El proyecto europeo frente al espejo
Los países de la UE que más se oponen a la habilitación de un sistema de transferencias fiscales son los que más se han beneficiado de la unión monetaria
La brusca criogenización de las economías italiana y española está sacando a flote las inconsistencias del modelo fiscal que rige las economías de la zona euro. La principal rémora de los países del sur es haber cronificado su deuda externa por encima de su capacidad para financiarse en los mercados.
Algunos datos macroeconómicos, previos al debut de la pandemia de 2020, habían maquillado la precariedad de economías como la española, gracias a una cierta mejora de nuestra balanza comercial, que ha visto reducida la brecha entre importaciones y exportaciones.
En términos generales, un superávit en la balanza de pagos refleja la fortaleza de la economía. Sin embargo, en el caso español, no sólo no puede ocultar la debilidad de nuestra economía -indicada por el alto nivel de desempleo, la precariedad laboral y los bajos salarios- sino que nos permite sospechar, además, que el aumento de los ingresos provenientes de activos en el extranjero apunta a una salida al exterior de capital nacional.
Aunque el diseño del Euro limita nuestra capacidad para expandir el gasto público, los desequilibrios fiscales de nuestra economía nos obligan a obtener financiación para gastos corrientes en los mercados financieros internacionales, cuyas condiciones se ajustan a nuestra capacidad para devolver la deuda, en relación a nuestro producto interior bruto.
En nuestro caso, la deuda externa bruta supuso, al cierre de 2019, el 169,3% del PIB. Afortunadamente para España e Italia, las economías de la zona euro disponen de una especie de tarjeta de crédito, llamada Target 2, que al igual que su equivalente en plástico, permite a los países integrantes del Banco Central Europeo albergar la ilusión de que es posible aumentar el endeudamiento aplazando sine die el monto principal, pagando solo intereses.
Target 2 es un Sistema de Liquidación de Operaciones Financieras, que efectivamente actúa como banco de compensación. Este mecanismo canaliza las trasferencias de pagos entre los países de la zona euro, sin necesidad de presentar activos financieros como respaldo previo a la liquidación de cuentas, y sin requisitos previos de desembolso.
Si en circunstancias normales este sistema ya constituía una anomalía fiscal, la situación creada por la Covid-19 lleva a que Target 2 deje de ser suficiente para sostener nuestros desequilibrios comerciales y apuntalar la debilidad de la banca nacional.
Por mucho que los países hanseáticos se empecinen en enmarcar este problema en términos teológicos o esópicos, las únicas alternativas realísticas son la plena unión fiscal, o la devolución de la autonomía fiscal a los estados miembros.
Debemos entender ambas opciones en clave de proceso; no de evento súbito. Tampoco estamos ante un problema nominal; por mucho que persistamos en emplear eufemismos piadosos como eurobonos o velocidad variable, lo que en verdad está en juego es la integración o desintegración del proyecto europeo.
La UE es fundamentalmente un sistema normativo, es decir, basado en derecho y deberes, por lo que resulta inaceptable aceptar soluciones de caridad discrecional, como la ofrecida por Mark Rutte, el primer ministro holandés.
Si bien todos los estados miembros se han beneficiado de formar parte de la Unión Europea, son precisamente los países que más se oponen a la habilitación de un sistema de transferencias fiscales, al modo de los que existen en los estados-nación, los que mayores ventajas han tenido por estar en una unión monetaria determinada por sus propios modelos productivos.
Con todo, la retórica moralística con la que los países hanseáticos envolvieron sus intereses materiales, les permitió esquivar en 2012 la resolución de los problemas estructurales del euro, aun al precio de subvertir la soberanía nacional de Grecia e Italia, convirtiéndolos en protectorados económicos de Bruselas, y cargando de razones a los euroescépticos.
En esta ocasión, sin embargo, el Mecanismo Europeo de Estabilidad es insuficiente para hacer frente a la magnitud de la crisis en ciernes, por lo que va a ser muy difícil para los países empecinados en mantener el status-quo, convencer a los perdedores del desastre económico que se avecina de que el Euro no es una moneda, sino un sistema de gobierno cuyo objetivo es el sacrificio del viejo modelo europeo en el altar de las cuentas de resultados, tal y como sostiene el iconoclasta filosofo italiano Diego Fusaro, y más difícil aún persuadir a los países del sur de que sigan la senda Argentina, para no perturbar el modo de vida del norte.