Barcelona, en manos del fundamentalismo animalista
El Zoo está hecho un asco, sí, pero Colau solo tiene en mente desmantelarlo con la connivencia de la mayoría de fuerzas políticas
El pasado lunes 20 de julio participé, vía telemática, en la reunión del Patronato de la Fundación Zoo de Barcelona. Soy patrono de la misma a propuesta del grupo municipal BcnpelCanvi, en una situación un tanto particular, ya que soy el único, patrono, de nombramiento político que no soy concejal.
Se me ha permitido una total autonomía, que agradezco especialmente, pero en reciprocidad quiero dejar bien claro que el análisis de la citada reunión y de su marco, que voy a hacer a continuación, no tiene por qué ser necesariamente compartido por el grupo municipal al que debo mi estatus.
La convocatoria tenía un orden del día que, de entrada, se podía calificar de trámite. Inesperadamente, la cosa se complicó, a causa de que ese mismo día 20 de julio saltó la noticia: los últimos tres delfines que quedaban en el Zoo barcelonés habían sido trasladados a Grecia, a una instalación cerca de Atenas de nombre Attica Zoological Park. ¿Era tan importante la referida noticia como para alterar hasta cierto punto los términos de la reunión? Para responder a la pregunta, hay que darle a la moviola.
La calidad del zoo
El delfinario del zoo de Barcelona tenía ya sus años y el tiempo no pasa en balde. Soy de la opinión que había dado un gran servicio a nuestra ciudadanía, al permitirle familiarizarse con unos mamíferos, los cetáceos, que a duras penas pueden, con suerte vislumbrarse en un viaje por mar. Estoy seguro que hay miles de barceloneses, hoy adultos, con agradables recuerdos infantiles asociados a la observación de la orca Ulises o de los diferentes delfines mulares que han habitado el lugar.
Pues bien, durante el mandato del alcalde Trias se decidió proceder a la construcción de un nuevo acuario para los cetáceos, considerando, con buen criterio, que el existente estaba obsoleto. Unas nuevas instalaciones redundarían no solo en la mejora de la observación de los animales por parte de los visitantes, sino en la calidad de vida de los ocupantes.
Convencida de que era lo más guay, Colau arrinconó el nuevo delfinario propuesto por Trias
Pero ocurrió que accedió a la alcaldía la señora Colau, que puso rápidamente en práctica esa curiosa mezcla de ignorancia, esnobismo y obsesión por lo políticamente correcto que ha caracterizado su administración.
La continuidad, en riesgo
Convencida que lo más guay era arrimarse al ascua animalista, arrinconó el proyecto de la etapa Trias –que conste que nunca fui especialmente un forofo de dicho alcalde– en lo concerniente al delfinario y, paralelamente, inició un proyecto de acoso y derribo del zoo en general, que llevó a que, en el último pleno municipal del anterior mandato, se aprobara por unanimidad de todos los grupos políticos en aquel momento representados, una ordenanza que ponía en grave riesgo la continuidad del zoo (no voy a extenderme en ello; hay numerosos artículos periodísticos publicados sobre el tema).
Paralelamente se aprobó por mayoría la posibilidad de reducir el Zoo a trece (mal fario) especies, que parece ser que es la solución preferida por los animalistas. Es decir, que hubo grupos políticos que votaron ambas propuestas.
Repito, fue en el último pleno del mandato y sin que ninguno de los partidos representados hubiera llevado en el programa con el que se habían presentado a las elecciones una propuesta de reconversión del Zoo. Burla total a la ciudadanía. ¡Viva la participación!
No es ningún secreto que el zoo está hecho un asco, asco por el que se paga un precio abusivo. Parece que se pretende para los animales terrestres, que sobran en el proyecto, montar una especie de residencia geriátrica en la que vayan desapareciendo. Para los delfines se aireó a bombo y platillo que se les iba a reubicar en un santuario.
Para Colau Barcelona debe ser culturalmente autárquica, políticamente correcta y esnob
Han pasado los años y ni santuario, ni basílica. Y, sin luz ni taquígrafos, se ha despachado a los últimos tres ejemplares a otro delfinario que, justo es reconocerlo, está dotado de instalaciones de mejor calidad que las existentes en Barcelona, pero probablemente no mejores que las previstas en tiempos de Trias.
¿Cuál es el problema? Pues que para Colau y sus acólitos Barcelona ha de ser punta de lanza del animalismo (fuera zoo), del “antiesclavismo” (monumento a Colón con censura previa), de la memoria histórica (fuera Almirante Cervera por facha), de la transición energética (fuera industria del automóvil) y del rechazo a la cultura de élite (fuera Hermitage). No nos engañemos.
El triunfo de la ignorancia
Todo ello responde a la misma concepción populista de lo que ha de ser Barcelona para ellos: culturalmente autárquica, políticamente correcta y esnob, una manera clásica de camuflar la ignorancia.
La solución dada a los delfines ha mostrado, bien a las claras, la demagogia sobre la que está asentada la ordenanza del nuevo zoo. La representante de los trabajadores en el Patronato mostró su desacuerdo, como hice yo y, justo es decirlo, los patronos representando a Ciudadanos (Paco Sierra) y el PP (Oscar Ramírez). Pero quiero recordarles no obstante que sus partidos participaron en la unanimidad citada. O sea que, como dice la expresión popular, ¡A buenas horas, mangas verdes!
¿Esperanza? Personalmente, ninguna. Ada Colau está ahí como mal menor. No hace falta decir nada más. Llevo cerca de dos años denunciando la situación catastrófica en la que se encuentran los equipamientos de historia natural de la ciudad, otrora motivo de orgullo. El desmantelamiento del Zoo es solo la guinda. Y el desprecio por la cultura ha empezado por aquí pero, como pronostiqué, afecta ya a otros ámbitos.
La supuesta izquierda
Por supuesto que el cartapacio municipal está en manos de una coalición de los colauistas con el PSC. Ocurre que parece que los ediles socialistas han decidido que no vale la pena complicarse la vida. Y lo llevan al pie de la letra en los diferentes ámbitos.
En lo que concierne a la Fundación Zoo la presidenta, la teniente de alcalde Laia Bonet, nos ha dado repetidas nuestras del terror pánico que le provoca la simple posibilidad de que pudiera abrirse la, para ella, caja de Pandora del Zoo, cuando desde la perspectiva de un partido supuestamente de izquierdas lo que se impondría sería reconocer el fraude que representa la ordenanza y no escamotearle a la ciudadanía el debate sobre el futuro de uno de sus grandes equipamientos culturales, el más que centenario Zoo barcelonés.