Cuento orwelliano no-navideño

Bienvenidos a un relato del 'procés', cuyo final está lejos de escribirse

Apretujados en una desvencijada madriguera, un sin número de liebres celebraba asamblea. Compartían el deseo de instalarse en una nueva madriguera, mucho más amplia y confortable, que tenían aprobado inaugurar un año atrás como remedio a todas sus penalidades pero aún estaba pendiente de ocupar. En todo lo demás, estaban en desacuerdo.

Se cernía el invierno. Las liebres andaban muy justas de provisiones para subsistir hasta la próxima primavera pero podían apañarse si se amoldaban a compartir estrecheces. Las más atrevidas no estaban de acuerdo con la escasez y reivindicaban su derecho a pasear impunemente por el exterior, manifestarse y recoger tantas bayas como les viniera en gana.

Las liebres menos lanzadas sostenían: «primero hay que votar»

Pero ahí afuera acechaban los cazadores, con las escopetas apuntando a la entrada de la madriguera. “No es cuestión de jugársela”, sostenían las más prudentes del lugar. “Recordad a nuestras queridas congéneres, refugiadas en la lejanía o enjauladas por los cazadores, algunas en huelga de hambre; no os arriesguéis”. “Mejor esperar a que se cansen de montar guardia y en cuanto se larguen salimos en tropel hasta el nuevo cobijo”.

“Primero hay que votar”, sostenían las menos lanzadas, como el año pasado no participaron todos en la votación, ahora procede ensanchar la base”. Las radicales, en completo desacuerdo, vociferaban: “sólo se trata de cumplir con el resultado de lo que votamos un año atrás”.

“Eso, eso”, sostenían junto a ellas las moderados de derechas que daban la razón a las radicales para traicionarlas después de utilizarlas para imponerse a las moderados de izquierdas. “Nada, nada, primarias y a ocupar el territorio que nos corresponde”, clamaban las liebres de la tercera o la cuarta fila.

Una visita de cortesía el 21-D

En estas andaban cuando el anuncio de una visita de cortesía y distención por parte del cazador mayor y su consejo en pleno acentuó las divisiones. Era cuestión de demostrar la disconformidad, organizar grandes manifestaciones, bloquear las entradas, cortar los caminos e impedirles el paso. “Al contrario decían otros, lo mejor es no hacer nada, la visita puede ser una prueba o una trampa, más nos vale quedarnos en casa, al abrigo”.

En el fondo, todas creían que una mano distante y salvadora había puesto en remojo los cartuchos de los cazadores, de modo que de los cañones de las escopetas solamente iban salir, como mucho, hilillos de humo. “No hay peligro, arremetían las radicales, el campo está libre aunque no lo parezca, vamos a salir todas juntas a la voz de ya”. Pero las prudentes recordaban que podían volver a molerlas a culatazos, que también duelen.

A lado a la convicción, o suposición, de que la pólvora estaba mojada, anidaba el temor compartido de quedarse a la intemperie, en medio del campo. Abandonar la vieja madriguera sin posibilidades de llegar hasta la nueva no parecía lo más sensato pero la mayoría simulaba que tal peligro no existía.

Como no había acuerdo posible decidieron no decidir nada y que cada cual actuara por su cuenta y según su criterio. Las más arrojadas saldrían al campo con pasamontañas, a dar una tal lección a los cazadores que se les pasarían las ganas de volver por aquellas tierras. Otras saldrían a decirles cortésmente que no era bienvenidos.

Unas terceras pondrían en práctica una cortesía aún mayor e invitarían a los cazadores a parlamentar, o por lo menos a charlar un rato y hacerse un par de fotos. En verdad, los cazadores más despiadados, los malos de verdad, acampaban en lontananza, esperando a que los cazadores buenos y comprensibles fracasaran en su burdo intento de conciliación para desalojar la vieja madriguera de una vez por todas, enjaular a un buen número de liebres y dispersar el resto.

Aún no puede saberse si la decisión de no decidir nada y simultanear todas la actitudes era muy sabia o muy descabellada, porque el final de este cuento tan orwelliano y tan poco navideño está lejos de escribirse. Mientras, felices fiestas.

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