Cuando el Ibex se pone de los nervios
Estábamos paladeando los indicios tenues de una recuperación post-crisis cuando de repente el temor a una nueva recesión impone la turbulencia en los mercados financieros.
Los analistas económicos habrán de interpretar si se trata de una borrasca pasajera o de un nuevo enfriamiento climático. Políticamente, el riesgo de contracción ha alarmado mucho a los gobiernos de la eurozona. Desde luego, la desactivación del crecimiento alemán es una mala noticia para todos. Traducida en política, implica un desbaratamiento dramático en el gobierno de coalición que preside Angela Merkel.
Los expertos bursátiles han recordado que octubre es un mes maldito para las Bolsas pero el temor ya está en los mercados globales, ansiosos ante los síntomas contradictorios de la post-crisis.
Aparecen dudas sobre la recuperación en los Estados Unidos. Los políticos están llamando a la calma, pero por sensatez están obligados a hacer un ejercicio de previsión de lo peor. Saben que la Bolsa sube y baja, pero después de la crisis de 2008 las sociedades, fatigadas por el estancamiento y el paro, son mucho más sensibles a cualquier vaivén bursátil.
Parece que no estamos ante un nuevo apocalipsis, pero a los gobiernos les corresponde convencer al electorado de que algo se está haciendo. Es posible que esta turbulencia induzca a algunos países –Italia o Francia, por ejemplo– a acelerar el ritmo de reformas. Las analistas subrayan un dato inquietante. Ni Holanda ni Finlandia están boyantes. Tampoco Dinamarca.
Una hipótesis para el alivio es que la posibilidad de una recesión europea a fondo más bien es consecuencia de especulaciones y rumores. La recuperación avanza con demasiada lentitud, pero no hay motivo –según esta hipótesis– para hablar de catástrofe instalada en el corazón de la Unión Europea. En Italia Matteo Renzi y en Francia Manuel Valls van a tener que hacer las reformas que el socialismo repudiaba y que la derecha intentó hasta que las protestas sociales obligó a dejarlas en un cajón.
Aún así, la recesión es un riesgo. De ese riesgo van a retroalimentarse los populismos que proponen el regreso a una autarquía idílica y a sistemas contrapuestos a la economía de mercado. Como siempre, la culpa será del capitalismo neoliberal.
Para esos populismos, tanto la Bolsa como el euro son una conjura para robarles a los buenos ciudadanos.Tantos factores heterogéneos se suman. De una parte, el virus ébola ha generado una alarma global. En el caso de España, las tácticas indescriptibles de Artur Mas no son un agente de estabilidad. Pero, en general, nos preguntamos si eso es una nueva crisis recesiva o un coletazo de la anterior. Parece que queda margen para pensar que no estamos ante una honda turbación económica de largo efecto, como en Japón.
Más allá de las pantallas que registran el sube y baja de la Bolsa, una cierta pérdida de confianza resulta inevitable. La desconfianza amedrenta al inversor. Como es sabido, los mercados bursátiles, generalmente, entran con volatilidad al trapo de una alarma. Esta coyuntura requiere con urgencia la confianza que puede dar el buen gobierno, estable y a la vez activo. Las tarjetas opacas no ayudan.