Cuento de Navidad
Me crié entre lobos. Traté de adaptarme y aparenté ser un lobo más, pero me sabía de otra especie; yo era un animal diferente
Me crié entre lobos.
Traté de adaptarme y aparenté ser un lobo más, pero me sabía de otra especie. Yo era un animal diferente; vulnerable y frágil.
Cuando te educas en un contexto que sientes agresivo, no aciertas a adivinar quién eres, sólo te concentras en intentar que el entorno no te hiera. La capacidad de sentir y expresar amor nace con dificultades, y cuando consigue nacer, muy a menudo se seca y se muere.
Quien de pequeño no consigue progerse de un entorno adverso, acostumbra a convertirse en un adulto propenso a la autodestrucción; no ha tenido la oportunidad de aprender a amar.
Crecer en un entorno violento me dejó cicatrices, pero también estimuló mi instinto de supervivencia. Pronto intuí que para protegerme, tenía que configurar un mundo propio, un universo interior hecho a medida. Así construí un mundo personal luminoso, sugestivo y bello. Y me salvé. Porque si aprendes a disfrutar de la belleza, tienes la capacidad de sentir felicidad.
La belleza nos envuelve, se manifiesta generosa y abundantemente y está al alcance de todo el mundo. Pero no todo el mundo es capaz de identificarla y de disfrutarla. Sólo unos pocos privilegiados saben relacionarse con ella de tal manera que podría justificar toda una existencia. La belleza te enseña a querer, porque te conecta con la vida.
A partir de entonces, cualquier cosa se convirtió en material para mi mundo personal. Por descontado, la belleza en mayúsculas de una obra de arte, pero también la belleza de la cotidianidad, la que está a nuestro alrededor: un mosaico, una escalera, la fachada de un edificio, un rostro.
A Barcelona le rindo tributo a diario, como si fuera una diosa
Las cosas bonitas de la vida constituyeron el material que me protegía de la fealdad y de la agresividad del mundo.
Mientras, la Barcelona de mi infancia, gris y amorfa, se desvanecía, y se revelaba una ciudad extraordinariamente bella. Barcelona resplandecía desde que me levantaba por la mañana, hasta que volvía a casa de madrugada.
La metamorfosis de Barcelona me procuró consuelo y alegría. Por eso la quiero tanto. Y a mi manera, le rindo tributo a diario, como si fuera una diosa.
Como Barcelona, yo también tuve mi propia metamorfosis. Aquel animal frágil resultó ser, al final, de una raza mucho más salvaje que la de los lobos. De un día para otro me convertí en pantera.
Pero ésta es otra historia. Será el cuento de Primavera.