajar/congelar los sueldos de los funcionarios y las pensiones. No hay dinero para todo y para todos. A lo que habría que sumar un Estado que no deflacta los impuestos –del ciudadano y la empresa-, porque todavía cree que el dinero está mejor en las arcas públicas que en los bolsillos particulares. Mejor el Estado sobrio que el desmedido que acaba generando una deuda prácticamente impagable –España, por ejemplo- que obliga –el que venga detrás, que arree- a una austeridad severa.
La lógica del bienestar
Más allá de la inflación y sus efectos, ¿quién paga la fiesta del coaching, el ocio, la mascota y la solidaridad señaladas al inicio? Unos y otros –sindicatos, trabajadores y Gobierno-, se empeñan en atribuir a la empresa la condición de mini-Estado del bienestar. Sea. Sigamos dicha lógica.
En la lógica del Estado del bienestar, los trabajadores y sindicatos de clase que se benefician del mini-Estado empresarial del bienestar deberían pagar a la empresa las cuotas necesarias para sufragar –un parte, como mínimo- sus necesidades sobrevenidas y sus caprichos. Menudo invento. ¿Acaso no sería mejor no sobrecargar los gastos empresariales y facilitar la subsistencia de la empresa? Así se conserva la empresa y el lugar de trabajo.
Al respecto, un seminario concluiría que cuidar la empresa –en síntesis: moderación fiscal, salarial y social- es un buen negocio para todos. Título del cursillo para izquierdistas, sindicatos de clase y trabajadores reivindicativos: Cómo cuidar al empresario para que el asalariado conserve el lugar de trabajo, el sindicato de clase siga cobrando la cuota sindical y el Estado continúe recaudando impuestos de forma moderada.
El tejido moral y el egoísmo racional solidario
Trabajen, prívense del consumo suntuario o páguenlo de su bolsillo, y cuídense de sí mismos en la medida de lo posible. Y si hay que pedir ayuda, se recurre al Estado del bienestar auténtico. Pero, no se olviden de cuidar al empresario si quieren conservar el puesto de trabajo.
Cuidar al empresario equivale a cuidar a los trabajadores en tanto y en cuanto la empresa que sobrevive paga los sueldos. Una manera de esforzarse en salir adelante. Eso sí que es autoayuda mutua solvente. Un ejercicio de egoísmo racional solidario. Una manera de construir un tejido moral –valores, hábitos, costumbres- entendido como suma de elementos que construyen un tejido social.