Contra Twitter vivimos mejor

Nunca hubo quizás tan pocas ideas y por el contrario tanto afán por controlar espacios donde éstas podrían nacer. Pensemos en el debate, por seguir la terminología oficial, entre Miguel Arias Cañete y Elena Valenciano. Contemos por un lado la cantidad de reglas que exigieron los candidatos y sopesemos por el otro las propuestas o análisis inteligentes, o al menos interesantes, que salieron de sus bocas. No hay color. Ganan las primeras por goleada.

Pensemos, también, en cómo un ministro tan preocupado por las cosas de este mundo y del otro, si es que existe, hasta el punto de conceder la Medalla de Oro al Mérito Policial con carácter honorífico a la imagen de Nuestra Señora María Santísima del Amor, como es el caso de Jorge Fernández Díaz, responsable de Interior, anda ahora arremetiendo contra Twitter, una simple y sencilla red social a la que acusa prácticamente de dar cobijo a los pensamientos más malvados que producirse puedan.

A falta de cosas más productivas a las que dedicarse, me ha parecido leer que el parlamento autonómico extremeño está también dispuesto a poner coto de inmediato a la red de los 140 caracteres y a las demás, tras un acuerdo unánime de los cuatro grupos que ocupan la Cámara regional. Quieren crear un código ético que regule el uso de estas plataformas de comunicación. Si es bueno, podrían quizás aplicarlo con el mismo entusiasmo a otras actividades no tan peligrosas tal vez aunque de mayor actualidad como la corrupción, el sectarismo partidista y el clientelismo, etc.

Es cierto que en Twitter se han dicho y se dicen burradas inmensas, como seguramente también se han escrito sobre algunos muros y no por ello nadie ha pensado en tirarlos a tierra. Hasta en alguna que otra tertulia radiofónica o televisiva juraría yo haber escuchado con frecuencia afirmaciones que claman al cielo, pero líbreme Dios de pedir por ello que les callen la boca, ni siquiera que se la regulen, aunque sí me gustaría ciertamente que se instruyeran un poco más.

Dedíquense sus señorías y autoridades diversas a regular menos, a dejar de poner puertas al campo y a perseguir fantasmas o pajarillos tuiteros y empléense mejor en promover el debate de las ideas y potenciar los espacios para que éstas surjan, aunque no les guste. Tenemos leyes suficientes para castigar los delitos que están perfectamente tipificados en ellas; tenemos a veces demasiadas leyes. No nos falta legislación. Lo que nos falta de verdad en el panorama político español es más debate de verdad y no las farsas a las que nos estamos acostumbrando. Piensen, si no, en ese simulacro que protagonizaron esta semana los números uno de nuestros dos partidos mayoritarios.