Cómo sobrevivir en la Cataluña independentista

Para no perder la cordura, el catalán ajeno a la deriva secesionista puede optar por el comportamiento introvertido o el extrovertido

En los próximos años, a buen seguro que abundarán los trabajos que analicen las consecuencias del procés secesionista en Cataluña. No únicamente sobre la política y la economía, sino también sobre el comportamiento humano.

Sociólogos, psicólogos, psiquiatras, etólogos, antropólogos y filósofos estudiarán los efectos y secuelas del procés en la vida cotidiana de los ciudadanos de Cataluña. Y levantarán acta de los modelos de comportamiento diseñados para evadirse de la presión secesionista.         

A modo de anticipo, me permito señalar un par de estos modelos de comportamiento propio de los ciudadanos ajenos al procés, pero víctimas del mismo: el introvertido y el extrovertido.  

El introvertido

Se recoge y se cierra sobre sobre sí mismo a la manera de la resignación estoica de los pioneros griegos y romanos. Al modo de Marco Aurelio, alcanza la virtud consultando con su propia alma. Resiste como puede.  En silencio. Sin contaminarse ni corromperse. Por ello:     

1. Soporta una existencia extrañada. Prefiere pasar inadvertido. No quiere que le señalen. De ahí –a veces-, la discreción o complacencia fingida frente al relato independentista. Una manera de preservar secretamente la consciencia individual frente al contagio o la ira secesionistas.

2. Reprime voluntariamente la espontaneidad. De ahí, la espiral del silencio –si bien se mira, un silencio clamoroso- que aconseja no expresar en público cualquier pensamiento que vaya a contracorriente de la corrección nacional secesionista establecida. Una forma de sobrevivir en un mundo hostil de vocación totalitaria.

El introvertido ni siquiera se atreve a facilitar la lista de medios que construyen la burbuja secesionista

3. Modifica hábitos e interrelaciones personales. De ahí, que no frecuente lugares que antes menudeaba y ahora están copados y corrompidos por el independentismo. Prefiere no encontrar a ciertas personas ni hablar de ciertos temas. Una manera de no deteriorar las relaciones con los demás y evitar los sermones apocalípticos y los procesos inquisitoriales del Savonarola independentista de turno. No le gustan las hogueras.

4. Huye de la prensa del régimen –pública y privada- que juega el papel de aparato de propaganda y movilización –crea el “marco”, como se dice ahora- del independentismo. Nuestro personaje es tan introvertido que ni siquiera se atreve a facilitar el nombre de los medios de comunicación que contribuyen a la construcción y mantenimiento de la burbuja secesionista.   

El extrovertido

A la manera del cinismo clásico –es decir, la afirmación tranquila de las ideas y principios-, es un descreído que rechaza convenciones y remueve consciencias, que impugna sin complejos ni vergüenza la doctrina secesionista con sus creencias, normas, tácticas y estrategias. Objetivo: desnudar el independentismo y perturbar la paz del cementerio nacionalista. Para ello:      

El extrovertido se enfrenta a la Cataluña folclórica en el Camp Nou, el Palau de la Música y la universidad

1. Verbaliza su subjetividad en público y echa a andar –con el debido descaro para escándalo de la santería independentista- por la senda constitucional previa descalificación del ideario sectario del régimen.   

2. Expande un discurso que combate la epidemia antidemocrática independentista: Cataluña no es sujeto del derecho de autodeterminación, el mandato democrático del secesionismo es un espejismo, la República Catalana es un cuento, y España es una democracia plena frente a la Cataluña totalitaria.  

3. Cuando se ve cercado por la Cataluña secesionista disparatada y folclórica –ya sea en el Camp Nou, el Teatre Nacional de Catalunya, el Mercat de les Flors, el Palau de la Música, la universidad o las denominadas fiestas populares- se planta frente al griterío de “libertad presos políticos”, “exiliados”, “lo volveremos a hacer” o “fuera las fuerzas de ocupación”.

4. Critica a los políticos independentistas, así como a los conmilitones de la prensa afín a la causa, que recomiendan –sutilmente o toscamente- la deslealtad institucional y la confrontación como respuesta a la “represión del Estado”.  

El ciudadano introvertido y extrovertido que sobrevive en la Cataluña independentista, brinda, cada uno a su manera, un ejemplo de cómo preservar la libertad dando la espalda, o plantando cara, a la reacción antidemocrática permanente que impulsa el secesionismo. Una forma de hacer frente a la intolerancia y la impunidad. Un modo de eludir la frustración y el odio de un proyecto fracasado que ha dañado económicamente y moralmente a una Cataluña en fase de ignición. Una manera, sorda o ruidosa, de emancipación antinacionalista.   

La introversión y la extraversión constituyen una manera de proceder que tiene un doble valor: una denuncia –por omisión o acción- del pensamiento único 

Con el tiempo, el introvertido deviene –por hartazgo, dignidad y amor propio- un extrovertido que no está dispuesto a que le continúen hipotecando la libertad de expresión y movimientos, el futuro y la vida. Tampoco acepta la condena de muerte civil decretada por el secesionismo. Por eso –sin vandalismo añadido-, sale a la calle y se  manifiesta contra el absolutismo antiilustrado mostrando que no hay un solo pueblo independentista.          

La introversión y la extraversión constituyen una manera de proceder que tiene un doble valor: una denuncia –por omisión o acción- del pensamiento único nacionalista instalado en Cataluña; una propuesta –la crítica desacomplejada como fundamento- para salir de la desgracia a la que nos ha condenado el independentismo.

El introvertido y el extrovertido o una respuesta para sobrevivir en el peor de los mundos posibles que nos brinda el nacionalismo. Esa distopía que solo admite la unanimidad. Esa distopía en que el nacionalismo juega el papel de  juez y parte al tiempo que criminaliza, sin derecho de réplica, cualquier opinión que se escape de la norma y la horma. Una distopía  autoritaria en la que, hoy por hoy, sobrevive como puede la mitad de los catalanes. 

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