Confesión equidistante en tres actos
En medio de un barro pestilente y pegajoso, quienes mejor pelean son las alimañas
Primer acto
Por mucho que se empeñen algunos plumíferos de la extrema derecha más cerril, España ni es una dictadura bolivariana ni va camino de serlo. De hecho España es, según los más prestigiosos organismos internacionales, una de las únicas 22 democracias plenas del mundo superando por cierto a países como EEUU.
No está en peligro ni la independencia del poder judicial, ni la separación de poderes, ni el pluralismo político, ni la libertad de prensa. Poseemos procesos electorales incuestionablemente limpios y eficaces y un catálogo de libertades civiles sólido y consistente.
Lo que les pasa a esos señores es que no les gusta ni nuestro Gobierno ni su presidente (cosa muy legítima, por otro lado), pero como eso les parece demasiado flojo y consideran que así no saldrían en los medios de comunicación, pues nada, cada día de la semana se encaraman sable en mano al Alcázar de Toledo y proclaman que España es una dictadura.
Y eso, sencillamente, es mentira.
Segundo acto
Por mucho que se empeñen los sospechosos habituales de la extrema izquierda militante, habitantes orgullosos de tertulias televisivas sin cuento, España no está sufriendo un golpe de Estado de la extrema derecha.
No, no hay ninguna conspiración de jueces, guardias civiles, políticos, protésicos dentales y enanitos de jardín que esté a punto de tumbar al Gobierno orquestando un sucedáneo de la operación Lava Jato con Santiago Abascal en lugar de Jair Bolsonaro.
Solo hay que recordar que la última gran operación judicial contra la corrupción en nuestro país terminó con un partido político de la derecha condenado por corrupción. Casi nada.
Lo que les pasa a estos señores es que creen que al haber llegado finalmente los suyos al Gobierno, todas estas tonterías burguesas del control judicial, la primacía de la ley y el estado de derecho, simplemente no van con ellos, y que merecen (porque ellos lo valen) gobernar sin cortapisas legales de ningún tipo.
Y de la libertad de prensa, ni hablemos, la única que realmente aprecian es la que les canta al oído lo bien que lo están haciendo con música de laúd.
Tercer acto
¿Y por qué si las cosas son así, tenemos un debate público más propio de los últimos días de la república de Weimar que de una democracia plena y desarrollada?
Pues fijense, yo creo que es más por estupidez que por maldad. El Gobierno y los partidos que lo componen creen firmemente que solo podrán sobrevivir a esta legislatura si la convierten —como están haciendo— en un cenagal apestoso polarizado.
Prepárense para disfrutar de tres años embarrados de confrontaciones políticas a cara de perro
Por su parte, la oposición en lugar de mover la batalla política a lugares donde puedan sacar un mayor rédito posicional a sus políticas, han decidido que el cenagal es un sitio tan bueno como otro cualquiera para sacar la quijada de asno y atizar al Gobierno mientras chapotean en el fango.
Conclusión
Y dado que las cosas están así y no tienen pinta de cambiar, prepárense para disfrutar de tres años embarrados de confrontaciones políticas a cara de perro que solo pueden tener dos resultantes:
Por un lado, un alejamiento cada vez mayor de los ciudadanos respecto a la política —algo que ya podrá comenzar a verse en la escasa participación que van congregar las elecciones vascas y gallegas— y una emergencia nítida de los nacionalpopulismos.
Porque, no se les olvide, en medio de un barro pestilente y pegajoso, quienes mejor pelean son las alimañas.