Sánchez contra Europa

El presidente español trata de crear una imagen de ganador tras el acuerdo en Bruselas, algo de lo que tomarán buena nota los países del norte

Corría el mes de diciembre del año 1991 y la Unión Europea asistía a una de esas cumbres en las que cada cierto tiempo tenía -y tiene- la curiosa costumbre de jugarse su futuro.

La reunión se celebró en Maastricht, y tras muchos meses de finas negociaciones se pusieron en marcha dos mecanismos que convertirían a Europa uno de los principales actores mundiales, la Unión Económica y Monetaria, y los llamados fondos de cohesión, un protocolo jurídicamente vinculante pensado por Felipe González y defendido con el apoyo del canciller alemán Helmutt Kohl.

El sentido del fondo de cohesión era financiar proyectos que permitieran a los países de la UE con rentas per cápita más bajas acercarse a los más ricos. España sería, con el tiempo, una de los grandes beneficiadas de estos fondos junto con Portugal y Grecia.

Por mucho que me pinchen, no soy capaz de imaginarme a Felipe González entrando en el palacio de la Moncloa con los brazos en alto como un condottiero romano, recibiendo el aplauso de sus ministros y aplaudiéndoles a su vez en magnánimo gesto.

No imagino al jefe de gabinete de Felipe González trasmutado en Billy Wilder para recoger los aplausos de sus ministros

Tampoco soy capaz de imaginarme a Javier Solana, a Alfonso Guerra, a Jorge Semprún o a José María Maravall ejerciendo de groupies tras el sonido de la claqueta y la voz de ¡acción!.

Y menos aún imagino a José Enrique Serrano, a la sazón jefe de gabinete de González transmutado en Billy Wilder decidiendo dónde se pone la cámara para recoger el magno evento ni la colocación de cada ministro durante el travelling frontal.

Me dirán ustedes que los tiempos han cambiado, y efectivamente lo han hecho, pero la sola idea de convertir las estrategias comunicacionales de Manolo el del Bombo ( España, España, ra-ra-ra ) en la marca de fábrica de la política española, me produce erupciones cutáneas. Y no porque no sea vistoso ni simpático, sino porque es una forma de actuar profundamente estúpida, y me voy a explicar.

Sánchez ha convertido a sus ministros en simples animadoras cuya misión es aplaudirle

1.- Devalúa al Gobierno de España, convirtiendo a los ministros del reino en simples pedrettes, ya saben, animadoras y animadores cuya misión más relevante es aplaudir los goles del equipo. (oe-oe).

2.- Prioriza las urgencias internas de un Sánchez cada vez con peores encuestas sobre las necesidades de todos los españoles de una Europa más comprometida con la cohesión y el equilibrio. (oe-oe-oe).

3.- Presenta un (buen) acuerdo multilateral como una victoria personal de Sánchez contra Europa, ninguneando al resto de países del sur y centro del continente que han remado tanto o más que España. Algo muy poco inteligente para futuras negociaciones. (oe-oe-oe-oe).

4.- Transmite la mentirosa especie que tras la cumbre europea hay un ganador olímpico e imperial (el vitoreado Sánchez oe-oe-oe) y unos cuantos paisecillos perdedores, entre ellos los países nórdicos. Unos tipos con una memoria prodigiosa que a buen seguro lo recordarán en próximas cumbres, nombramientos y decisiones estratégicas de la Unión Europea. (oe-oe-oe-oe-oe).

Solo recuerdo dos primeros ministros europeos que afrontaban de esta wagneriana forma su participación en las cumbres europeas, Margaret Thatcher y José María Aznar. A ninguno de los dos les fue nunca demasiado bien en Europa. A sus países cuando ellos gobernaban, tampoco.

Y ahora repitan conmigo: OE OE OE OEEEEEE