Crónica de una muerte anunciada

Cuando hace cerca de dos años, antes de las multitudinarias manifestaciones del 2012 y 2013, escribíamos sobre la inmediata deriva hacia la independencia de un ala de Convergencia, encabezada por Oriol Pujol y Francesc Homs, más de uno nos preguntó que qué habíamos fumado esa noche. Meses más tarde esos mismos interpretaban la supuesta masiva reacción del poble català como un acto espontáneo.

En su momento, avanzamos también que en el camino sería sacrificado el President Artur Mas. Un personaje casado con ese espíritu tan servil que eleva a lo más alto a gente más bien mediocre. Entonces, para algunos, ya no fumábamos, sino directamente eramos agentes tóxicos del CNI. Ahora, ya podemos decir que toda esta historia es la crónica de una muerte anunciada. Un acto que se guisó como espontáneo pero que nadie dude que fue activado y, a día de hoy, está siendo desactivado por esos que se dicen padres de la patria catalana.

En la crónica prevista por algunos, pero, se olvidaron que el pueblo ya no es tan rehén ni tan fiel a unos líderes como antes. Y eso le da un nivel de incertidumbre que aún podría sorprendernos. Mientras, algunas historias particulares en varios Juzgados de Barcelona irán diluyéndose en los próximos días o semanas. A cambio, el nivel de confrontación y sobre todo de exposición mediática, será reducido al mínimo. Verán como el nivel radical de las tertulias en medios públicos será reducido. Algunas personajillas aupadas sin vergüenza hasta el rango de vicepresidenta in pectore del Govern tendrán puertas cerradas. La supuesta espontaneidad del poble català será dosificada por los medios afines.

Algunos, intuyéndolo –son tan ignorantes que fueron de buena fe– han debido abrir la boca, como Junqueras, demostrando porqué están mejor callados y sobre todo porqué fueron marionetas. La mediocridad de esos supuestos líderes del poble se desvanecerá por momentos. Nadie niega que ese inicial 20-25% de independentistas, bien respetable, pudo haber aumentado en los momentos de delirio colectivo a un 40-45% o incluso alguno más. Pero todo, lamentamos decirlo, estaba perfectamente planificado. Planificado por aquellos que querían ocultar sus trapicheos constantes y que, como verán en los próximos meses, habrán logrado su objetivo. Al final, la historia no era la independencia, sino negociar cómo algunos podían volver a la impunidad que siempre han tenido en Catalunya.

Ahora las Rahola o los Barbeta de turno, ya saben, cuales bufones en las Cortes medievales, hablarán de una nueva etapa simplemente para sobrevivir. Los más radicales, aún más sencillo, serán eliminados de las listas de subvenciones. Poco a poco, entre todos desactivarán la ilusión de muchos y curiosamente satisfarán a aquellos que nunca vimos ese camino. Al final, lo triste es que el problema de Catalunya no es España. El problema de Catalunya es Catalunya. Siempre gobernada por unos familias, modelo isleño sureño europeo, que mueven y hacen espontáneos a su pueblo. Triste historia de un país que, con los años, no sólo no ha aprendido, sino que cae cada vez más estrepitosamente en la misma piedra. Tiempo al tiempo. Y recuerden, el final la independencia no deja ser una versión mediterránea de un clásico en español de Gabriel García Marquez, la crónica de una muerte anunciada.