Corrupción y política

Según el barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) del mes de enero de 2014, la corrupción ocupaba el tercer lugar en la lista de angustias de los españoles, detrás del paro y de los problemas económicos. ¿A quién podía extrañarle? Los escándalos de corrupción habían alcanzado entonces los cimientos del sistema y afectaban desde la Casa Real a la Jefatura del Gobierno, pasando por los poderes judicial y legislativo, hasta extenderse al mundo sindical, empresarial, las comunidades autónomas y los partidos políticos. La sensación era que la corrupción política se había convertido en una pandemia que lo infectaba todo. En 2013, por ejemplo, existían en España más de 1.600 causas pendientes por asuntos de corrupción política y financiera.

La gente está asqueada y desprecia a quienes se ven salpicados por alguno de los múltiples casos de corrupción. Lo que es normal. Pero lo malo de este estado de ánimo es que lo evidente, lo que ha quedado probado pero no ha sido castigado como debería, contamina lo que no lo es simplemente porque ese justificado hartazgo ciudadano arremete contra todo lo que se mueve ¿La política y la corrupción son un problema en la actualidad? ¡Claro que sí! La blandura del Código Penal y el mal funcionamiento de la Administración de Justicia, junto a indultos injustificados, terceros grados que parecen favoritismos y otras lindezas propiciadas por los políticos, contribuyen a abultar esa sensación de impunidad que los ciudadanos detestan y que los «nuevos políticos» populistas aprovechan para ganar terreno.

Ante un cuadro de este tipo, ¿qué haría usted si fuese uno de esos políticos sin alma que dominan la escena española y quisiese desprestigiar a los que considera que son enemigos de España y su sacrosanta unidad? Pues colgarles el sambenito de que son el partido más corrupto que existe hoy en el mundo mundial. La desfachatez de los dirigentes del PP no tiene parangón, pues hablan de las finanzas de los demás partidos como si Correa y su denuncia de los cobros del 3% no les afectase.

Posiblemente, sólo Carme Chacón y José Montilla les igualen. Llevamos más de una década oyendo la canción de que el problema que acecha a CDC es el famoso 3% que Pasqual Maragall aireó con su proverbial imprudencia, sin aportar ningún tipo de pruebas. Maragall es una persona simpática y desordenada, con ese toque de genialidad que captiva a tirios y troyanos, pero no es ningún santo, porque cuando dijo lo que dijo en el Parlamento sabía que en su partido un tipo siniestro llamado Josep M. Sala ya había sido juzgado y condenado por financiación ilegal del PSOE. No se puede despachar al adversario acusándole de tus propios males sin ser, además de sabio, un cínico.

Corría el año 1997. Sala fue condenado junto con su compañero de partido Carlos Navarro, ambos políticos en activo: senador el primero y diputado el segundo. Sala fue condenado por los delitos de falsedad documental y asociación ilícita a dos penas de un año de prisión, a seis de inhabilitación y se le impuso una multa. Fue encarcelado, pero sólo estuvo en prisión 12 días al serle admitido a trámite un recurso de amparo en el Tribunal Constitucional. La sala segunda de ese tribunal, presidida por Carles Viver i Pi-Sunyer (¡vaya paradoja!), anuló la sentencia al cabo de cuatro años, el 4 de junio de 2001, al admitir las alegaciones del acusado, todas ellas formales, sin rebatir el fondo. Sin embargo, Sala sigue siendo el emblema del 3% del PSC, como Bárcenas lo será del PP aunque logre salir más o menos indemne de lo que se le acusa y Pallarols de UDC, el partido de Josep Antoni Duran i Lleida.

La corrupción es hoy el mejor antídoto contra todo. Lo utiliza el PP para ensuciar el giro soberanista de CDC y lo utiliza la CUP para denunciar los tejemanejes de los poderosos, que identifican con Artur Mas. La utilización política de la corrupción no es exactamente lo mismo que la corrupción política, pero se le parece. Les une la falta de entrañas, que va acompañada de la total falta de voluntad de buscar la verdad.

Es una arma arrojadiza de la que uno se sirve para darle en la cara al enemigo con la intención de tumbarle para siempre. Dejémonos de sandeces y digamos las cosas por su nombre: acusar a alguien de corrupto es gratis y no genera sospecha. Al contrario, el acusado de ser corrupto está bajo sospecha, aunque no exista ninguna prueba contra él. Sé de lo que les estoy hablando, porque este es el recurso que utilizan los extremistas de derechas y de izquierdas para callarme la boca en Twitter y acosarme políticamente, cuando no lo hacen de forma personal.

Hay políticos y partidos que no sólo se oponen a las ideas de los demás, sino que quieren destruirlas porque las consideran perniciosas, sean esas ideas la independencia de Cataluña, los conciertos sanitarios o lo que convenga. Todo vale. Cuando la libertad está condicionada por el combate político y la ley sólo sirve para destruir al adversario, la democracia no existe. Incluso la construcción de un nuevo país no se puede desligar de la libertad que se respire en él.

No se trata de ocultar nada, se trata de actuar con justicia y de alertar sobre la corrupción con garantías para los investigados. Fíjense en lo que ocurrió con Josep M. Sala. No sé si era culpable o no, pero la falta de garantías procesales acabaron en su exculpación. La corrupción política, como el terrorismo, no se puede combatir con ilegalidades.