Crímenes machistas

Con 368 votos a favor y sólo uno en contra, el Parlamento ruso aprobó dar luz verde en primera votación a una propuesta que busca descriminalizar la violencia doméstica para preservar la «tradición de la autoridad parental».

Así, las penas por pegar a la pareja o los hijos serían leves multas o arrestos, con lo que los agresores podrían zafarse del peso de la ley, que tampoco era tanto, que hasta el momento condenaba a una pena máxima de dos años de cárcel a los agresores. La nueva norma propuesta prescribe multas de hasta 30.000 rublos (cerca de 500 euros), 15 días de arresto o 120 horas de trabajos sociales por pegar a tu mujer o a tus hijos.

La enmienda plantea que reincidir sí conllevaría penas de cárcel más prolongadas, lo que también se contempla si la paliza conduce al fallecimiento de la maltratada. De momento todo eso es sólo un proyecto, pues la medida deberá ser refrendada en una segunda ocasión para entrar en vigor.

La promotora del anteproyecto ha sido, paradójicamente, una mujer, la senadora del partido Rusia Justa, Yelena Mizulina, artífice también de la «ley contra la propaganda homosexual» y antigua presidenta del Comité parlamentario de Familia, Mujer e Infancia. Una perla, vamos.

La senadora ultraconservadora afirmó que «las leyes deben apoyar esa tradición familiar» y en tanto que «en la cultura familiar rusa las relaciones padre-hijo se construyen en torno al poder de la autoridad del padre», la violencia en el seno de la familia es lo más normal del mundo. A juicio de Mizulina, «descriminalizar» la violencia doméstica «permitirá proteger a la familia de injerencias exteriores no justificadas y defender la familia tradicional (…) amenazada si el marido va a la cárcel». La senadora cree que no es de recibo que «tengamos personas en prisión durante dos años y con la etiqueta de delincuente por un simple sopapo».

El Ministerio del Interior ruso ya admitió en 2008 que entre 12.000 y 14.000 mujeres morían cada año a manos de sus parejas. En 2015, el mismo ministerio aseguró que 50.000 personas habían sido víctimas de la violencia doméstica, sin aportar más detalles, seguramente por miedo a revelar la verdadera dimensión de los crímenes cometidos.

En España, en 2007 fueron asesinadas 71 mujeres; en 2008, 84; en 2009, 68; en 2010, 85 en 2011, 67 en 2012, 57; en 2013: 57; en 2014, 59; en 2015, 64 y en 2016, 53, que es el índice más bajo en diez años.

No obstante, esas son las cifras de la violencia extrema, pero está claro que las agresiones domésticas son mucho más elevadas. Si tomamos les estadísticas del Observatorio contra la violencia doméstica y de género del Consejo Superior del Poder Judicial, el total de víctimas afectadas por la violencia de género se eleva hasta 435.904, que todavía es más abultado si sumamos los 44.330 casos registrados por los Mossos d’Esquadra y enviados automáticamente desde Cataluña vía servicios web.

La buena noticia es que las denuncias por violencia de género han ido aumentando con los años. En 2014 se presentaron 126.742 denuncias y en 2015 fueron 129.193, según el Observatorio antes mencionado.

La mala noticia es que sean tantas las denuncias por este tipo de fechorías y que la tipología social del criminal sea tan transversal. Este jueves, la modelo italiana Gessica Notaro, de 28 años, finalista del concurso miss Italia en 2007, fue atacada con ácido por su expareja y permanece en el hospital con pronóstico reservado.

Antes de acabar el pasado año, la líder andaluza de Podemos, Teresa Rodríguez, puso en evidencia el machismo en las instituciones con su denuncia por la agresión de un empresario en la Cámara de Comercio, Manuel Muñoz Medina, en presencia del resto de vocales de la institución y de su presidente, Francisco Herrera. Le rieron la gracia y el acosador se justificó diciendo que llevaba una copa de más.

Ese es el mayor problema de lo que es simplemente un crimen y no mera violencia doméstica o de género: la complicidad de unos y la justificación de otros, como la de la senadora rusa, cuyo ánimo retrógrado sorprende que aún subsista en Rusia en 2017, cien años después de la Revolución que debía dar paso al «hombre nuevo» y a menos de treinta de su caída.