Cuando el soberanismo despierta el nacionalismo español

El soberanismo ha pensado que todo era una fiesta, y ha despertado en Cataluña el nacionalismo español, que apenas existía, inmerso en la idea de ciudadanía

Todo es una fiesta. Esa ha sido la consigna del soberanismo catalán en los últimos años. El voto, la fuerza de una urna y una papeleta, en pleno siglo XXI, es un enganche ganador. No hay duda. Pero los votos se depositan en urnas cuando se celebran elecciones, en muchos niveles administrativos, que son acordes con la legalidad. Cuando son miles, centenares de miles de personas, las que piden un referéndum sobre la autodeterminación, esa petición se debe escuchar. No para hacer exactamente lo que se reclama, pero sí se debe buscar una solución política. El caso es que, por ahora, no se vislumbra esa salida. Y lo que era una fiesta se ha convertido en una situación delicada tras las cargas policiales del 1-O.

La fiesta se ha transformado en una protesta en la calle, que, aunque pacífica, trata de forzar la legalidad, con un barniz ya claramente revolucionario, protagonizado por la CUP, que ha marcado la agenda política en los dos últimos años. Todo queda a la espera de esa declaración de independencia en el Parlament, sea para aplicarla de inmediato, o tras unas elecciones de carácter constituyente.

En pocos días se han sucedido muestras de exhibición del sentimiento español en Cataluña

Pero en ese proceso se ha despertado algo que se pensaba que ya no existía. El independentismo ha considerado que toda España defendía un nacionalismo español añejo, sin pensar ni admitir que, en realidad, el nacionalismo español quedó arrinconado, y que los españoles, en su conjunto, han compartido derechos y libertades en un país democrático desde la transición con muchas ganas de superar símbolos, banderas, y guiños que se asociaban a la dictadura.

Frente a la modernidad del catalanismo, que ha derivado en el soberanismo, se contraponía ese nacionalismo español casposo que –pese a algunas islas del pasado– en realidad ya no existía. Pero ahora renace, ha despertado. Muestra su orgullo por un país que ha evolucionado tanto y bien. Y eso siempre es susceptible de crear problemas, de dividir una sociedad, porque se contraponen dos nacionalismos, dos sentimientos.

Tras las caceroladas de estos días, en determinados barrios de Barcelona, del ensanche, se podía escuchar el himno español a todo volumen: justo cuando dejaban de sonar, a las diez de la noche, esas protestas de vecinos soberanistas. Eso es nuevo. No pasaba.

El soberanismo debería entender que no todo es una fiesta, que cuando se fuerzan las cosas, la ciudadanía sufre

El pasado 30 de septiembre, un día antes del referéndum, miles de personas llenaron la plaza Sant Jaume con banderas españolas, y claramente mostraron su rechazo al proceso soberanista y a la independencia de Cataluña. Los independentistas les llaman ‘fachas’, sin pensarlo dos veces. Pero son catalanes que se han visto interpelados, que se sienten molestos y exhiben sus señas de identidad. Eso es nuevo en Cataluña. No son un grupúsculo, una serie de nostálgicos del franquismo. La reunión de miles de personas de ese día no fue impulsada por partidos políticos, aunque había simpatizantes del PP o de Ciudadanos, o del PSOE o del PSC.

El día 8 la entidad Societat Civil Catalana, que defiende la Constitución, y que aglutina en su seno a simpatizantes y militantes del PP, Ciudadanos, PSC o Unió Democràtica, ha organizado en la plaza Urquinaona una manifestación con el lema Prou, recuperem el seny; (Basta, recuperemos la sensatez), que reclama abandonar esa vía ilegal que tuvo su culminación con la votación en el Parlament de la ley del referéndum y de la ley de transitoriedad jurídica los días 6 y 7 de septiembre.

Pero es que este martes, y coincidiendo con las manifestaciones soberanistas en el centro de Barcelona, se produjo una movilización espontánea en la Via Augusta de ciudadanos con banderas españolas y senyeras.

Eso significa, aunque con pesos distintos, que la sociedad catalana ha comenzado a dividirse en función de sus sentimientos, de sus señas de identidad. El nacionalismo español, que apenas existía en Cataluña como tal, se ha despertado. Y el soberanismo debería entender que no todo es una fiesta, que cuando se fuerzan las cosas, la ciudadanía sufre y se tensa. Y sería necesario rebajar esas cuestiones identitarias. Nunca son buenas. Nunca han sido buenas.