Convergents, ¿qué hacen al lado de Otegi?
Un núcleo nada menor de Convergència sigue con perplejidad los pasos de su dirección. Disciplinados siempre, los militantes, los cuadros que se baten el cobre en el territorio, han dejado hacer. Lo que ocurre ahora con las primarias de CDC para elegir el candidato a las elecciones generales, entre Silvia Requena y Francesc Homs, es significativo de que una parte del partido se siente orillada, y esa percepción se podría traducir en un voto de castigo hacia Homs en las votaciones de este sábado.
Convergència, entonces CiU, fue determinante en uno de los debates más importantes que se han producido en la democracia española. Fue en mayo y junio de 2002. El Congreso votó la ley de partidos que sirvió para ilegalizar a Batasuna. Lo hizo con los votos a favor de CiU, tras muchas dudas, y con las afirmaciones, posteriores, de Artur Mas –conseller en cap del último gobierno de Jordi Pujol– en las que manifestaba sus dudas sobre la eficacia de la medida.
Sin embargo, el propio Mas, ante los periodistas –y este cronista es testigo– la justificaba porque «algo nuevo se debía probar, después de que todo lo anterior no hubiera servido para acabar con el terrorismo».
Lejos de destacar los aspectos positivos de la gestión de CiU, pronto los nacionalistas catalanes cuestionaron aquella decisión, cuando el tiempo ha demostrado que fue de las más inteligentes.
Es como un partido de tenis –y perdonen la frivolidad– en el que si un adversario le pega a la bola tras dos botes en su propio campo, desconociendo las reglas del juego, es obvio que o aprende a jugar o es mejor que vea el partido formando parte del público. Y en una democracia se deben respetar las reglas de un estado de derecho, y una de ellas es la renuncia y condena de la violencia.
La ley sirvió para ahogar a Batasuna, y expulsarla de las instituciones. La persecución policial llevó a la banda terrorista a una situación de extrema debilidad. Y, aunque es cierto que Otegi pedía que ETA renunciara a la vía violenta, sólo intensificó sus esfuerzos cuando comprobó que no quedaba otro camino.
Lo pudo haber hecho mucho antes, él y la dirección de Batasuna. En Cataluña una parte del nacionalismo siguió entendiendo las razones latentes de ETA, porque el Estado no reconocía el derecho de autodeterminación. Pero con la llegada de la democracia, como ahora admiten algunos antiguos terroristas, no había ninguna justificación posible. Ninguna.
Por eso no se entiende esa premura en acoger a Otegi en el Parlament, como si fuera un salvador de la patria. Y menos se comprende que lo ampare Convergència, aunque es verdad que el President Puigdemont no se entrevistó con él, pese a defender la iniciativa, como puso de manifiesto en una respuesta al jefe de filas del PP, Xavier Garcia Albiol.
No se entiende esa acogida por parte de la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, sin pensar en que es la cámara de representantes de todos los catalanes.
Convergència ha hecho e impulsado grandes cosas para la democracia española. No se comprende por qué se empeña en ir en una dirección contraria.
Convergents, ¿qué hacen al lado de Otegi?