Se llama Concordia, atraca en el puerto de Mataró, es un velero de crucero oceánico y tiene 90 pies de eslora. Es una embarcación con la que el abogado Emilio Cuatrecasas Figueras (Barcelona, 1954) navega habitualmente por aguas del Mediterráneo. No siempre va solo. Al contrario, el suyo es un barco social en el que se acostumbra a reunir lo más florido del mundo de los altos negocios. Todo un símbolo de lujo y de éxito profesional del hombre que ha convertido su despacho (Cuatrecasas, Gonçalves, Pereira) en el más relevante de Barcelona y el segundo de España.
Cuando Hacienda avista un barco en la relación de bienes de una empresa empieza a sospechar. Está claro que no es el único motivo para malpensar, pero sí uno de los que despierta las alertas de los sagaces inspectores de la Agencia Tributaria. Hace unos días me explicaban que Cuatrecasas alquila su Concordia a algunos de sus amigos de la alta sociedad barcelonesa. O es una triquiñuela para demostrar una actividad económica (sobre todo si se tiene en cuenta la escasa afición náutica de los inquilinos) o el prestigioso letrado es un lince hasta con sus elementos de recreo. Me da en el olfato que Hacienda sospecha lo primero.
Después de días indagando sobre el asunto, una representante oficial de Emesa (un vehículo inversor de Cuatrecasas) admitió a esta publicación que la empresa había estado sometida a una larga inspección fiscal de la que todavía no se les ha notificado el cierre. Fue como sacar una muela, pues el discurso parecía extraído de un disco duro: “Cuatrecasas cumple con sus obligaciones fiscales de acuerdo con la legislación”. Será. O no, que es lo que sospecha la Agencia Tributaria y, después de ver su informe, la Fiscalía de Delitos Económicos con el correoso Francisco Bañares al frente.
A Cuatrecasas se le acusa presuntamente de 10 delitos (uno atribuible a su mujer, pero en el que se le considera inductor) por incorrectas declaraciones de renta, patrimonio, sociedades e IVA de los años 2006 a 2008. Casi cuatro millones de euros de supuesta defraudación. Así reza en la querella presentada ante el juzgado número 32 de Barcelona. Personal de servicio, gastos no atribuibles a la actividad empresarial, segundas, terceras… residencias a nombre de la sociedad, el barco…
Las cuentas que cada uno tenga con Hacienda son suyas. Pero, claro, cuando el adalid del derecho fiscal barcelonés es objeto de una querella por incumplimiento personal, el incidente adquiere mayor trascendencia. Cae el mito. ¿Cómo defenderá y asesorará mis intereses si es incapaz de hacerlo con los suyos?, puede preguntarse un potencial o actual cliente. Ésa es la razón por la que en Uría Menéndez, Gómez Pombo, Price, Garrigues y otros bufetes relevantes se están frotando las manos. Se acabó el monopolio de la fiscalidad y las minutas imbatibles. El despacho fundado en 1917 por su abuelo podría resentirse de ese incidente con el Fisco.
Es justo la misma razón por la que algunos socios de Cuatrecasas han intentado frenar el curso de esta investigación en los últimos días. El ambiente está caldeado en el bufete y entre sus más de 600 abogados. Aunque todo apunte legalmente a la empresa patrimonial del presidente, el efecto negativo que provoca sobre la imagen del despacho es indiscutible.
Además, según explican algunos de los letrados de Cuatrecasas, las prácticas que Hacienda considera ilegales en el caso de Don Emilio no serían extrañas entre otros socios del despacho. Es más, se consideraban blindados ante la justicia tributaria y temen haber perdido el caparazón. Por si todo eso fuera poco, aún recuerdan las consecuencias de la laborización del despacho (cuando hubo que pasar del régimen de autónomos y empleados por cuenta propia al de empleados de la sociedad) y las consecuencias tributarias que aquel reciente asunto tuvo para muchos de ellos.
Don Emilio el navegante parece haber quebrado en los últimos tiempos su histórica buena suerte, aquella que le ha llevado a ser casi desde la cuna una de las principales fortunas de Catalunya. Hace no muchos años tuvo que hacer frente a uno de los divorcios más caros que se recuerdan en la ciudad (de alrededor de unos 30 millones de euros) para recuperar el control de Emesa, la sociedad en la que compartía los bienes patrimoniales con su exmujer. Por cierto, el Concordia entre otros.
Aún más recientemente invirtió en la inmobiliaria Habitat. Fue también a través de Emesa, sociedad participada por la suiza BC Property (!). En ese fiasco inversor intentó defender ante la justicia que Bruno Figueras le había levantado la camisa, a él, a Isak Andic y a otros minoritarios. Infructuosamente, pues la justicia tampoco le dio la razón. Por no hablar de los escalofríos que ha vivido en Metrópolis (la inmobiliaria de las grandes fortunas), donde su amigo del alma Josep Maria Xercavins (y paradojas de la vida, físicamente tan parecidos) ha sido apartado de la gestión y obligado a devolver 2,2 millones de euros.
Son malos tiempos para Cuatrecasas y para la afición a la náutica de altos vuelos en general. Aunque naturalmente la asociemos con la paz, concordia, en una de sus acepciones semánticas, significa otra cosa: ajuste o convenio entre personas que contienden o litigan. Su sicav también se llama Concordia Inversiones. ¿Cómo puede sospechar Hacienda de alguien que bautiza su barco y su sicav como Concordia? ¿También se fijó en el nombre del barco de Artur Carulla antes de llevarlo a los tribunales?
En fin, sólo un consejo a Don Emilio: mejor una buena concordia que un mal pleito. ¿No?
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