Conductas (nada) ejemplares
En la Barcelona que perdona, olvida y se pavonea de sus éxitos deportivos, de su turismo ruso, de su propensión a lo magno… hay nombres que no deberían retirarse de la memoria con tanta facilidad como acostumbramos.
Les pongo algunos de ellos sobre la mesa: Genís Marfà, José Mestre, Enric Massó, José Luis Gomáriz, Jordi Parpal… Eran accionistas y prohombres de una inmobiliaria extraña, pero activa en tiempos. Me refiero a Aisa, un invento que el entorno del abogado del Estado Marfà impulsó y para el que le pidió dinero a toda la Barcelona que se movía.
Aisa era una empresa que cotizaba en bolsa, que hizo algunas operaciones espectaculares en el mercado de inmuebles, que compraba suelo, que se jactaba de ser lo que no era. Hubo quien rechazó entrar, algunos amigos empresarios de alto nivel de la ciudad lo comentaban en su día: resistir la presión del abogado Marfà no era fácil. Hasta el huidizo Mestre acabó sucumbiendo a su seducción empresarial.
Aisa ya estaba en crisis cuando el inmobiliario aún no había entrado de pleno. Era un gran agujero negro de la especulación de cortísimo radio y así le fue. Mientras escribo estas líneas veo algunas fotografías de notables de nuestra ciudad junto a Marfà o Mestre (menos) que son muy curiosas y denotativas de que en la Barcelona del pelotazo también hubieron cándidos de selecto nivel.
Era una empresa cotizada. En 2009 se la quedó un discutido empresario o constructor vallesano, un personaje de aquellos que utilizan sus apellidos para denominar a sus empresas. Así llegó Carlos Fernández Gómez a quedarse la virtualmente quebrada Aisa y formar Fergo Aisa, un invento societario con el que alguien, y admito que no sé quién, seguro que ha ganado parte del dinero perdido. Durante un tiempo, incluso hizo propaganda periodística de eventuales proyectos en países del Medio Oriente.
La justicia la lleva ahora a la liquidación en un culebrón que acaba mal, en lo mercantil es largo de explicar, y deja un reguero de damnificados. Toda una suma de conductas empresariales que, más allá de la crisis coyuntural del sector, jamás pudieron calificarse de ejemplares. Queda por ver si nuestra memoria también es frágil o, por el contrario, liquida el recuerdo de unos protagonistas que en Barcelona abonaron la tesis de la ciudad de los prodigios maliciosos.