Crimen de Asunta: luchas entre justicia e información. ¿Era todo necesario?
Hace ya un mes que conocíamos la fatal noticia de que una niña de origen chinés había aparecido muerta en una pista forestal en el ayuntamiento de Teo. Desde el punto de vista periodístico, la experiencia de este mes nos ha dejado mucho más que un lamentable suceso. El crimen de Asunta ha puesto sobre la mesa los valores que definen o deben definir la noticia y las maneras de hacer periodismo.
Los sucesos siempre han despertado un enorme interés en las audiencias. Desde los orígenes de la prensa escrita siempre han tenido su hueco en las páginas y su interés ha ido in crescendo, de manera muy notoria en las últimas décadas cuando los medidores de audiencias han patentado su éxito en los medios audiovisuales.
Sin embargo, a medida que los sucesos ganaban espacios y tiempos en los medios, su tratamiento ha ido mermando en calidad informativa y democrática, hasta el punto de que su divulgación corresponde más a sucedáneos de noticias que a noticias de sucesos.
En el tratamiento del crimen de Teo nos han ofrecido informaciones bien elaboradas y objetivamente notables desde la óptica periodística. Con eso nos bastaba. No necesitábamos nada más. Nada que emborronase lo que era un relato limpio y ordenado.
Cuando se entiende que para hacer noticias es necesario aportar fotos de menores (por muy pixeladas que estén) o declaraciones de vecinos y conocidos sin ningún tipo de contraste ni rigor, el periódico (el medio) se convierte en eso, en un patio de vecinos. La prensa es muy poderosa y eso es así, para bien y para mal. La prensa crea culpables antes que la justicia y la prensa crea opiniones antes que verdades.
No estoy descubriendo la pólvora al afirmar que los medios constituyen un poder más en las democracias. No sé si el cuarto o el primero, desde el momento en que las personas se juzgan mucho antes de que se sienten en el banquillo. Y esto es (todavía) más preocupante cuando los juicios se forman en farándulas y corrillos en los que importa más la lucha por la cuota de pantalla que por la cuota de juicio común. Me hace esto pensar hasta qué punto un jurado popular puede ser legítimo e imparcial cuando se ha emborrachado de horas de micros y litros de saliva. ¿Le hacen daño los medios a la justicia? ¿O le hacen falta? ¿Era necesaria una ventana indiscreta para nuestra tele indiscreta?
De los aciertos se aprende. De los errores también. Por eso todos deberíamos hacer un ejercicio de reflexión. Y digo todos, periodistas y ciudadanos. Hay elementos que no aportan ningún valor a los relatos y, en este sentido, no nos deberían importar ni como informadores ni como informados. No tiene sentido cocinar lentejas si a los comensales no les gustan, pero a base de cucharada hoy, cucharada mañana, todos hemos acabado por tomarlas.