Cuando los empresarios se fumaban un puro

El quijotismo, Séneca, la hidalguía y mil otras cosas más empaparon la era moderna hasta el punto que por largo tiempo el empresario fue un tipo ventrudo y con un puro en la boca. Así era también en la transición democrática, precisamente cuando los empresarios se habían puesto a forjar una modernización económica que fortaleciese a la modernización política.

A muchos empresarios de buena ley les inquietaba la baja reputación que tenían en las encuestas. Se les consideraba insolidarios, egoístas, acaparadores, explotadores del buen obrero liderado por unos sindicatos próximos al heroísmo moral.

 
Nunca hubo grandes emprendedores como protagonistas de la novela española
 

Este estado de opinión ha ido cambiando por razones tan dispares como la proximidad de la pequeña empresa o la aceptación de la economía de mercado por el socialismo democrático. Ahora constatamos con claridad ese nuevo estado de opinión, síntoma a la vez de una sociedad que reconoce en general la necesidad de ser competitivos y más productivos.

Según una encuesta de Círculo de Empresarios, la ciudadanía se ha puesto a confiar más en las empresas que en el Estado. ¿Eso eso consecuencia de la crisis económica? ¿Cómo, de repente, las encuestas indican que los españoles desearían que hubiese más empresarios? El ciudadano comprende que son los empresarios los que crean trabajo y riqueza y que el Estado, si acierta, únicamente pone el marco de reformas y legislación.

Las recientes grandes fortunas no se han generado tendiendo líneas férreas o acumulando privilegios. Todo comenzó con unos post-hippies apañando programas de software en un garaje del Sillicon Valley. Eso ha llevado a nuevas formas de altruismo y a operaciones de muy vasta expansión global. Pero algo de todo eso estaba en los manguitos del viudo Rius o la contabilidad del senyor Esteve.

El secreto real no es la mera codicia, sino la capacidad de evolucionar que ha demostrado la empresa, no sin algún hundimiento. Estamos ya en las empresas del conocimiento, lo que requiere una gran fluidez entre universidades y compañías, mucho más I D. Un 50% de los encuestados confían más en las empresas que en el Estado –un 14%–.

Al salir de la crisis conoceremos los efectos de la destrucción creativa. Por el momento, el riesgo de derrumbe ha forzado el diseño de nuevas formas de regulación. Habrá mucha más vida después de la crisis. Adaptarse o desaparecer. Los empresarios ya ni llevan corbata. Teclean su portátil en los aeropuertos, van al gimnasio y ya no fuman ni puros.