Cuando ‘Patria’ era vivir en Babia
El gran valor de Aramburu es haber mirado de frente la realidad de nuestra tierra como solo alguien libre de prejuicios y desde la distancia puede hacerlo
Conozco a Fernando Aramburu desde hace muchos años. Los primeros pasos en la escuela y varios cursos juntos en el colegio de frailes. Hasta el final del Bachillerato nos mojamos con la misma lluvia, sudamos bajo el mismo sol y corrimos tras el mismo balón. Luego llegó la Universidad. Otras inquietudes, otras ciudades.
Nuestros barrios —el suyo Ibaeta; Ondarreta el mío— son territorios contiguos en la parte Oeste de San Sebastián engullidos ya por otro núcleo urbano más grande conocido como el Antiguo. En los años 50 y 60 del siglo pasado sus casas eran el límite de la ciudad. Más allá quedaban las huertas, los caseríos, el mar y la montaña.
El paisanaje lo componían principalmente familias llegadas de otras zonas del País Vasco, Navarra o del mismo San Sebastián que encontraron un salario en alguna de las pequeñas fábricas o talleres de la zona.
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Obreros y empleados sin mucha cualificación, hijos del bando perdedor y herederos por lo tanto del resentimiento que genera la falta de oportunidades y las carencias generadas por un régimen que solo cuidó a los adeptos. Por eso en casa, y con mucho esfuerzo, nos mandaban a estudiar con los frailes.
Y en ese ambiente crecimos. Entre el odio a todo lo que fuera la España triunfante y la admiración por el pasado glorioso de los vascos. Un pasado que, por lo visto, nos fue arrebatado de manera injusta y sangrienta y que nosotros, al parecer, estábamos llamados a recuperar. Las voces, como cantos de sirena, nos llegaban desde entornos muy cercanos. Y fueron muchos, como es sabido, los que cedieron a la tentación.
En alguna entrevista a propósito de Patria, Aramburu lo explica con claridad: “nuestra generación corrió dos riesgos: engancharse en la droga o acabar en ETA”.
«Estoy en Londres, no en Babia»
El autor de Patria ha ido sin embargo más allá y ha evidenciado con su obra que, aun siendo ciertos los dos riesgos que cita, existe un tercero que se ha revelado mucho más perverso: el de negar la realidad evitando mirarla a los ojos. Algo que perdura en el tiempo en la sociedad vasca y que no invita al optimismo.
El innegable éxito de la novela fue digerido con dificultad por muchos en el País Vasco. No les gustaba lo que leían, pero era difícil criticarlo, así que optaron por el silencio. Con la serie ya no se han podido resistir y desde la izquierda abertzale han tratado de desacreditar a Fernando Aramburu diciendo que lleva muchos años viviendo en Alemania.
Como si eso significara no conocer la sociedad vasca. Cuando el gran valor de Aramburu, más allá de sus cualidades literarias, es haber mirado de frente la realidad de nuestra tierra como solo alguien libre de prejuicios, y posiblemente desde la distancia, puede hacerlo.
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Me recuerda esta crítica a una parecida que hace unos años, mientras yo era corresponsal en Londres, me hizo un destacado líder nacionalista: “Miguel Angel, es difícil que entiendas lo que pasa aquí. Llevas muchos años fuera”. “Es cierto —le contesté—. Pero estoy en Londres, no en Babia”.
Y es que a muchos les ha interesado y les sigue interesando que la sociedad vasca viva en Babia. Que los vascos sigan apegados a su tierra, a sus raíces y costumbres, pero evitando mirar a los ojos de la realidad que Patria les ha puesto delante.